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De periodistas, patotas y patoteros

*Por Osvaldo Pepe. No hacía falta que el Departamento de Estado de EE.UU. alertara, como lo hizo, sobre las trabas para el ejercicio del periodismo en la Argentina .

Los periodistas argentinos críticos ya sufríamos esto en carne propia desde que el Gobierno decidió librar una "guerra santa" contra los medios no subordinados al poder, que prefiere visualizar como una lucha de intereses y no como la inevitable tensión entre funciones contrapuestas de gobiernos y medios en democracia.

Los periodistas dirigimos en estos días nuestras demandas a la posibilidad de preguntar , la raíz más básica de la profesión, hoy bloqueada.

Queremos preguntar ante un Gobierno que no da conferencias de prensa . La Presidenta cortó de cuajo esa posibilidad en vísperas de una nueva celebración del primer grito de libertad de la Patria incipiente, aquel que la iconografía escolar reflejó por décadas con el simbolismo de "el pueblo quiere saber de qué se trata" . La Presidenta fue clara: "Para información oficial están mis discursos" .

No al diálogo, sí al monólogo.

El poder sólo habla consigo mismo, en cadena nacional y ante auditorios complacientes.

Soportamos escraches, juicios públicos, carteles amenazantes, campañas públicas difamadoras, acusaciones ominosas grabadas casi como un estigma en el inconsciente colectivo. Además de la rutina de los acosadores cibernéticos , que con sus bravatas vía e-mail creen que amedrentan, cuando sólo dan pena .

La intolerancia a los medios ha contaminado a quienes dicen combatir estos atropellos. Lo mostró la agresión que sufrió un equipo de periodistas del programa ultra K 6,7,8 durante una marcha opositora para reclamar independencia del Poder Judicial. Conviene ser claros.

No hay patotas buenas y malas . Hay patotas o actitudes patoteriles, y siempre son nefastas . Lo fueron también los batatas del Mercado Central durante el menemismo. Parece que aún no se fueron de allí , que sólo cambiaron de amo . Las patotas de la dictadura secuestraban y mataban ciudadanos. Las de ahora, aunque se disfracen de una falsa épica, quieren matar las palabras.

Como el diputado Kunkel en Bariloche cuando en un acto hostigó a los gritos a Mariano Obarrio, periodista de La Nación. Cuidado. Cuando en una sociedad la palabra muere, es señal de que otras muertes simbólicas pueden sobrevenir.