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De Marx a Alperovich: ya lo ví

* Por Román Lejtman. Una noche en Manhattan, Carlos Menem bajó al lobby del hotel cinco estrellas y pidió que tocaran en el piano Extraños en la Noche.

La versión fue histórica: un presidente de la Nación, en gira oficial, escuchaba un clásico americano ejecutado por un argentino prófugo de la justicia, acusado de lavar dinero del narcotráfico. A nadie le importó. Estaba en la cima del poder, imponía el Consenso de Washington y era la figura estelar en la reunión anual del Fondo Monetario Internacional.

Para esa época, mediados de 1992, Tim Robbins ya había estrenado la película El Ciudadano Bob Roberts, que cuenta la historia de un político que toca la guitarra sentado en una silla de ruedas para lograr una banca en el Senado de los Estados Unidos. Es conservador, carismático: en una de las escenas finales, mientras canta en su silla de lisiado, se observa como mueve su pie al ritmo de su guitarra folk. No estaba tullido, sólo quería llegar al poder. La gente aplaudía. Los canales sumaban rating. Negocio redondo.

El primero de enero de 1852, un editor llamado José Weydemeyer pretendía publicar un semanario político en New York, y le pidió a su amigo Carlos Marx un ensayo sobre los golpes de Estado. Durante semanas, Marx envío a Manhattan su trabajo, que Weydemeyer jamás publicó por razones económicas. A causa de este accidente editorial, se conoció El 18 Brumario de Luis Bonaparte, una obra clave en la literatura marxista cuyas líneas iniciales del primer capítulo, el mundillo político repite como un slogan: "Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa", escribió Marx a principio de 1852.

Creo que hay una frase mejor, que está en la profundidad de la obra: "Si en todas las épocas la estabilidad del poder público es el alfa y el omega para todo el mercado monetario y sus sacerdotes, ¿cómo no ha de serlo hoy, en que todo diluvio amenaza con arrastrar junto a los viejos Estados las viejas deudas del Estado?", explica Marx en el capítulo VI del ensayo.

Palito Ortega ganó las elecciones a gobernador en Tucumán, apoyado por Carlos Menem y su carisma de cantante popular. Fue un fracaso político que dejó paso al general Antonio Domingo Bussi, un golpista represor que logró la gobernación prometiendo mano dura y transparencia en la gestión pública. Después llegó Julio Miranda, que es recordado como una sombra política, un gobernador caracterizado por su violencia y mediocridad. Miranda entregó el poder a José Alperovich, que aplastó a la oposición y obtuvo un triunfo histórico: 70 por ciento de los votos. Una cifra que, en la región, sólo fue superada por Fidel Castro en Cuba y Rafael Trujillo en la República Dominicana.

A los festejos de Alperovich y su familia, caracterizados por mozos de smoking y guantes blancos que servían champagne frappe, se sumaron los ministros Florencio Randazzo y Amado Bodou, que llegó a la gobernación tucumana caminando y sin su guitarra. Sonreían, saben que el poder no termina en 2011.

Joseph Stiglitz, premio Nobel como Henry Kissinger o Yasser Arafat, elogió la fortaleza de la economía nacional. Igual sucedió con Carlos Menem, cuando usaba los parámetros del Consenso de Washington y la miopía de la Escuela de Chicago.

Yo lo vi.

Durante el Siglo XX, antes que Menem bajara al lobby, El Ciudadano Roberts tocara la guitarra y Castro venciera en su enésima reelección, Gabriel García Márquez escribió en Cien Años de Soledad: "En cualquier lugar que estuvieran, recordarán siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera".