¿Cristina ya ganó? Luces y sombras del triunfalismo
*Por Mariano Grondona. El Diccionario de la Real Academia Española define triunfalismo con estas palabras: "Actitud, real o supuesta , de seguridad en sí mismo y superioridad respecto a los demás".
A partir de las declaraciones de la "ultracristinista" Diana Conti, quien invitó a pensar desde ahora en la elección de 2015, sugiriendo así que la elección de 2011 ya está ganada, y con el impulso del inesperado triunfo kirchnerista en los comicios de Catamarca, el Gobierno está desplegando una vigorosa campaña para demostrar que Cristina Kirchner "ya ganó" la contienda del 23 de octubre, una campaña "triunfalista" que podría arreciar esta noche si Mario Das Neves, uno de los precandidatos presidenciales del peronismo federal, llegara a perder en Chubut.
José Ortega y Gasset sostuvo que cada pueblo crea una nueva palabra, un "neologismo", que es el que mejor expresa su carácter. El neologismo de los argentinos, escribió, es la palabra guarango , aclarando que "guarango es aquel que anticipa su triunfo". El "guarango" de Ortega es un triunfalista.
Pero el Diccionario agrega que la sensación de seguridad en sí misma y de superioridad respecto de los demás del triunfalista puede ser "real o supuesta". De aquí deriva otra pregunta: el Gobierno, ¿cree de veras o hace como que cree que "ya ganó"? Si el cristinismo cree de veras que ya ganó, su convicción podría desmoronarse bajo el imperio de circunstancias adversas. Sería más sofisticada su actitud si el cristinismo supiera, aun con dudas razonables sobre el resultado del 23 de octubre, que igualmente vale la pena persuadir a propios y extraños de que la suerte ya está echada, para que sus opositores bajen la guardia. Al denominar a su movimiento Frente para la Victoria, Kirchner procuró recoger desde el comienzo los frutos del triunfalismo, como si su única ideología fuera ganar a cualquier precio, basada en la premisa psicológica de que es más fácil vencer al adversario si se le hace sospechar que forma parte de un "frente para la derrota".
Cuentan que el general Julio A. Roca, en vísperas de una de las innumerables batallas en las que participó, arengó a los soldados con tal entusiasmo que su asistente, alarmado, le subrayó la difícil situación en la que se encontraban. A lo cual Roca contestó: "¿Qué querés que les diga, que vamos a perdernos esta batallita?". Es que el optimismo forma parte de la estrategia. La pregunta que aquí se abre entonces es la siguiente: ¿tiene razones de peso el cristinismo para afirmar que ya ganó o lo suyo es sólo una operación mediática?
El re-reeleccionismo
Si bien el kirchnerismo espera sacar una temprana ventaja en la lucha electoral que se avecina mediante el recurso del triunfalismo, al hacer gustar a sus adeptos de antemano las mieles de una victoria supuestamente inexorable también expone un flanco para el caso de que el triunfo anunciado no se concrete. Así ocurrió en las elecciones del 28 de junio de 2009, cuando pasó lo que se tenía por inconcebible: la derrota del propio Kirchner frente a De Narváez. De nada valió entonces que la Presidenta dijera, al día siguiente de los comicios, que había ganado cuando había perdido. Sumido en la confusión ante esta sorpresa, el oficialismo tardó un buen tiempo en rearmar sus filas para la revancha que, según sostiene ahora, le llegará el 23 de octubre.
Esta recomposición política fue posible hasta el punto de realimentar al actual triunfalismo oficial porque después del 28 de junio la oposición quedó tan sorprendida por su triunfo como el kirchnerismo por su derrota. La muerte de Kirchner vino a sumarse paradójicamente a las renovadas expectativas del oficialismo porque Cristina no ha suscitado hasta ahora las reacciones adversas que provocaba Néstor, con su compulsiva agresividad.
La fragmentación que todavía reina en la oposición, ¿permite augurar su derrota de aquí a siete meses? Si extrapoláramos sin cambios la situación actual de un kirchnerismo unido frente a una oposición dividida, ésta sería una anticipación razonable. Pero, según pasen los meses, también podría gravitar en la oposición un factor que hoy apenas asoma: si no el amor improbable entre los opositores, sí el espanto de siete de cada diez argentinos que votaron contra el Gobierno en 2009 ante la perspectiva de la reelección de la candidata kirchnerista.
Un "espanto" que podría traer consigo, a medida que se acerque la fecha decisiva, algo por ahora no computado: la polarización final de los opositores, una polarización que bien podría acentuarse cuando se advierta que, alentado por el audaz intento del gobernador Gioja de permanecer indefinidamente en el poder, el objetivo máximo del kirchnerismo ya no sería solamente ganar las elecciones presidenciales de octubre, sino recuperar además el control del Congreso en pos de una primacía parlamentaria capaz de reabrir las inquietantes puertas
del re-reeleccionismo indefinido, en beneficio de Cristina.
Moyano a la vista
Hoy tenemos, al lado de una única candidata presidencial, al menos diez precandidatos opositores. Teniendo en cuenta que los precandidatos presidenciales radicales serán uno en vez de tres a fines de abril y que los precandidatos del peronismo federal se reducirán por su parte a uno en lugar de a tres después de mayo, limitándose también a uno el candidato de la centroizquierda y habiendo aún dudas sobre las candidaturas de Macri y Carrió, la polarización opositora resulta previsible. Esta reducción de candidaturas, impulsada por el creciente "espanto" de los votantes antikirchneristas, hará menos llevadero, según pasen los meses, el triunfalismo kirchnerista.
A estos factores previsibles habrá que sumar otros que vayan surgiendo. En el sector externo, después del paso de Obama por Chile y Brasil, la ausencia de una Argentina huérfana de política exterior debido a que su gobierno sólo mira hacia adentro se hará notar de manera creciente. Pero a esta debilidad "externa" de largo plazo, ¿habría que sumar en el corto plazo el desafío "interno" de Hugo Moyano, que viene de suspender imprevistamente el acto de protesta que preparaba para mañana en la Plaza de Mayo?
¿Qué quiere, en definitiva, Moyano? ¿Es su intención compartir el poder a través de una fórmula presidencial que incluya, al lado de Cristina, a Héctor Recalde? ¿Qué negoció en todo caso Julio De Vido con Moyano para hacerlo desistir? Hace diez días, cuando el "camporismo" rodeó a Cristina en el estadio de Huracán, Moyano hizo mutis. Mañana hubo de ser el protagonista que al fin no fue. Lo que este ir y venir de los actos oficialistas muestra, lo mismo que la rebelión del senador César Gioja contra su hermano en San Juan, es que la lucha por el poder también afecta al oficialismo.
A medida que crezcan las tensiones no sólo entre el oficialismo y una oposición cada día menos dividida, sino también dentro del propio frente kirchnerista, el triunfalismo oficial mostrará sus límites. Unos límites a los que podrían sumarse otras tensiones como las que rodean a Daniel Scioli en Buenos Aires y las que quizá podría generar el propio Carlos Reutemann, hoy en medio de un insistente pero no irrevocable silencio. La lucha por el poder, en suma, recién comienza. Un manojo de doce encuestadores principales, nueve de los cuales son financiados por el kirchnerismo, no alcanzará a sustituir la voluntad del pueblo en alas del triunfalismo; recuérdese, si no, que en la noche misma del 28 de junio uno de ellos anunció sin rubor que Kirchner había ganado. Pero aun en una república democrática sitiada como la nuestra, el pueblo tendrá la última palabra.