Dilma le abre sus brazos al Papa Francisco
La presidenta de Brasil evidenció hoy un inocultable optimismo ante la visita del Papa Francisco, a la que definió como un "hecho sin precedentes" para su país y Latinoamérica.
Si hubiera que encontrar una imagen capaz de ilustrar la esperanza de Rousseff sobre el impacto de este viaje, y la que se percibía esta semana entre sus asesores en el Palacio del Planalto, podría ser la del Cristo Redentor, el monumento ícono de Rio, abriendo sus brazos para acoger al visitante.
Con su buen ánimo ante la llegada de Francisco, Rousseff cumple su rol de mandataria que representa a un país con 123 millones de católicos, la mayor grey de esa religión en el mundo, recibiendo a un líder espiritual con una personalidad destinada a ganar el afecto de un pueblo extrovertido que gusta de la simplicidad.
Esa feligresía, muy comunicativa, posiblemente podrá escuchar por primera vez a un Papa celebrando misa, total o parcialmente, en portugués.
Como dijo el cardenal Claudio Hummes, a los brasileños les caerá muy bien el papa argentino, porque cuenta con los atributos como para lograr con los fieles brasileños una empatía similar a la que construyó el carismático Juan Pablo II, en sus cuatro visitas a Brasil.
Una comunicación, de Juan Pablo II y los católicos brasileños, que no se repitió con Benedicto XVI, en su única gira por Brasil, en 2007, cuando fue recibido por el entonces presidente Luiz Lula da Silva, un católico practicante.
Rousseff se declara católica pero su religiosidad es menos intensa que la de su predecesor.
Sin embargo la afinidad entre ella y el papa Jorge Mario Bergoglio es notoriamente mayor que la de Lula da Silva con el Papa Emérito Ratzinger. Una alta funcionaria del gobierno dijo esta semana en el Planalto, que Dilma salió "muy impresionada" de su charla con Francisco, el 20 de marzo, y comentó que el hecho de ser argentino, ayudó a la buena comunicación entre ambos.
Tal vez la buena disposición de Dilma hacia Francisco, al que irá a recibir la semana próxima a Rio de Janeiro, también está motivada en razones terrenales o políticas, para expresarlo de una forma más explícita.
En la entrevista a ANSA, que respondió por escrito, la presidenta no eludió, y podría haberlo hecho, un tema espinoso como es el de las multitudinarias protestas de las últimas semanas, que pulverizaron su popularidad y dejaron en entredicho su reelección en 2014.
Dijo Roussseff que durante la visita del Santo Padre, habrá un tiempo de reflexión sobre el motivo de las protestas y para pensar en principios como la "tolerancia y la fraternidad", para construir un mundo más pacífico.
Es un discurso apropiado para un momento político de crispación.
Y es el que posiblemente repetirá Rousseff durante sus encuentros con el Papa, con la intención de generar hechos positivos para su imagen, muy desgastada, y dar impulso a un nuevo clima político que le permita recuperar la iniciativa que perdió, acorralada por las manifestaciones.
Con su buen ánimo ante la llegada de Francisco, Rousseff cumple su rol de mandataria que representa a un país con 123 millones de católicos, la mayor grey de esa religión en el mundo, recibiendo a un líder espiritual con una personalidad destinada a ganar el afecto de un pueblo extrovertido que gusta de la simplicidad.
Esa feligresía, muy comunicativa, posiblemente podrá escuchar por primera vez a un Papa celebrando misa, total o parcialmente, en portugués.
Como dijo el cardenal Claudio Hummes, a los brasileños les caerá muy bien el papa argentino, porque cuenta con los atributos como para lograr con los fieles brasileños una empatía similar a la que construyó el carismático Juan Pablo II, en sus cuatro visitas a Brasil.
Una comunicación, de Juan Pablo II y los católicos brasileños, que no se repitió con Benedicto XVI, en su única gira por Brasil, en 2007, cuando fue recibido por el entonces presidente Luiz Lula da Silva, un católico practicante.
Rousseff se declara católica pero su religiosidad es menos intensa que la de su predecesor.
Sin embargo la afinidad entre ella y el papa Jorge Mario Bergoglio es notoriamente mayor que la de Lula da Silva con el Papa Emérito Ratzinger. Una alta funcionaria del gobierno dijo esta semana en el Planalto, que Dilma salió "muy impresionada" de su charla con Francisco, el 20 de marzo, y comentó que el hecho de ser argentino, ayudó a la buena comunicación entre ambos.
Tal vez la buena disposición de Dilma hacia Francisco, al que irá a recibir la semana próxima a Rio de Janeiro, también está motivada en razones terrenales o políticas, para expresarlo de una forma más explícita.
En la entrevista a ANSA, que respondió por escrito, la presidenta no eludió, y podría haberlo hecho, un tema espinoso como es el de las multitudinarias protestas de las últimas semanas, que pulverizaron su popularidad y dejaron en entredicho su reelección en 2014.
Dijo Roussseff que durante la visita del Santo Padre, habrá un tiempo de reflexión sobre el motivo de las protestas y para pensar en principios como la "tolerancia y la fraternidad", para construir un mundo más pacífico.
Es un discurso apropiado para un momento político de crispación.
Y es el que posiblemente repetirá Rousseff durante sus encuentros con el Papa, con la intención de generar hechos positivos para su imagen, muy desgastada, y dar impulso a un nuevo clima político que le permita recuperar la iniciativa que perdió, acorralada por las manifestaciones.