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De buena madera

*Por Cecilia Salinas. La idea fue y es hacer esculturas de árboles caídos. Los artistas trabajan in situ en la plaza Independencia. Hasta mañana hay tiempo de respirar tanto arte allí, al aire libre. Los artistas, las obras y el público.

Unos escalones antes de llegar al encuentro de los escultores en la Plaza Independencia, se siente el maravilloso aroma y un ruido de sierras que lo llena todo. A los costados del escudo, están distribuidos, cada uno con un tronco, sobre una alfombra de aserrín, con el formón, la maza o la motosierra. El perfume: el cedro libanés por encima de otros, de los cipreses, pimientos y olmos de Turquestán.

"Esto es como un amistoso en el fútbol", dice Luis Humberto, sentado sobre su escultura que ya va teniendo el rostro humano y un cuerpo apoyado sobre la madre tierra, por la que corre el agua de las montañas. El hombre yace: hay rutas de la nueva minería. "Lo bueno es que la gente de Mendoza no está acostumbrada a ver esto", dice Nicolás Güercio, "como escultor, es una experiencia alucinante, nos encontramos, nos nutrirnos de los trabajos del otro, de las técnicas".

De paso, el tema de las máquinas grandes, las motosierras que también van pasando entre todos y que hacen saltar astillas acá y allá, haciendo huecos, luchando con las nudosidades de esos antiguos habitantes de la ciudad.

Estos cuerpos gigantes que descansaban en el "cementerio" de la Municipalidad de la Capital, ahora reviven en manos de los artistas, ante los ojos alucinados de los que pasan y se quedan, viendo el proceso. "En memoria de los árboles" de Adrián Manchento, va a traer un recuerdo: "el árbol en vida es hogar de los pájaros", con el trabajo de calado, esas siluetas reaparecen. Hay un tótem de Facundo de la Rosa cuyas líneas curvas van siguiendo lo que la madera propone. Hay bocetos y abandono de bocetos, hay "zapada", juego y símbolos que el material va proponiendo: el agua, la tierra, el hombre.

También hay un "panfleto contra la cultura" de manos de Darío Zangrandi y unas formas que Chalo Tulián (el "patriarca", que camina por entre las esculturas) tiene preparadas para armar una composición. El ruido, las materias entre el bruto y la forma de hombres, de pájaros, las conexiones cósmicas. Las expresiones de los espectadores de esa marea de trabajo, de concentración que de tanto en tanto se corta con un mate o las tortitas que acerca el "loco Juan".

A diferencia de lo que sucede en otras provincias como el Chaco o en Chile, este encuentro es eso, no es concurso. Además de la amistad compartida, el conocimiento de años entre los artistas (consagrados o emergentes), unidos por la intensa gestión de Federico Arcidiácono ("hizo posible esta ilusión", se comenta), hay una admiración mutua en el intenso trabajo que, también a diferencia de otros encuentros, dura una semana: "eso hace que tengas que adaptar el tiempo con el tamaño de tu obra y la forma que vas a darle", comenta Melto.

El proyecto, craneado por Arcidiácono desde hace tres años es ahora una realidad fascinante,y que se desea como proyecto perdurable, como los árboles de nuestra ciudad, que vuelven a ver el aire, erguidos, con nuevos mensajes.

La voz de un chico, que mira extasiado: "Son unos grossos. Éstas son obras de arte de verdad".