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Cuando la autocensura es supervivencia

*Por Cristian Racconto. Es natural que el hombre, como el resto de las especies, tenga y desarrolle su instinto de supervivencia. Es natural también que ese instinto en muchas ocasiones funcione en detrimento de otras especies o de sus propios congéneres.

Es el mandato profundo e inexpugnable que todos los seres vivos poseen desde el mismo momento de su creación para evitar su extinción. Son las leyes de la naturaleza.

Lo que no es natural es que el hombre civilizado y moderno, el "animal político" intente asegurar la conservación de su particular "especie" triturando y deglutiendo sus propios principios y convicciones devorando con ellos las esperanzas y sueños de un pueblo que deposita en él sus esperanzas de una vida mejor para sí y para sus hijos.

En este "hábitat" que es Mendoza -donde conviven, o intentan hacerlo, distintas especies políticas-, la autocensura se ha convertido en el único mandato de la extraña naturaleza de la que están hechos los dirigentes políticos para conservar los espacios de poder y de beneficio personal.

En apariencia la autocensura es el arma de la que han sido dotados por esa particular naturaleza que ha creado a una gran mayoría de ellos.

Esta autodefensa se pone en funcionamiento a través de un mecanismo tan sencillo como espurio: consiste en claudicar en sus más íntimas convicciones políticas e ideológicas, cuando las tienen.

La condición sine qua non es tener más ambiciones personales que sanas convicciones, más codicia que escrúpulos, más desparpajo que vergüenza, más cinismo que sinceridad, más indiferencia que altruismo, más indolencia que empatía; en definitiva, más codicia que humanidad.

Esta autocensura abunda en ciertas especies políticas mendocinas que durante años pregonaron una independencia, un federalismo y una autonomía que hoy echan por tierra con total liviandad con el solo objetivo de asegurarse un lugar en esa particular biodiversidad que vive eternamente del Estado y de la corporación política, llevando a la extinción a quienes defienden los valores de la familia, el trabajo, le esfuerzo y la honestidad.

Hoy la defensa del trabajo, la producción, el agua y los recursos naturales de la provincia; de la idiosincrasia y el sentir de un pueblo con tradición de convivencia política sana y armónica, ha quedado completamente olvidada por quienes la declamaban y hoy se cobijan al calor de los votos sin importar el olvido, el desprecio y la postergación al que ha sido sometido el pueblo mendocino. Vale más colgarse de los votos ajenos que defender la dignidad propia.

Si hay algo para lo que sirvieron las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) fue para desenmascarar a aquellos que jamás se jugaron por una convicción propia desde el principio o, como se suele decir en política, "de la primera hora". Hasta este nuevo sistema estos personajes se arriesgaban a defender una postura y luego encontrarse con que las urnas les daban la espalda: su supervivencia estaba en peligro.

Hoy las PASO les dieron la oportunidad de ¿advertir? anticipadamente dónde va a calentar el sol y, en pocos días, dar giros de hasta 180 grados para resguardarse en figuras como la de la Presidenta de la Nación a la cual muchos denostaban, se alejaban y señalaban con el dedo acusador de los hipócritas y acomodaticios. Los mismos que hoy son capaces de dejar su piel hecha jirones por una foto junto a ella o de recurrir a un tan mágico como descarado Photoshop.

Reprimir la vergüenza, olvidar la historia propia y de un pueblo, despreciar y subestimar a la gente, parece que es la forma de mantenerse en la corporación con privilegios económicos y de los otros.

En definitiva para estos "animales políticos", la censura de sus propias convicciones, de la dignidad propia y de sus hijos es la forma de sobrevivir.