Democracia o "masomenismo"
Es nuestra democracia un gobierno del pueblo y para el pueblo? Conforme el artículo 22 de nuestra Constitución nacional, el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por la misma.
¿Es entonces nuestro pueblo proclive a una inmolación más o menos colectiva?
La carencia o marcada intermitencia en la provisión pública de los servicios de nutrición, salud, educación, trabajo decente, vivienda digna, servicios públicos esenciales, seguridad y más, autorizan interrogante semejante socialmente compartido, ¿o sí?
Nuestra frágil y falible democracia necesita sin demoras "ni distracciones" más calidad y fortaleza institucional para recuperar e incrementar su capacidad de respuesta, su cultura de la satisfacción, su ética, la equidad y todo pero todo lo público, con transparencia, experticia, pertinacia y excelencia.
Para reempoderar nuestra anhelada democracia debemos alejarla de todos y cada uno de los masomenismos que padecemos, que tan mal parada han dejado a la misma en cuanto tal.
En efecto. Entre nosotros casi todo cuanto –como y cuando– se hace, se hace más o menos. No más.
Las escuelas dictan sus clases más o menos, los hospitales atienden más o menos, la idoneidad, los programas y los horarios se respetan más o menos, la Legislatura y los tribunales funcionan más o menos, el transporte circula más o menos, el tránsito se controla más o menos, la seguridad es menos, la provisión y las tarifas de agua potable, de saneamiento, de energía eléctrica y tal pues ya son más por menos.
Entre tanto, así como "a tientas", con una democracia extraviada en "sus ensayos" y sin novedad ante este masomenismo disfuncional fenomenal, quien menos quien más ha caído en más o menos bronca colectiva fruto de tanta desorientación, desconcierto y perplejidad sin precedentes.
Ahora mismo y en vísperas electorales, el afán más notorio de la mayoría de los precandidatos "autoexpectables" lo vemos centrado (sin tapujos) en desacuerdos entre personas, pero nada sabemos de programas, de estrategias de gestión, de mayores antecedentes, de consensos con garantía de razonabilidad y durabilidad. Al menos en este aspecto, la difusión pública no se priva de asimetrías y externalidades negativas por desinformación.
Lo cierto es que –por lo visto y conocido– estamos atrapados en contratos sociales leoninos que hasta nos obligan a votar hasta cinco a más veces en nada de tiempo y bajo apercibimientos sancionatorios.
Hablando en criollo desde tristes y carísimas experiencias conocidas y padecidas, cuántas veces se nos compele a convalidar una y otra vez cualquier desaguisado propio de este culebrón político vernáculo, todo un bastardo propio de una institucionalidad que viene abdicando o fallando más que frecuentemente con demasiada ciudadanía asqueada, estafada y con un ¡hasta cuándo! a flor de labios.
Cuando el Estado abandona total o parcialmente sus funciones esenciales, cuando no cumple sus prestaciones y servicios intransferibles y, paradójicamente, nos viene exigiendo día a día más tasas, contribuciones, tributos, impuestos, retenciones, etcétera, ética y moralmente quién y cómo nos podrá en estricta y legitima justicia obligar a cumplir con nuestras contraprestaciones... "de nada".
Finalmente el culto a la confrontación y al desencuentro, alentado y financiado por intereses viles y espurios sectoriales –internos y externos–, viene desprestigiando y truncando más que menos una democracia realista, la que así prescinde riesgosamente de auténticas políticas de Estado, de gobernabilidad genuina, de saludables alternancias personales y republicanas puesto que, salvo excepciones para el bronce, desde 1983 los profesionales de la política por todos conocidos han conformado una casta en el altar del "enroque", del nepotismo y del enriquecimiento ilícito, porque –paren un poco– mucho pueblo argentino no ha olvidado su capacidad patrimonial y estilo de vida del 83 y la metamorfosis del contraste que explican y predicen exhibiciones y ostentaciones personales en la actualidad las que, esta vez, nos llevan a coincidir con la apabullada señora de los almuerzos: "¡Así no!".