Cuando Sara Facio me fotografió
Finalmente llegó el gran día... ¡Sara Facio iba a tomarme fotos!
A la posteridad haciendo un papelón
Ella misma con sus manos, sus ojos y su cámara: la que fotografió a Cortázar, Carpentier, Neruda, Bioy Casares y... La idea me había paralizado durante meses y cuando la cita ya tenía día, hora y lugar, no me quedó por hacer ningún desastre hasta culminar en un atroz papelón.
Aunque me parece genial la frase de Borges "La posteridad nunca ha hecho nada por nosotros", jamás pude hacerla totalmente mía. A mí la posteridad me importa, aunque mis choznietos, que son quienes podrían disfrutarla, me interesen tres cuernos.
No sé bien si lo mío es un acto de Narciso desenfrenado con proyección de futuro, o con un consuelo rastrero. Que tiende a creer que allí, en esa zona mágica de la posteridad, por fin podré ser todo lo que ahora no soy, por ejemplo... linda y joven (un psicoanalista aquí, por favor). Lo cierto es que, más allá de toda especulación racional, la idea de esas fotos, seguramente inmortales, me "revoltijeó" el escaso sentido común y me caí de traste en el desvarío.
La posteridad golpea a mi puerta
Todos aquellos que una vez soñamos con ser inmortales (la humanidad entera, me temo) tarde o temprano, en algún otoño lluvioso, llegamos a descubrir que es absolutamente imposible. Sin embargo, nos quedan algunos sueños: que nuestro nombre se perpetúe por nuestros hijos, o que por la obra que hicimos se alcen monumentos en nuestro recuerdo, espléndidas avenidas nos honren y los estudiantes del porvenir tengan la obligación de conocer nuestra historia so pena de no aprobar alguna materia a perpetuidad.
Pues bien, ¿saben ustedes que algo así haya ocurrido alguna vez a un periodista a lo largo de estos últimos tres siglos? ¿Y para colmo con una mujer? Todo parecía indicar, entonces, que moriría sin alcanzar a poner el dedo gordo en la posteridad. Peor aún, en una noche de insomnio hasta llegué a imaginar mi epitafio: "Aquí yace una esposa y madre. Hizo algo más, pero no me acuerdo qué era".
Frente a este desolador panorama de todos los siglos por venir en el más atroz de los anonimatos, ¿pueden imaginar qué sentí cuando Sara ofreció fotografiarme? ¡La eternidad me tocaba el timbre y yo con esta facha!
Consideraciones para entrar a un museo
En la certeza de que mi cara iba a permanecer para siempre colgada, tal vez en el Louvre, el Prado o el Pompidou (al menos Sara ya ha expuesto en este último, así que no exagero ni un cachito) dime a recordar los personajes que vi en ellos: en primer lugar evoqué a esa terrible infanta, frente a la cual pensé que Velázquez no sólo era un genio sino un artista temerariamente veraz, teniendo en cuenta que el rey, padre de la criatura, le pagaba el sueldo. Así y todo, puede verse que la infanta no sólo era idiota sino fea como un escuerzo, con esos ojitos de pescado desprovistos de toda idea que al parecer caracterizaban a esa familia (el rey también tiene cara de nabo y la reina ni les cuento). En el acto me imaginé a un niño dentro de algunos siglos mirando mi foto (sólo un niño me gana en malevolencia) y diciéndole a su madre: "¿Quién fue esa gorda, vieja y bigotuda?"...¡Y era yo, qué lo parió!
Pues bien, algo había que hacer, no solo depilarse los bigotes, que a la sazón era lo de menos, sino... ¡bajar de peso! Valga aclarar que he estado abocada a esa tarea los últimos 30 años de mi vida, sin mayores logros, quizá porque mi convicción era tan adiposa como mis rollos. Así que, cuando mediante un régimen feroz bajé seis kilos de un envión y me autoproclamé reina de la lechuga, ya había solucionado mis problemas.
¡Mocoso de miércoles!, al menos no me iba a poder decir ni gorda ni bigotuda...Aunque mis días eran un martirio de yogur y mis noches abundaban en pesadillas con papas fritas, ahora sabía que alguien se pararía deslumbrado, como lo hice yo frente a la muy bella y enigmática doña Antonia Ipeñarrieta y Galdós (también inmortalizada por Velázquez) y se preguntaría con emoción sobre mi vida, imaginando maravillosas historias sin celulitis, sin bigotes y sin ojeras. Es una pena que no pudiese estar allí para escucharlo.
Continuará...