Cuando volvió de Cuba
El mito de la cero injerencia se desvaneció justamente después del último regreso.
Previa: Alternativas sustentables
“Vamos a volver”.
Cumplieron con la palabra coreada.
Volvieron. ¿Como antes? Peor que antes.
Temerosos exponentes de la Argentina Blanca aún no pueden resignarse.
Cuesta aceptar que el 50 por ciento de la sociedad prefiere ser conducida por los que arrastran severas causas de corrupción.
En simultáneo, los que apuestan otra vez por el kirchnerismo que emerge, tampoco comprenden por qué un gobierno desperdiciado e inútil parte con el 40 por ciento de aprobación.
Fundamentalismos de ambos esquemas reflejan balances que impresionan.
Mientras al 50% no le molesta la chicana de ser gobernados por corruptos, el 40% prefiere insistir con la chicana de los inútiles.
Queda un 10 para distribuir entre la marginalidad de la izquierda y para la marginalidad del liberalismo. Queda un puntito para el evangelio.
En Argentina abundan las alternativas sustentables.
Carolina Mantegari
Para que Alberto El Estadista se asegure el caramelo de madera de la centralidad es necesario que La Doctora vuelva a desplazarse, pronto, hacia La Habana.
Con La Doctora instalada en Uruguay y Juncal, en el piso que admitió superiores desfiles, por mera presencia se reproduce el desgaste de Alberto. Pasa a ser lateral.
Empresarios que persisten. Periodistas que buscan certezas sobre el próximo gabinete. Lobbystas ingeniosos y buscapinas entrañables se encuentran pendientes de los movimientos de La Doctora.
Cuando volvió de Cuba la que saltó, admirablemente, desde el foso del agravio hasta el centro del poder.
Desde el primer sopapo electoral de agosto (cliquear), propinado a Mauricio, El Ángel Exterminador, La Doctora se mantuvo en un legitimado segundo plano.
Alternaba la monotonía de las presentaciones de “Sinceramente”, libro compuesto para homenajear a su marido extinto, con las desgarradoras excursiones hacia La Habana.
Desplazamientos que resultaban favorables en la coyuntura política.
Otorgaba fundamentos a quienes sostenían que la dama preparaba un digno abandono.
A esta altura de su peripecia, la abuelita repentinamente dulce confortaba su espíritu por haber expulsado a Macri, adversario recíprocamente ideal.
Como Teresa Batista, la heroína del narrador Jorge Amado, La Doctora estaba “cansada de guerra”.
Se retiraba, creían, los tontos.
Cuba le permitía estirar el desenlace del conflicto que se obstinaban, desde la prensa, en adelantarle.
Entre Alberto, por una parte, junto al blindaje de aluminio de los gobernadores, los tradicionales románticos del PJ y los sindicalistas que aún se aferran a la alucinación del peronismo.
Y en la otra banda La Doctora, con la tersura progresista del Frepasito Tardío de cristal.
Junto a La Cámpora, organización que le respondía. Consagrada Agencia de Colocaciones donde atendía Máximo, En El Nombre del Hijo, junto al doctor De Pedro, El Wado.
El mito de la cero injerencia
La magnitud de la ausencia, en La Habana, era redituable. Generaba el vacío, que fue aprovechado por los amigos de Alberto. Los que suponían crear el albertismo.
Es cuando florece el mito de la “cero injerencia” de La Doctora.
Proliferaban en emisiones de cable los nombres de los elegidos por Alberto. Ideales para conducir un municipio de mediana intensidad.
Mientras tanto transcurría el tiempo de nadie. Dinámica tenue del desgaste del que se iba -Mauricio-,y del que venía -Alberto- que ensayaba consignas de colegio secundario para aplicar en política internacional.
El mito de la cero injerencia se desvaneció justamente después del último regreso.
Cuando la viajera convocó a Alberto el Estadista al departamento marroquinero, junto a Máximo, En el Nombre del Hijo.
“A ese no lo quiero ni como chofer”, le habría dicho La Doctora a Alberto El Estadista, por determinado indeseable propuesto para conducir algún organismo con caja propia.
La Doctora también se refirió al héroe inmaculado que había sabido ahorrar durante el segundo reinado. Aspiraba jurar de nuevo por la Patria.
“Ese me c… en 2015 y me c… en 2017, no se te ocurra traerlo ni para servir café”.
Como aquel otro que “se había largado a hablar mal de nosotros cuando estábamos rodeados”.
Desplantes probablemente inventados que adquirían la dimensión de reales.
En adelante, los mencionados que mantenían planchado el traje azul ya se mostraban vacilantes. Respondían “aún no sé nada, hasta el 6 de diciembre nadie sabe si moja”.
La ambigüedad contrastaba con la aceleración de La Doctora para facilitar el control del Legislativo.
Con un par de jugadas diseñó un parlamento a la carta. Con una lectura coherente con el resultado electoral.
Arrastrar la marca
La Doctora “arrastra la marca”.
Lo deja a veces suelto a Alberto El Estadista. Algo vacío. Gastado.
Podría aprovechar el tiempo para entregarse mansamente al sucesivo festival de las equivocaciones relativas a la nueva especialización en política internacional.
La Doctora lo reduce, lo neutraliza, lo vuelve al cauce natural. Como si de pronto fuera un secretario habilitado.
Con Perón en el país Cámpora no podía ser presidente. Ningún Lastiri.
La Doctora no es Perón pero Alberto tampoco es Cámpora. El tema es más complicado.
«Es un muchacho que no sabe delegar».
«Nadie puede hacerle la menor sombra». Sólo La Doctora lo transforma en un personaje lateral.
Lo grave es que, en los centros de poder real, toman el vodevil nacional con alguna seriedad.
Hasta la franquicia de temerle. Califican a La Doctora como “bolivariana”. Que se lleva demasiado bien con Putin. Con Ji Jinping. Con Francisco.
Después de tantas peregrinaciones a Cuba -por una cuestión de salud familiar que podría tratarse mejor en Alemania- los americanos del norte razonan con precaria simpleza.
Desconfiados, incluso, por las enigmáticas reuniones que tal vez, en el fondo, ni siquiera existen.
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