De Milani a Bari del Valle Sosa
Mientras Aguad se desprende de Chighizola y peligra el voto cautivo de la "familia militar".
Escribe Carolina Mantegari
analista cultural de temas militares
especial, para JorgeAsísDigital
"Tenés que irte", le dijo Oscar Aguad, El Milico, Ministro de Defensa, a Horacio Chighizola, El Radical Giavarinista, Secretario de Asuntos Militares y Estrategia Militar.
Pero Chighizola resistía en su puesto. Estaba por armar un piquete metafórico en el solemne ministerio que ya no era importante.
"Se te puede ofrecer una embajada, Nicaragua".
Para el señor Ministro, el Señor Secretario era un incompetente cordial. No aguantaba siquiera que lo presentaran la prensa como su "segundo". Porque "segunda" era, en realidad, la señora Graciela Villata, La Blonda, Secretaria de Servicios Logísticos.
Al día siguiente, el Radical Giavarinista (de la influyente línea del ex canciller Rodríguez Giavarini) tomó aire y replicó la idea del raje con una contra-oferta.
"Nicaragua no, pero Méjico sí".
Con paciencia infinita, El Milico argumentó:
"Méjico está ocupada, hablé con Faurie y hoy sólo te puedo ofrecer Nicaragua".
Transcurrió la velada descalificación del señor embajador en Méjico, por la anécdota de haber saludado en zapatillas, y pantalón corto, al plantel del buque escuela.
"Si no es Méjico, quiero ser director en YPF".
Al final, Chighizola pudo conformarse, hasta hoy, con el encendido homenaje del editorial de Julito, solidario amigo de La Nación. El diario que en materia económica, financiera y administrativa atraviesa una situación de angustia. Como la del gobierno que defiende, con desesperación.
Al cierre del despacho, la señora Paola Di Chiaro, la jovial sucesora, se adapta al puesto con precipitada inteligencia estratégica y sin tensiones.
Tal vez ni sospecha Di Chiaro que los malignos la definen como virtual "Interventora".
Y todo por contar con el respaldo moral de Marcos Peña, El Pibe de Oro.
Submarino extraviado
Aguad mantiene, de todos modos, su pronunciada tendencia hacia las situaciones límites. En la proximidad, a su pesar, del escándalo.
Fue el Ministro (liquidador) de Comunicaciones. Donde debió gestionar la complicada cuestión del Correo, papelón que aludía sensiblemente a la familia presidencial.
Pero también debió encarar la mega-fusión Cablevisión-Telecom. Aludía a las tramitaciones del otro poderoso legitimador que sostiene al gobierno, el Grupo Clarín.
Despachado el molesto y último dossier, carecía de sentido que Comunicaciones continuara como ministerio. Aparte, los deberes, todos difíciles, estaban cumplidos.
Por su eficiente lealtad, Aguad pasó a Defensa, el ministerio intrascendente que pertenecía a los radicales.
Justamente el radical Martínez dejaba de ser el ministro, para pelear por la relevante senaduría de La Rioja.
Entonces Aguad asumió en Defensa poco antes que a la Marina se le extraviara, en el sur, el submarino ARA San Juan. En medio de la misteriosa misión que derivó en el desastre de 44 muertos.
La catástrofe del ARA San Juan motivó cambios rotundos en la conducción de las Fuerzas Armadas.
En desmedro de los Jefes de Estado Mayor de cada arma, que retrocedían ante el avance irresistible de la nueva estrella.
El general Bari del Valle Sosa, titular del Estado Mayor Conjunto.
En su ascenso, Bari del Valle Sosa supo maniobrar entre la incertidumbre desatada por la desaparición del submarino.
Sugirió el digno descabezamiento del almirante Srur, que de entrada se llevaba mal con el ministro. Y del general Suñer, que hasta se permitía la osadía de desafiarlo.
A Srur, El Paisano, Sosa lo suplantó por su segundo, el almirante Villán, un infante de marina que es leal al "sosismo" desde la primera hora.
Y al general Suñer lo suplantó Sosa por el general Pasqualini, El Cadete, un militar honesto y sin iniciativas que, con dulce modestia, se le reporta.
El Schwarzkopf de Maceta
La problemática de las Fuerzas Armadas es marginal. Dejó de resultar interesante. Hoy recupera un cierto interés apenas por el mercado inmobiliario, que maneja el joven Ricardo Lanús, un "gabellista" para colmo decente que quiere ser alcalde de San Isidro. Tiene a su cargo la Administración de los Bienes del Estado, y del Ejército, para liquidar, está el gran campo de Remonta, cerca de Inriville, con miles de cabezas de ganado. Y un centenar de hectáreas situadas en Puerto Madero, al costado de Buquebus.
Al margen de estas delicatessen inmobiliarias, pocos conocen, por suerte, el apellido de los jefes de Estado Mayor.
Tampoco interesa si los soldados voluntarios comen o no. Los devuelven con hambre a sus casas lejanas, a las dos de la tarde.
Menos importan los misericordiosos inconvenientes de la obra social. Y se ignora la influencia intelectual que mantienen los militares retirados, ante el desprestigio ascendente de los militares en actividad.
Basta para madrugarlos que saque pecho, con una carta, un "héroe de Malvinas", como el coronel Duarte. Para que en los regimientos se produzcan turbulencias orales.
Desde el final del Proceso Militar -unánimemente denominado Dictadura-, las diversas versiones de la democracia nunca supieron muy bien qué diablos hacer con las Fuerzas Armadas. Ni se atrevieron a inventarles una guerra, al menos para que se entretengan. Las recortaron con culpas relativamente justificadas. Las debilitaron presupuestariamente. Las ignoraron.
Después de las inofensivas rebeliones gremiales de los Cara Pintadas, abandonaron el primer plano. Para dedicarse, en el tramo complementario, a sobrevivir.
En el presente siglo, sólo a través del general César Santos del Corazón de Jesús Milani, El Seductor de Sexagenarias, recuperaron ciertas migajas de interés.
Milani supo acumular, desde la inteligencia, un excesivo poder. Para acabar preso por una "causa de lesa", de cuando tenía 21 años.
Como epílogo el suyo es curioso: Milani es considerado un preso kirchnerista que debe cuidarse de los presos del kirchnerismo (que siguen presos).
Ni sospecha que se lo suele extrañar en los cuarteles. Pero por ningún motivo heroico. En tiempos de Milani, de los cuarteles salía humo. Brotaban olores. Por los asados.
Así como el general Milani pasa a la indiferencia de la historia como el militar emblemático del kirchnerismo, para interpretar las claves militares del Tercer Gobierno Radical -que preside Mauricio Macri, El Ángel Exterminador- habrá que detenerse en la admirable peripecia del general Bari del Valle Sosa.
Los retirados, no sin rencor, lo llaman El Schwarzkopf de Maceta (por Norman Schwarzkopf, un general de Estados Unidos considerado "héroe de guerra").
Del Valle Sosa es un militar de infantería que, cuando mandaba Milani, estuvo en la congeladora de la Disponibilidad. Es admirable el trayecto que lo condujo a ser el hombre fuerte, durante el macrismo.
De la congeladora de Milani supo rescatarlo el sucesor, el general Cundom, Cambá. Fue quien lo puso en el Estado Mayor Conjunto.
Es desde donde Sosa comenzó a tejer, a través de la explotación de la desconocida identidad PRO.
Primero, por su cercanía lateral con el presidente interino y senador Federico Pinedo.
Segundo por una providencial ventaja cronológica. Por la gloria del onomástico. Por haber nacido el 8 de febrero de 1959, exactamente en el mismo año, y el mismo día, que el Ángel Exterminador.
Mauricio Macri y Bari del Valle Sosa. Dos acuarianos. Gemelos. Dos Chanchitos de Tierra. Tenían que llevarse bien. El destino estaba marcado.
El voto militar
Es aquí donde se produce la innovación técnica que irrita a los militares clásicos. Tradicionalmente, el Estado Mayor Conjunto fue un mero organismo coordinador.
Pero por los atributos de Sosa se convierte, de pronto, en el factor principal de poder.
Se coloca a la jefatura del EMC en un plano superior al de los Jefes de Estado Mayor del Ejército, la Marina o la Fuerza Aérea.
Los conduce. Y los jefes de las tres fuerzas -peor aún- le obedecen.
Es el militar interventor del PRO, el Schwarzkopf de Maceta los mantiene seducidos, tanto al Milico como al Ángel.
Aunque el voto de la "familia militar" haya dejado de estar cautivo.
Por la decepción, y el desencanto que producen las promesas no cumplidas durante la campaña, peligra la condición de voto cautivo del macrismo.
Y aquel voto, por supuesto, nunca va a emigrar hacia el kirchnerismo, aún considerado el enemigo.
Pero se aguarda, con más ansiedad que simpatía, por la gestación de otra alternativa, vinculada irreparablemente al Peronismo Perdonable.