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¿Desde dónde llegará la "verdadera" nueva política?

*Por Pamela Cáceres. Son imposibles instituciones de lujo en sociedades con una opinión pública acrítica y pasiva. Para reformar la política, debemos poner en marcha estrategias y acciones que movilicen y nutran a la opinión pública.

Desde hace unas semanas, como espectadores del inicio de las campañas electorales, recibimos las idas y vueltas del armado de candidaturas y listas.

En el medio de un despliegue desfachatado de mezquindades, cuotas considerables de cinismo y hasta de humor negro, sería bueno instalar la pregunta: ¿cuánta de esa energía puesta en las negociaciones político-partidarias tiene como centro las preocupaciones por el devenir de nuestra ciudad, la provincia, el país? La sensación es que los contenidos son escasos o, al menos, no ocupan un lugar protagónico.

Nos quejamos de la ausencia de propuestas, de la mediatización y "tinellización" de la política, pero no logramos romper con la rutina electoral.

Asistimos de manera pasiva y en algunos casos hasta con sorpresa a este escenario en el que "todo vale", dado que lo que importa es el resultado: ser elegido, aun cuando sea por unos pocos votos.

En las especulaciones y estrategias electorales, el "clima" lo describen las encuestas, y lo que resulta conveniente decir, dónde y cuándo, los asesores de campaña; todo es clave para lograr unos puntos en la tendencia de votos.

Pero las elecciones llegan y pasan, y la insatisfacción continúa hasta los próximos comicios. Promesas de cambio, de nuevas formas de hacer política que se desvanecen en el muy corto plazo, mientras la brecha entre ciudadanía y política se ensancha. Todos perdemos.

La Comisión Consultiva para la Reforma Política de la Provincia de Córdoba presentó en 2008 los resultados de un estudio en el que algunos datos fueron contundentes: el 72 por ciento de los cordobeses tiene poco o nada de interés en la política, el 93 por ciento piensa que quien se establece en el poder busca siempre su beneficio personal y el 67 por ciento se siente insatisfecho con la democracia en Córdoba.

Pero estas percepciones, aunque claras y elocuentes, resultan irrelevantes cuando las reglas de juego dicen que cada determinado lapso elegimos a nuestros representantes y, con independencia de las insatisfacciones, "a alguien deberemos votar", entre las alternativas que se presentan.

Las reglas del juego garantizan la legalidad/legitimidad de quien es elegido o elegida, aunque éstos no puedan revertir la disconformidad o el distanciamiento de los ciudadanos con la política.

En las elecciones provinciales del 7 de agosto, entrarán en vigencia las reformas políticas que se sancionaron tras la crisis institucional de 2007. Éstas con seguridad cambiarán algunas de las reglas de la contienda, pero no bastarán para introducir cambios significativos en las prácticas políticas y, mucho menos, para reconciliar a la ciudadanía con la política.

¿Cómo romper el círculo vicioso? Algunos sostienen que, en gran medida, la política produce lo que la demanda exige, y que si los ciudadanos no se preocupan, no saben o no se interesan por propuestas y contenidos, será imposible cambiar esas prácticas. Los candidatos no tienen incentivos concretos para cambiar el modo de hacer política, dicen quienes adhieren a esta explicación.

Otros sostienen que son necesarios la renovación de la dirigencia política, nuevos liderazgos y voluntad de construir alternativas claras. Pero esto requiere un proceso de construcción de largo plazo, más allá de lo electoral, que pocos parecen sostener.

La ansiedad desdibuja, en muchos casos, las convicciones y las propuestas políticas, a la vez que la posibilidad de establecer una conexión coherente entre discurso y prácticas.

Parece tratarse del dilema del huevo o la gallina. ¿El cambio vendrá desde los actores partidarios o desde la sociedad? Lo más probable es que todo intento por hacer viables cambios y reconstruir el vínculo de la política con la ciudadanía requerirá de ambos componentes y de la relación entre ellos también.

Es necesaria una ciudadanía preocupada y atenta al contenido de las propuestas, interpelando, exigiendo que se debata, que se pongan en evidencia las ideas y la falta de ellas, a la par que dirigentes dispuestos a dar cuenta de proyectos que contemplen las inquietudes de la sociedad, muestras de que sus preocupaciones conectan con las de la ciudadanía y que tienen la voluntad política de ejecutarlas.

La clave parece radicar en la generación de nuevos incentivos para una nueva política y nuevos costos para la vieja política.

Nada de esto se dará en forma espontánea; hay que trabajar mucho desde la sociedad civil y desde los espacios político-partidarios para que esto ocurra.

Los medios y la evidencia. Hace un tiempo, decíamos que el rol de los medios no es el de "cubrir" las elecciones sino el de echar luz, de evidenciar, hacer visible lo no visible, superar lo anecdótico para contribuir a la formación de una opinión pública autónoma y crítica.

Hoy, la posibilidad de amplificar el impacto de actores con interés genuino en la transformación de la política y de generar costos sociales para las viejas prácticas requiere, sin duda, de los medios de comunicación, principalmente de la prensa autónoma, como aliados estratégicos y necesarios para mejorar la calidad del debate y la institucionalidad democrática.

Esto implica una postura no neutral sino comprometida con el cambio. Una postura que sostenga la necesidad de cambiar el estado de las cosas y, con ello, el desafío de sostener los temas en la agenda y promover el debate. Son imposibles instituciones de lujo en sociedades con una opinión pública acrítica y pasiva. Para reformar la política, debemos poner en marcha estrategias y acciones que movilicen y nutran a la opinión pública.

Los medios juegan ahí un papel fundamental.

*Coordinadora ejecutiva Red Ciudadana Nuestra Córdoba; docente e investigadora de la Universidad Católica de Córdoba