Decadencias femeninas: ¿por qué los tipos regalan basuras?
"Los mejores amigos de las chicas son los diamantes", cantaba Marilyn allá por los cincuenta. Este tema ha quedado como un baldón de la decadencia femeninas en estas épocas aciagas, porque, amiga mía, dígame la verdad ¿alguna vez en su puta vida le regalaron un diamante?
Es probable que la decadencia que hemos sufrido las mujeres en materia de regalos pueda atribuirse a varios factores: a) que los hombres se han vuelto más prosaicos y en lugar de diamantes prefieren un lavarropas para que, de paso, les lavemos los calzoncillos; b) el peso de la crisis, la economía de mercado, la caída del padre y otros; c) que las mujeres venimos distintas.
Por una vez perdonaré a los pobres varoncitos, omitiré el mambo sociológico y me atendré a la clase de mutantes en que nos hemos convertido las mujeres desde Marilyn hacia acá. Creo que por esta desviación de nuestra naturaleza antes tan sensible a diamantes y desmayos, los hombres han terminado por regalarnos basura.
Y si de mutantes se trata, nada mejor que volver la vista hacia mí misma.
Escribiendo un destino
Mi papá era un señor polaco de la vieja escuela que creía firmemente que todas las putas eran francesas, y a las mujeres rubias las raptaban y las llevaban a trabajar en los prostíbulos del Sur. Poco demoré en descubrir que era además un fabulador.
Pasé la mejor parte de mi juventud esperando ese rapto... vanamente. Dentro de su curiosa concepción del mundo, adoraba las pieles y las alhajas. El único objeto de oro que tengo es una pequeña esclava que celebra mi título de maestra, obsequiada por él, por supuesto. Aún se mantiene allí porque no me la puedo sacar, y en consecuencia perder o empeñar como hice a lo largo de mi pobretona vida con cualquier alhaja que superara el latón.
Así fue como al cumplir mis 15 años decidió obsequiarme un maravilloso tapado de piel, con el cual cualquier mujer como Marilyn hubiera muerto de la emoción. Pero la perversa mutación ya había comenzado a ocurrirme. Así que, a cambio, le pedí una máquina de escribir portátil. Mi suerte estaba echada. Sería fantástico poder atribuirlo a un precoz sentir ecologista o a una vocación en flor, pero faltaría a la verdad. Un tapado de piel me parecía esencialmente poco práctico y menos divertido que una máquina. Cuando una adolescente piensa así, ya nada exultante, glamoroso o sexy puede esperarse de ella, y eso incluye por supuestos nuestros más apreciados espejos: los varones.
Y sobre cualquier anécdota personal vino la vida, que nos sacó de esa quietud donde todavía había espacio para algunos pecados exultantes, como la pereza y la lujuria, y de una brutal patada nos puso de lleno en el mercado a ganarnos nuestro sueldo, nuestra estima y nuestro infarto. La moda nos acompañó y todo se hizo menos rococó, más práctico y más barato. Los varones se desconcertaron, pero algo les quedó claro: ya no somos las obedientes compañeras y amantes madres de sus hijos. Adelante de ellos tienen estas mutantes, que a veces los eligen como padres y compañeros, y a veces se las arreglan tan felices con una probeta.
¡¿Qué regalarle a estos bichos, capaces de competir fieramente, e incapaces de aceptar un "para toda la vida"?!... Entonces, un lavarropa se vuelve una buena opción; y si te gustan los diamantes... jodete!