Democracia o dedocracia
El proceso electoral representa un nuevo capítulo de las crisis de representatividad y participación que viven los partidos políticos, y que destruye el principal fundamento de la democracia.
En su célebre Diccionario del Diablo, ese gran narrador y excelente periodista que fue Ambrose Bierce (1842-1914) definió al elector como el hombre que "goza del sagrado privilegio de votar por candidatos que ya eligieron otros". El sistema democrático ha sido tan desfigurado por sus proclamados defensores (y directos beneficiarios), que pervirtieron uno de sus principales fundamentos: la representatividad.
¿Los candidatos representan verdaderamente a un partido determinado? ¿O son lo que son: representantes del dedo del "gran elector", es decir, del caudillo del movimiento en el que militó para acumular los méritos necesarios para ser presentado ante el electorado como el más leal, honesto y capaz de sus servidores? ¿Servidor del pueblo, del dedo o de sí mismo?
La experiencia argentina de casi tres décadas de extraña democracia, que ha destruido a los partidos (aunque la teoría política se empecine en advertir que no puede existir democracia sin partidos políticos), demuestra que se votan individuos en general desconocidos, ungidos por el "dedazo", según nuestra bizarra tradición.
Nuestros desvaídos partidos padecen, además de la crisis de representatividad, la crisis de participación. Ésta suele ser neutralizada en forma parcial mediante el alquiler de aplausos de marginados, a cambio de un puñado de pesos, de la ayuda social y de todo tipo de prebendas.
No es de extrañar, entonces, que el dedo de la presidenta de la República haya elegido el candidato a jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires por el kirchnerismo entre tres postulantes que concurrieron a Olivos a pedir su bendición, y sin saber cuál de ellos sería nominado. Esto sucedió luego de una costosísima campaña por parte de dos ministros del Poder Ejecutivo nacional y un senador nacional, sobre los cuales bien podría sospecharse que usaron (y seguramente seguirán usando) los recursos y medios que brindan los aparatos de ambos poderes.
Lo mismo sucede en otros partidos. Sólo para recordar algunos ejemplos, vale mencionar que José Manuel de la Sota y Juan Schiaretti acordaron entre ellos el binomio a la gobernación por el peronismo cordobés y los principales candidatos a legislador provincial y a intendente de la ciudad de Córdoba, entre otras designaciones.
Otro tanto hizo Luis Juez, pese a que proclama que representa a la nueva política. Se designó a sí mismo y al candidato a vicegobernador, y guarda en silencio las nóminas a legislador provincial y para la intendencia de Córdoba.
Para varias postulaciones, la elección interna del radicalismo también fue un trámite formal.
Los constitucionalistas argentinos no previeron la ominosa distorsión que produciría la democracia indirecta, reducida hoy a la votación de candidatos previamente votados por círculos cerrados de dirigentes.