Cristina, entre la Bandera y "los trapos"
Por Osvaldo Pepe. Otra vez la Presidenta utilizó una fecha patria para hacer campaña y propaganda política, de i maginación escasa y vuelo corto.
Nota extraída del diario Clarín
Ninguna novedad. Lo hizo en un tono exaltado, gobernada todavía por la furia que le causó el fallo de la Corte sobre la inconstitucionalidad de las elecciones para consejeros de la Magistratura. Tampoco es un hábito novedoso en ella mostrar los dientes cuando algo o alguien contraría su voluntad política, sea el motivo que fuere.
La Presidenta nos tiene acostumbrados a esas actitudes megalómanas, más propias de una diva que de la mayor funcionaria del Estado, en procura de arengar y templar el ánimo de su propia tropa. Pero lo de ayer en Rosario cruzó la frontera de la prudencia, principal virtud de un gobernante, desde que así la definiera Platón hace ya unos 2.400 años.
El caprichoso ejercicio de la historia contrafáctica que desplegó para apropiarse de la figura de Manuel Belgrano y sugerirlo, en una extrapolación absurda, como kirchnerista si el prócer viviera hoy, se llevó puesta la cuota de cordura que todo discurso presidencial requiere. Con más razón el del Día de la Bandera, el paño patriótico que cobija a todos los argentinos por igual, más allá de sus creencias.
El nuevo y más brutal ataque a la Corte, además de una desmesura emocional pocas veces vista, revela la decisión de llevar hasta las últimas consecuencias la pelea con el Tribunal, cuando sólo se trató de un fallo de la máxima instancia de uno de los tres poderes del Estado.
No del tercero, como lo definió ella, con el sarcasmo en la lengua y el cuchillo debajo del poncho, sabiendo que lo que decía no era cierto, como lo sabe cualquier estudiante de secundaria que le haya pegado una mirada a la división de poderes, principio básico de la república.
Hace rato que la Presidenta abandonó ya el ropaje y los modos de un jefe de Estado para asumirse como líder de una facción belicosa, algo así como aquella versión de ella misma sobre "la pasión" de los "muchachos del paraavalanchas".
Ha establecido como norma el estilo barrabrava en la política: agrede, amenaza, descarga andanadas de violencia verbal, es recurrente con las obsesiones de toda institución que limite su poder y su continuidad en el mismo. Ayer en Rosario se olvidó del homenaje a la Bandera y a su creador y se dedicó a "defender los trapos", según la metáfora de Juliana Di Tullio, la flamante jefa del bloque kirchnerista en Diputados. El estilo fue un portazo en las narices a la clase media y el fondo, una ruptura sin retorno con la Corte, a la cual advirtió que seguirá presentándole "batalla." Sus mastines políticos se encargarán pronto de descifrar lo que quiso decir.
La provocación de "quiero ser jueza en 2015" terminó en un fallido. Lo quiere, dijo, no para impartir Justicia, sino para "no pagar impuestos ni presentar declaraciones juradas" . Nada de eso le pasó a Belgrano. El murió en la pobreza absoluta.
Ninguna novedad. Lo hizo en un tono exaltado, gobernada todavía por la furia que le causó el fallo de la Corte sobre la inconstitucionalidad de las elecciones para consejeros de la Magistratura. Tampoco es un hábito novedoso en ella mostrar los dientes cuando algo o alguien contraría su voluntad política, sea el motivo que fuere.
La Presidenta nos tiene acostumbrados a esas actitudes megalómanas, más propias de una diva que de la mayor funcionaria del Estado, en procura de arengar y templar el ánimo de su propia tropa. Pero lo de ayer en Rosario cruzó la frontera de la prudencia, principal virtud de un gobernante, desde que así la definiera Platón hace ya unos 2.400 años.
El caprichoso ejercicio de la historia contrafáctica que desplegó para apropiarse de la figura de Manuel Belgrano y sugerirlo, en una extrapolación absurda, como kirchnerista si el prócer viviera hoy, se llevó puesta la cuota de cordura que todo discurso presidencial requiere. Con más razón el del Día de la Bandera, el paño patriótico que cobija a todos los argentinos por igual, más allá de sus creencias.
El nuevo y más brutal ataque a la Corte, además de una desmesura emocional pocas veces vista, revela la decisión de llevar hasta las últimas consecuencias la pelea con el Tribunal, cuando sólo se trató de un fallo de la máxima instancia de uno de los tres poderes del Estado.
No del tercero, como lo definió ella, con el sarcasmo en la lengua y el cuchillo debajo del poncho, sabiendo que lo que decía no era cierto, como lo sabe cualquier estudiante de secundaria que le haya pegado una mirada a la división de poderes, principio básico de la república.
Hace rato que la Presidenta abandonó ya el ropaje y los modos de un jefe de Estado para asumirse como líder de una facción belicosa, algo así como aquella versión de ella misma sobre "la pasión" de los "muchachos del paraavalanchas".
Ha establecido como norma el estilo barrabrava en la política: agrede, amenaza, descarga andanadas de violencia verbal, es recurrente con las obsesiones de toda institución que limite su poder y su continuidad en el mismo. Ayer en Rosario se olvidó del homenaje a la Bandera y a su creador y se dedicó a "defender los trapos", según la metáfora de Juliana Di Tullio, la flamante jefa del bloque kirchnerista en Diputados. El estilo fue un portazo en las narices a la clase media y el fondo, una ruptura sin retorno con la Corte, a la cual advirtió que seguirá presentándole "batalla." Sus mastines políticos se encargarán pronto de descifrar lo que quiso decir.
La provocación de "quiero ser jueza en 2015" terminó en un fallido. Lo quiere, dijo, no para impartir Justicia, sino para "no pagar impuestos ni presentar declaraciones juradas" . Nada de eso le pasó a Belgrano. El murió en la pobreza absoluta.