Cristina, preocupada
Toda vez que la economía muestra señales de fatiga, voceros gubernamentales lo atribuyen a la codicia de empresarios...
... más interesados en conseguir más dinero que en aportar al bienestar común y, en ocasiones, a la combatividad de sindicalistas desagradecidos. A través de las décadas varios ministros de Economía han lamentado que la Argentina es un país de empresarios ricos y empresas pobres, uno en que suelen privatizarse los beneficios y socializarse las pérdidas. En cuanto a los trabajadores, los ingresos de la mayoría, sobre todo los muchos que están "en negro", siguen tan bajos que en este ámbito por lo menos podemos competir con las zonas costeras de China. Así las cosas, es legítimo tomar las palabras amonestadoras que el viernes pasado pronunció la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por un síntoma de la inquietud que siente frente a la desaceleración abrupta de la economía. Según la mandataria, no le molesta que los empresarios ganen plata, pero "la han juntado con pala estos nueve años. Recordemos para no ser tontos y repetir conductas y comportamientos". Asimismo, pidió a los trabajadores del petróleo, que "son de los mejores remunerados del país", "no perder un solo segundo de extracción de petróleo por conflictos laborales".
Por desgracia, no es demasiado probable que sus exhortaciones resulten más exitosas que las formuladas, de manera casi idéntica, por tantos presidentes anteriores. Por motivos que Cristina debería de entender, aquí los empresarios son cortoplacistas; saben muy bien que en cualquier momento podrían modificarse radicalmente tanto las circunstancias como las reglas del juego. No quieren arriesgarse invirtiendo mucho dinero porque temen perderlo. Se trata de la consecuencia lógica de la falta de seguridad jurídica. Lo mismo que los políticos, los empresarios se han formado en una sociedad crónicamente inestable; mientras que aquéllas reaccionan ante los cambios adoptando sin complejos la ideología en boga –liberal o dirigista, da igual–, éstos se concentran en aprovechar al máximo las oportunidades para enriquecerse con rapidez a fin de poder sobrevivir con comodidad a los años flacos que ven acercándose.
Aunque todos los gobiernos procuran hacer creer que su propio "proyecto" o "modelo" se perpetuará, que no hay posibilidad alguna de que el país se desvíe del "rumbo" que han elegido, los empresarios saben por experiencia que es necesario prepararse para la crisis próxima que podría estar a la vuelta de la esquina. Para que no repitieran "conductas y comportamientos", tendrían que confiar en que les valdría la pena dejar de pensar en términos de meses y hacer planes que, de prosperar, continuarían brindando frutos durante mucho tiempo. No es que sean más codiciosos o menos responsables que sus homólogos de otras latitudes, y no existen motivos para suponer que son indiferentes al destino del resto de la sociedad, es que son productos de una cultura cívica que propende a privilegiar lo inmediato.
Parecería que Cristina es consciente de que, ya transcurridos "estos nueve años", a la economía le aguarda una etapa acaso prolongada de estancamiento relativo con inflación alta, una combinación que, es innecesario decirlo, le supondrá muchos disgustos políticos. Por lo demás, ya expropiada YPF, no le será del todo fácil encontrar nuevas fuentes de recursos para "la caja" que no la obligaría a tomar medidas tan impopulares como la supuesta por el intento fallido de gravar más al campo mediante aquellas "retenciones móviles". A su entender, pues, ha llegado la hora de pedirles a los empresarios y los trabajadores agremiados conformarse con menos y esforzarse más, invitándolos no sólo a sumarse a su "proyecto" sino también a hacer algunos sacrificios para que logre superar las dificultades que están surgiendo en su camino. Por supuesto que sería asombroso que la estrategia voluntarista de la presidenta incidiera mucho en la actitud de los empresariados o sindicalistas; a menos que el país se haya transformado por completo desde fines de los años ochenta del siglo pasado, a Cristina le sucederá lo mismo que al entonces ministro de Economía radical Juan Carlos Pugliese que, luego de un encuentro decepcionante con ciertos empresarios, se desahogó diciendo que "les fui a hablar con el corazón y me contestaron con el bolsillo".
Por desgracia, no es demasiado probable que sus exhortaciones resulten más exitosas que las formuladas, de manera casi idéntica, por tantos presidentes anteriores. Por motivos que Cristina debería de entender, aquí los empresarios son cortoplacistas; saben muy bien que en cualquier momento podrían modificarse radicalmente tanto las circunstancias como las reglas del juego. No quieren arriesgarse invirtiendo mucho dinero porque temen perderlo. Se trata de la consecuencia lógica de la falta de seguridad jurídica. Lo mismo que los políticos, los empresarios se han formado en una sociedad crónicamente inestable; mientras que aquéllas reaccionan ante los cambios adoptando sin complejos la ideología en boga –liberal o dirigista, da igual–, éstos se concentran en aprovechar al máximo las oportunidades para enriquecerse con rapidez a fin de poder sobrevivir con comodidad a los años flacos que ven acercándose.
Aunque todos los gobiernos procuran hacer creer que su propio "proyecto" o "modelo" se perpetuará, que no hay posibilidad alguna de que el país se desvíe del "rumbo" que han elegido, los empresarios saben por experiencia que es necesario prepararse para la crisis próxima que podría estar a la vuelta de la esquina. Para que no repitieran "conductas y comportamientos", tendrían que confiar en que les valdría la pena dejar de pensar en términos de meses y hacer planes que, de prosperar, continuarían brindando frutos durante mucho tiempo. No es que sean más codiciosos o menos responsables que sus homólogos de otras latitudes, y no existen motivos para suponer que son indiferentes al destino del resto de la sociedad, es que son productos de una cultura cívica que propende a privilegiar lo inmediato.
Parecería que Cristina es consciente de que, ya transcurridos "estos nueve años", a la economía le aguarda una etapa acaso prolongada de estancamiento relativo con inflación alta, una combinación que, es innecesario decirlo, le supondrá muchos disgustos políticos. Por lo demás, ya expropiada YPF, no le será del todo fácil encontrar nuevas fuentes de recursos para "la caja" que no la obligaría a tomar medidas tan impopulares como la supuesta por el intento fallido de gravar más al campo mediante aquellas "retenciones móviles". A su entender, pues, ha llegado la hora de pedirles a los empresarios y los trabajadores agremiados conformarse con menos y esforzarse más, invitándolos no sólo a sumarse a su "proyecto" sino también a hacer algunos sacrificios para que logre superar las dificultades que están surgiendo en su camino. Por supuesto que sería asombroso que la estrategia voluntarista de la presidenta incidiera mucho en la actitud de los empresariados o sindicalistas; a menos que el país se haya transformado por completo desde fines de los años ochenta del siglo pasado, a Cristina le sucederá lo mismo que al entonces ministro de Economía radical Juan Carlos Pugliese que, luego de un encuentro decepcionante con ciertos empresarios, se desahogó diciendo que "les fui a hablar con el corazón y me contestaron con el bolsillo".