Diez años del caso del monstruo de Amstetten que mantuvo a su hija cautiva por dos décadas: "Nací para violar"
Josef Fritzl mantuvo cautiva a su hija Elisabeth durante 24 años y tuvo 7 hijos con ella.
¿Cómo fue posible que durante veinticuatro años nadie se percatase de lo que ocurría bajo los cimientos de la casa de Josef Fritzl (tras cambiarse su nombre en mayo de 2017, es conocido como Josef Mayrhoff) en la pequeña localidad austríaca de Amstetten?
Ni su propia mujer Rosemarie llegó a sospechar jamás que su encantador marido guardaba un secreto: había secuestrado a su propia hija, de la que abusaba sexualmente y con la que había tenido siete hijos.
El destino quiso que una de las hijas -en realidad, nieta- del pederasta, Kerstin, de 19 años, tuviese que acudir al hospital aquejada de una rara enfermedad.
Durante el reconocimiento médico, los especialistas encontraron en uno de sus bolsillos una nota en la que contaba su historia y pedía ayuda.
Los doctores, extrañados, pidieron hablar con su madre, Elisabeth. Entonces explotó la mentira y la verdad salió a la luz. Uno de los vecinos de Amstetten era un auténtico "monstruo".
Cuando los medios de comunicación del mundo se hicieron eco de la noticia, una ola de consternación invadió a la opinión pública. ¿Qué tipo de "monstruo" era capaz de hacer algo así?
Aquel apelativo recorrió los diarios, que esperaban conocer la verdad completa de un caso que, hoy por hoy, sigue teniendo sus sombras.
"El padre de las tinieblas", como lo llamó el diario francés Le Figaro, acababa de entrar en la lista de los criminales más peligrosos de la historia.
Conocer la declaración que hizo a su abogado todavía escandaliza: "El impulso de tener sexo con Elisabeth se hizo cada vez más fuerte. Sabía que Elisabeth no quería que le hiciera eso. Sabía que la estaba hiriendo. Pero, finalmente, el impulso de ser capaz de probar el fruto prohibido fue demasiado fuerte. Era como una adicción".
La tóxica relación con su madre
La ciudad de Amstetten, Austria, fue donde Josef Fritzl nació, creció y cometió las más macabras aberraciones. Desde el 9 de abril de 1935 esta pequeña población fue testigo de cómo su infancia se convertía en un infierno.
Según su propio testimonio, Fritzl -abandonado por su padre cuando tenía cuatro años- sufría toda clase de maltratos y abusos físicos por parte de su madre, a quien en su vejez también llegó a encerrar a modo de venganza.
Aquel martirio infantil, provocado en parte por ser el único vástago de la familia, llevó a ambos a construir una relación tormentosa de amor y odio.
Gracias a algunos de los informes psiquiátricos elaborados para el juicio, se supo que Fritzl temía a su madre más que a nada en el mundo.
Los continuos insultos que le profería -"Satán, inútil y criminal"- y las absurdas prohibiciones a las que lo sometía -no podía practicar deporte ni tener amigos, por ejemplo- llevaron al joven Josef a desarrollar una personalidad fría y violenta bajo una apariencia tranquila y serena. De hecho, acudió al colegio y fue un buen alumno.
Estudió mecánica y tecnología electrónica, base primordial para convertir el sótano de su casa en un búnker donde encerrar secretamente a su hija Elisabeth años más tarde.
También trabajó como electricista, director de una empresa que fabricaba hormigón y como representante de una factoría danesa de construcción de tubos de hormigón.
Vivió en Luxemburgo y Ghana, y se casó con Rosemarie, con la que tuvo 7 hijos, entre ellos, Elisabeth. Se jubiló cuando cumplió los 70 años.
Pero antes del secuestro y el abuso sexual de su hija Elisabeth por más de dos décadas, Fritzl había practicado con su madre.
Durante las largas conversaciones que mantuvo con su psiquiatra, Adelheid Kastner, confesó haber devuelto con creces los maltratos a los que había sido sometido. Pasó de ser víctima a verdugo: la vejó hasta su muerte en 1980.
El modus operandi fue el mismo que con Elisabeth pero en el piso superior de la casa. La encerró, tapió con ladrillos las ventanas y se convirtió en su carcelero.
Algunos medios austríacos aseguran que dicha situación se prolongó durante más de 20 años, pero sólo es una teoría basada en el testimonio a veces incoherente del acusado.
Fritzl sólo recordaba que de niño su madre le pegaba y lo pateaba: "Hasta que me caía al suelo y sangraba". Había llevado hasta el extremo su particular vendetta.
No obstante, este comportamiento sexual y violento lo exteriorizó a finales de los años 60, cuando fue acusado de violar a una mujer.
El sexo opuesto se convertía en el blanco perfecto para contrarrestar las humillaciones a las que lo sometió su madre.
"Nací para la violación y, pese a ello, aún me contuve largo tiempo", ratificó a su psiquiatra durante una de las sesiones.
Viviendo bajo tierra
En abril de 2008 Kerstin, de 19 años, acudió al hospital por una serie de dolencias graves producidas por una enfermedad poco común. La acompañó su abuelo, Josef Fritzl.
La chica permaneció inconsciente debido a la gravedad de su estado. Durante la exploración, los médicos encontraron una nota de auxilio en uno de los bolsillos de la ropa.
Procedieron a buscar su historial médico, sin éxito. Decidieron preguntarle a su acompañante, que precisamente era su secuestrador. Insistieron en ver a la madre y, ante la negativa de Fritzl, llamaron a la policía.
Las autoridades se presentaron en la casa del pederasta y, con su ayuda, bajaron al sótano perfectamente sellado y con grandes medidas de seguridad. Allí estaba Elisabeth, de 42 años.
En sus primeras declaraciones, la mujer explicó que se encontraba encerrada bajo tierra desde agosto de 1984 y que su padre había abusado de ella desde que tenía 11.
Ocho años de violaciones sirvieron para que Fritzl decidiese sedarla, atarla y encerrarla en el búnker que había construido bajo los cimientos de su casa. Todo ello sin el conocimiento de su esposa Rosemarie.
Desde 1977 las palizas y violaciones fueron la rutina de Elisabeth, hasta que cambió con su encierro.
Los 2 primeros días la mantuvo esposada y hasta los 9 meses siguientes la retuvo atada para evitar que se escapase. No contento con esto, la recluyó durante 9 años y la violaba de forma sistemática.
De los múltiples encuentros sexuales, Elisabeth dio a luz a 7 hijos que fueron testigos de aquellas aberraciones. Tres de ellos -Kerstin, Stephen, de 18, y Felix, de 5- permanecieron junto a su madre bajo tierra; 3 más -Lisa, de 15 años, Monika, de 14, y Alexander, de 13- vivían junto a Josef y su esposa en la casa; el séptimo murió al tercer día de vida y fue incinerado.
Lo llamativo del caso es cómo 3 de esos niños lograron tener una vida aparentemente normal junto a su padre/abuelo sin que Rosemarie sospechase nada. La respuesta está en la versión que dio Fritzl.
Tanto para la policía como para el secuestrador, Elisabeth se había fugado de casa motu proprio. Había sido la segunda vez que lo intentaba y en esta ocasión lo había conseguido. De ahí que su madre no siguiese buscando.
También ayudaron las cartas que la muchacha tuvo que escribir a Rosemarie obligada por Fritzl. Era una forma de evitar que siguiese sospechando.
En la primera confesaba el motivo de su huida y en las siguientes le pedía que cuidase de sus hijos, a los que no podía mantener. No obstante, el austríaco jamás dejó un cabo suelto.
Las cartas demostraban que su hija seguía viva y que no quería mantener ninguna relación con la familia. Además, Fritzl echaba más leña en el fuego asegurando que todo era culpa de una secta que la había captado y que la obligaba a deshacerse de sus bebés.
Cuando la policía investigó la historia, pensó que Fritzl había tenido uno o varios cómplices.
Sin embargo, esa teoría se fue desmoronando a medida que se fueron recopilando las pruebas. El pederasta gozaba de una buena posición económica, lo que le permitía tener varios inmuebles a su nombre y una total libertad de movimientos.
También era un miembro respetado de la comunidad, por lo que nadie podía imaginar las barbaridades que estaba cometiendo.
La mazmorra de los horrores
Cuando estalló la noticia el impacto social fue abrumador. Medios como el Österreich abrieron las portadas de su periódico con titulares como "Todo Amstetten debería avergonzarse. Los vecinos cerraron los ojos".
Al fin y al cabo, la localidad austríaca cuenta con tan solo 22.600 habitantes. Sin embargo, las buenas maneras de Fritzl lograron despistar a su vecindario mientras construía un calabozo con grandes medidas de seguridad.
El espacio tenía 80 metros cuadrados, con una altura máxima de 170 centímetros, y se extendía por todo el jardín.
Para acceder colocó una puerta corrediza de hormigón de 300 kilos escondida detrás de una estantería. Era franqueable mediante un código que sólo Fritzl conocía.
El recinto tenía una entrada, 2 dormitorios de 3 metros cuadrados, una pequeña cocina, un baño y un lavadero. La única fuente de ventilación provenía de un tubo.
Lejos del sótano
Josef Fritzl tenía 73 años cuando fue detenido por las autoridades austríacas. Aunque en un primer momento se negó a declarar, después confesó los hechos que posteriormente se probaron.
Hasta el día del juicio, el 16 de marzo de 2009, fue sometido a diversos análisis psicológicos y psiquiátricos.
Se demostró que no padecía ningún trastorno mental y que era "imposible" que estuviese permanentemente bajo los efectos del alcohol, tal como la defensa intentó argumentar.
Privación de libertad, incesto, violación, esclavitud y homicidio fueron algunos de los cargos a los que tuvo que enfrentarse.
Un jurado popular determinó que era culpable de esos delitos y lo condenó a cadena perpetua e internamiento psiquiátrico. Cuatro días bastaron para cerrar lo que muchos denominaron el "juicio del siglo".
Desde entonces Fritzl pasa sus días recluido en un pabellón psiquiátrico de una cárcel de alta seguridad en las afueras de Viena, donde alardea de ser "famoso en todo el mundo".
Ni siquiera siente remordimientos y se ha dedicado a escribir cartas de amor a su esposa, quien nunca le respondió. Todo lo contrario: Rosemarie decidió divorciarse para comenzar una nueva vida.
La nueva vida de Elisabeth y sus hijos
Elisabeth (52 años) y sus 6 hijos-hermanos (ahora tienen entre 15 y 29 años) han cambiado de apellido y viven alejados de Amstetten bajo fuertes medidas de seguridad.
Siguen bajo tratamiento psicológico intentando adaptarse a la sociedad. La última información detallada respecto de su situación fue dada por el diario británico The Independent, en 2010.
Basándose en el testimonio de una supuesta cuñada de Josef Fritzl, quien se identificó solo con un seudónimo, el periódico afirmó que la familia estaba recuperándose de manera satisfactoria.
Elisabeth había logrado sacar su registro de conducir y disfrutaba salir de compras. Estaba en pareja con Thomas, uno de sus guardaespaldas, quien había desarrollado una suerte de relación de "hermano mayor" con sus hijos.
Sus 6 hijos iban camino a restablecer una relación normal con ella y estaban adaptándose a su nueva vida.
Tras estar enfrentadas por un tiempo, Elisabeth también estaba recomponiendo la relación con su madre Rosemarie.
(Fuente Clarín)