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Diferencia entre democracia y dictadura

*Por Joaquín Morales Solá .A pesar de que el debate sobre las Malvinas entre la Argentina e Inglaterra no es de fácil solución, la democracia puede encontrar alternativas razonables que, mientras no se resuelva la cuestión de fondo, abran y preparen caminos que no exacerben las pasiones nacionalistas ni las tentaciones xenófobas.

Ningún gobierno local sería argentino si no fuera claro y explícito en señalar que la soberanía de las islas Malvinas es argentina. Ningún gobierno de Londres sería británico si no dijera que nunca negociará la soberanía de las Malvinas sin el acuerdo de los habitantes de las islas.

En ese túnel, sin salida aparente, se mete cada tanto la relación entre Gran Bretaña y la Argentina. La histórica relación política y cultural entre los dos países parece ceder entonces a las pasiones nacionalistas y, de vez en cuando, a la mutua xenofobia.

Una guerra desatada por dictadores argentinos, y acompañada luego por grandes sectores sociales y políticos, sucedió hace casi 30 años. Fue una guerra devastadoramente perdida. Pasaron tres décadas de continuos zigzags para llegar ahora a otro punto de elevada tensión diplomática.

Esta vez será sólo tensión diplomática. No existe ninguna voluntad en el Gobierno de llevar las cosas al terreno bélico. Cristina nunca hará lo mismo que hicieron los militares. Ni siquiera algo parecido, señaló un diplomático argentino. Es cierto, aunque tampoco podría hacerlo. Si la dictadura perdió la guerra cuando disponía del poder, de las armas y de los recursos, ¿qué podrían hacer ahora los militares argentinos? Nada.

En ese contexto, resultó claramente inoportuno el envío de un moderno destructor británico a las islas. Su arribo estaba previsto de antemano, es verdad, pero las circunstancias cambiaron en las últimas semanas. Debieron cambiar también las decisiones.

El gobierno argentino comete sus propios errores. En los últimos tiempos se dedicó a aislar a los habitantes de las Malvinas. Consiguió primero un compromiso de los países del Mercosur de que no recibirán en sus puertos a barcos con bandera de las islas.
 
Ahora está presionando al gobierno de Chile para que ordene la cancelación de dos vuelos semanales de la aerolínea LAN entre Punta Arenas y las Malvinas. Esa es la única conexión de los isleños con el continente. La política argentina de reclusión de los isleños en las islas sólo resta margen al gobierno británico para cualquier negociación. Los isleños tienen un considerable poder de lobby en el Parlamento de Londres.

Hay que separar el ruido de las cosas. A pesar de todo. Cristina Kirchner dijo, en su último discurso sobre la cuestión, que no responderá provocaciones porque ella aspira a una negociación seria con los británicos. Por esos mismos días, el primer ministro británico, David Cameron, señaló ante el Parlamento que su gobierno está dispuesto a emprender negociaciones con la Argentina por la explotación petrolera, por la pesca y por las comunicaciones.

El propio canciller británico, William Hague, precisó en estos días que "Gran Bretaña está abierta al diálogo con la Argentina", y volvió a establecer los temas por debatir: "La administración conjunta de las poblaciones ictícolas, la exploración de hidrocarburos y las comunicaciones". Hay caminos, entonces, hacia una distensión.

La Presidenta y Cameron se ven habitualmente en las reuniones del G-20. Nadie recuerda que haya habido un incidente o un simple roce entre ellos. Precisamente, la presencia argentina en el G-20 es destacada por los británicos.

La Argentina es importante para nosotros. Está en el G-20, tenemos buenas relaciones comerciales y hay una historia entre nosotros, dijeron las palomas políticas en Londres. Cristina Kirchner tampoco ha hecho nunca una mala excepción en el trato con la embajadora británica en Buenos Aires, Shan Morgan. Diplomáticos europeos aseguran que tiene con ella el mismo trato que con el resto de los embajadores, cordial, pero esporádico.

En Londres fue bien recibida la designación de Alicia Castro como embajadora argentina. Se escucharon dos razones. Una: siempre será mejor la absoluta normalización de las relaciones diplomáticas entre los dos países.
 
Y la Argentina retiró a su embajador en Londres hace casi dos años. La otra: Alicia Castro, una política pragmática, tiene relación directa y personal con la Presidenta, y esa es una señal también del interés presidencial en la relación.

Algunos funcionarios británicos destacaron que la designación de Castro es mejor que la del respetado intelectual José Nun (que nunca llegó a asumir), simplemente porque éste carece de aquella relación personal con Cristina Kirchner.

La Argentina podría agregar nuevas cuestiones al temario propuesto por los británicos entre tantos estrépitos verbales. Aun así, un acuerdo con la Argentina por el petróleo no es una cuestión menor para los británicos. La exploración y explotación de combustibles en el mar de las Malvinas es una empresa muy cara, porque siempre deberá hacerse bajo el mar profundo.

Las necesarias inversiones serán más fáciles en la medida en que el contencioso entre Gran Bretaña y la Argentina por esos territorios y por esas aguas esté, al menos, moderado por la negociación o los acuerdos. Lo mismo, aunque con menor intensidad, sucede con la pesca. La Argentina podría sacar sus propios beneficios económicos y diplomáticos.

La decisión del Mercosur exhibió también cierto descuido de Londres de América Latina. El canciller británico, Hague, tomó nota implícita de ese abandono y, en aquel reciente discurso, prometió "enviar más diplomáticos, abrir nueva misiones diplomáticas y promover lazos comerciales y culturales" con América latina.

También es verdad que en algunos países del Mercosur, como Brasil y Uruguay, sectores opositores a los gobiernos se manifestaron contrarios al compromiso sobre las Malvinas.

Temen que las represalias a los malvinenses terminen por afectar el comercio de sus países con las naciones que tienen intereses de pesca en las Malvinas. No estamos en condiciones de sacrificar un solo cargamento de exportaciones, dijo, por ejemplo, un dirigente político uruguayo.

La negociación es necesaria. Y cuanto antes. La primacía de la diplomacia marcaría una definitiva diferencia entre la democracia y la dictadura. La Argentina nunca dejará de plantear la soberanía sobre las Malvinas, pero nada obliga a que esa cuestión sea el principio de todo. Nadie puede olvidar, tampoco, que hubo una guerra perdida, ordenada por una dictadura que se aferró, así, a su último e inútil salvavidas.

Los argentinos podemos atribuirle aquel criminal error a una estirpe de dictadores, aunque es hora ya de que aparezca una autocrítica social y política sobre el increíble apoyo a esa aventura. La historia es otra para los británicos; murieron más soldados británicos en la Guerra de las Malvinas que en la de Irak.

Y también es otro el recuerdo de los propios isleños, que soportaron el fuego y la sangre de la guerra. Los isleños son todo para el discurso británico y no son nada para la retórica argentina. Un punto intermedio debería encontrarse. Guste o no, esos datos del pasado, esas emociones dentro de las razones, también existen.

La negociación es necesaria porque por debajo de las primeras líneas de los gobiernos se desatan las peores pasiones. Funcionarios kirchneristas avanzan con sus palabras mucho más allá de adonde llegó la Presidenta. Sobresalen el insulto y el agravio en políticos influyentes.

El jueves pasado hubo una manifestación pacífica frente a la embajada británica en Buenos Aires. Unos 100 manifestantes de la Juventud Peronista. Algunos discursos. Una bandera quemada. Nada más. Ninguna embajada se sorprende por eso.

Resulta que, al mismo tiempo, el infaltable y violento Quebracho comenzó a agredir a las sedes de empresas británicas en la Argentina. Prometió repetir la agresión, siempre dura y salvaje, una vez por semana, de manera sorpresiva.

Las palabras violentas producen hechos violentos. Esa es la rutina de la historia, pero siempre hay un instante en el que la historia se puede cambiar.