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Dar sentido al esfuerzo

El frustrante panorama laboral que enfrentan actualmente los jóvenes los posterga en su ascenso social.

Los acontecimientos económicos y políticos de los últimos meses, caracterizados por la recesión, el desempleo, los severos problemas pendientes de decisión en países y continentes, seguidos por los movimientos de protesta desarrollados en el escenario europeo y en los Estados Unidos, han puesto de relieve la difícil situación que enfrentan particularmente los miembros de las generaciones jóvenes, cuyas edades se ubican entre los 16 y los 24 años. Se trata de un proceso todavía en curso, con incierto desenlace, que ha venido provocando tensiones que no cesan y que se manifiestan tanto en macrociudades como Madrid, Londres o Nueva York como en el espacio íntimo de las familias.

Los movimientos juveniles de "indignados" convocaron la atención general y su protesta revela algo más hondo que un reclamo justificado porque los puestos de trabajo se han transformado en un bien escaso. Ha crecido el temor de que caduque la posibilidad del ascenso social, expectativa movilizadora de las legítimas aspiraciones de los jóvenes, y los lleva al estudio y el trabajo como vías lógicas de un futuro mejor.

Si trasladamos la mirada de los sucesos externos a la realidad social de nuestro país, advertimos ya desde hace tiempo un horizonte frustrante para un vasto sector de la población juvenil, que debiera avanzar para constituirse en la dimensión activa del país. Tres datos adversos denuncian esa situación. En primer lugar, la desocupación afecta al 25 por ciento de nuestros jóvenes. En segundo término, alrededor de un 50% logra empleo sólo en condiciones informales, con carácter inestable, bajos sueldos, sin seguridad social. Por último, alrededor de 800.000 jóvenes no trabajan ni estudian, de modo que su vida transcurre en un contexto de pobreza estructural, en la que no satisfacen necesidades mínimas ni disponen de servicios básicos. El Observatorio de la Deuda Social Argentina agrega que un tercio de los jóvenes que trabajan por cuenta propia, al carecer de la actualización técnica necesaria, reduce notoriamente otras posibilidades de desarrollo personal y económico.

La vida cotidiana de una caudalosa franja de jóvenes, verdaderos postergados sociales, padece los males de una existencia limitada por carencias elementales. Captar la densidad social de la cuestión planteada, comprender la injusta decepción que produce en tantos jóvenes no poder realizar un plan de desarrollo personal para salir de la marginación en la que viven, agudiza la necesidad social y política de no claudicar en el tratamiento del problema con planes y medios más eficaces.

La educación es el camino lógico de preparación para destinos de ascenso social; lo pierde quien abandona esa senda. Ahora bien, la perspectiva de movilidad positiva que promete el aprendizaje tiene que ir unida a una política laboral que promueva una continua apertura de opciones de trabajo formal que den sentido al esfuerzo.