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Daniel Fanego: "El ego te nubla la vista"

*Por Juan José Santillán. Mañana debuta con "El especulador". Hará el texto de Balzac en el Teatro San Martín. Aquí habla de cómo modeló su carácter y del oficio del actor.

Caminando por Saavedra, su barrio actual, Daniel Fanego marca dos lugares a cara y cruz. "Acá, en esta esquina, cantaba Goyeneche. Y en la misma cuadra de mi casa, allá, vivió López Rega". Parodoja o contrapunto, esta zona de veredas anchas arma una interesante constelación de celebridades en el engrudo nacional. Desde su casa, donde ganó una batalla contra la humedad de cimiento -"me cansé y le di yo mismo con un cortafierro. Me quedó horrible y llamé a los albañiles", dice-, nos movemos a un bar, su verdadero búnker, por donde desfila su fuerza de choque con puños de algodón. Se trata de un grupo de meseras, veinteañeras, con delicados piercings en la nariz y sonrisas de Colgate, que lo tratan como a un Ron Wood de zona Norte. "Dani siempre va a ser mi galán", dice una de ellas.

Camaleónico y sereno, con el aplomo de los 35 años de trayectoria que cumple este mes -debutó el otoño del ´77 con la pintoresca y célebre La lección de anatomía -, Daniel Fanego vuelve mañana al San Martín con El especulador , una comedia de Honoré Balzac dirigida por Francisco Javier, donde comparte escena con Elena Tasisto y Walter Quiróz. "Leía el texto de Balzac y decía: ‘¿Cómo carajo se hace esto?’ -dice el actor-. Al principio, supuse que estábamos frente a una farsa y Francisco Javier me dijo que es una comedia con escenas de realismo. Me costó mucho encontrar ese registro cómico, porque debo tener una gran ligereza y velocidad de asociación en el personaje." En tu primera experiencia como director, allá por el ´94, con la obra "Roberto Zucco", comentabas que elegiste ese proyecto porque varios directores se molestaban con vos y en los ensayos te decían "por qué no agarrás una obra que te guste, la hacés y me dejás de joder". ¿Fue así? ¿Cambió esa forma de pararte frente a un director? Sí (ríe), era insoportable. Soy metido y tengo mi mirada, aunque con los años aprendí a respetar los roles. Antes era más imprudente. Me costó abandonar esa actitud y dejarme dirigir. Me parece que la madurez trajo claridad con respecto a los espacios que debo ocupar. Ahora estoy en un lugar mucho más placentero, disfrutando del escenario y del momento físico de un ensayo.

Si uno lee entrevistas tuyas desde los ochenta para acá, se destaca una característica: ibas con los tapones de punta en la mayoría...

¿Cómo es eso? No recuerdo bien.

Hay de todo. Por momentos mostrás tu ego, en otros casos marcás tu origen y tu mirada sobre lo te que rodea, pero siempre te esmerás en delimitar tu espacio.

Sí, en esa época era muy joven, recibí los rayos de la fama pronto y el ego me afectó, al punto, que se volvió un gran enemigo del trabajo. El ego te nubla la vista y te jode para comunicarte con el otro.

¿Hay algún territorio de tu oficio donde esa maduración de la que hablás te dio más frutos? Sí, el teatro, porque es algo esencialmente colectivo. El teatro es lo que genera más conmoción en el actor porque, además, te enseña a transitar mucho tiempo de convivencia con otros.

En la tele, si hacés una tira, supongo que también convivís con un entorno mucho tiempo.

Es distinto. El tiempo de creatividad que compartís en el teatro es muy concreto y puntual, está muy enmarcado. Tanto en el cine como en la televisión, el actor debe ser muy cuidadoso de su propia concentración, porque toda la estructura de trabajo conspira contra eso. En el teatro estás concentrado per se , es una experiencia única que sólo queda en la memoria de los que asistieron. Tiene una capacidad de transferencia directa de intensidades que ni a palos alcanza el cine o la tele.

¿Cuál fue tu estrategia de actuación para "El especulador"? Llegar con la letra sabida, cosa que hago hace unos años y me da muy buenos resultados.

¿Antes no lo hacías? No, era un actor que estaba en "búsquedas más subjetivas". Descubrí hace poco que siempre es más fácil olvidarse de la letra que aprenderla. Prefiero saberla y después, sí, poder modificarla. El cuerpo en escena te dice qué sí y qué no frente a un determinado texto.

Hablabas de la potencia que tiene el teatro como acontecimiento ¿Qué te marcó como espectador? Creo que en el ´73 o en el ´74, estuve en el estreno de Las brujas de Salem , dirigida por Agustín Alezzo, en el Blanca Podestá. Cuando lo vi a Alfredo Alcón dije: "Yo quiero hacer eso". Admiro mucho a Alcón.

¿Qué te queda después de 35 años de trabajo? Yo uso un término cuando doy clases: memoria del trabajo, en contraposición a la memoria emotiva o sensorial. Les digo a los actores que hay una memoria del trabajo que funciona desde el momento en que das tus primeros pasos. Es una memoria del oficio, muy concreta, en la que creo profundamente. Yo me construí así, no me formé en academias o con profesores. Mirá, en 35 años me queda la importancia de la labor colectiva, la insistencia y la prepotencia del trabajo.

A lo Roberto Arlt.

Y sí, es por ahí. Hay que mantener la manía de insistir y esa prepotencia de buscar. Es un buen camino.

¿Hay un quiebre en la forma de ver tu labor después de fundar Teatro x la identidad? Totalmente, porque es algo que me transciende. Para agosto, dentro del ciclo, preparo junto con dirección de Pompeyo Audivert y texto de Patricia Zángaro, una obra acerca de Pablo Podestá. Tomamos el momento en que él se queda sin letra, en Rosario, mientras hacía Barranca abajo . De ahí, Podestá se fue a una clínica psiquiátrica de la que no salió más. Lo voy a interpretar con Manuel, mi hijo. En lo personal, esta edición del ciclo se resignifica de una manera muy potente.

¿Cómo es la relación con tu hijo como actor? Estoy conmovido por eso. Lo pude subir al escenario del Cervantes cuando reestrenamos A propósito de la duda , hace dos años. No sé cómo haremos para trabajar juntos, él tiene treinta años. Por empezar, está bueno que nos dirija otra persona, sino andá a saber la que se nos arma en los ensayos.