Crisis del antiguo orden
*Por Robert Samuelson. Estamos ahora presenciando "la crisis del antiguo orden". La frase, acuñada por el difunto historiador Arthur Schlesinger Jr. para describir el fracaso del capitalismo descontrolado a fines de los años 20, también se puede aplicar al presente, a pesar de la diferencia de las circunstancias.
En todas partes, las naciones avanzadas enfrentan problemas similares: estados benefactores con excesivas obligaciones, poblaciones que envejecen, una expansión económica debilitada. Estas condiciones definen la crisis mundial y explican por qué ha afectado a Estados Unidos y a Japón al mismo tiempo. Debemos ir más allá de los titulares diarios para comprender este problema más vasto.
El antiguo orden, construido por la mayoría de las democracias después de la Segunda Guerra Mundial, se apoyaba en tres pilares. Uno era el estado benefactor. El gobierno protegería a los desempleados, a los ancianos, a los inválidos y a los pobres. El capitalismo sería domesticado. Un segundo pilar era la fe en el crecimiento económico: éste elevaría el estándar de vida de todos y permitiría la redistribución de los ingresos. El crecimiento estaba predestinado, porque los economistas habían aprendido lo suficiente de los años 30 para curar las recesiones periódicas. Finalmente, el comercio y las finanzas mundiales beneficiarían los intereses mutuos de los diversos países.
Los tres pilares se tambalean ahora. Sin duda, la crisis financiera empeoró los problemas y la situación individual de cada país es diferente. El estado benefactor de Estados Unidos es menos generoso que el de Alemania. La crisis de Grecia se inició por haber reportado una cifra menor que la real para su déficit presupuestario; la de Irlanda se generó por la explosión de una burbuja de la vivienda que condujo a un costoso rescate bancario. Pero estas diferencias ocultan las enormes similitudes.
ESTADO BENEFACTOR
Comencemos con el estado benefactor. Para muchos una bendición, pero también una carga común. Su expansión fue enorme. En 1950, los gastos del gobierno como proporción de la economía de la nación (producto bruto interno) representaban el 28 por ciento en Francia, el 30 por ciento en Alemania y el 21 por ciento en Estados Unidos. Para 1999, esas cifras eran del 52 por ciento del PBI en Francia, el 48 por ciento en Alemania y el 30 por ciento en Estados Unidos, según el difunto historiador de la Economía, Angus Maddison. Las sociedades que envejecen aumentarán los costos del seguro social y de la asistencia médica. De 2008 a 2050, se proyecta que la población de 65 y más años se elevará un 40 por ciento en Alemania, un 77 por ciento en Francia y un 121 por ciento en Estados Unidos.
Con este panorama, hasta los países sin crisis inmediatas están adoptando medidas de austeridad. Todos ellos enfrentan una decisión ruinosa: Los impuestos o los déficits más elevados, necesarios para financiar mayores gastos en beneficios sociales, podrían perjudicar más la economía, pero el recorte de los beneficios provoca una reacción negativa de la población. Aún así, los beneficios son ahora vulnerables. Irlanda redujo los beneficios para los desempleados en un 10 por ciento, redujo los beneficios por hijos en un 16 por ciento y, comenzando en 2014, elevará gradualmente la edad jubilatoria de 65 a 68 años.
En el papel, un crecimiento económico más rápido podría rescatar al gobierno de esta trampa. Lamentablemente, eso parece un espejismo. En verdad, el segundo sostén del antiguo orden -la fe en una expansión económica rutinaria- es sospechoso. Los economistas exageraron su comprensión y su control. Parecen haber agotado sus remedios convencionales. Los bancos centrales, como la Reserva Federal, han mantenido las tasas de interés bajas. Los déficits presupuestarios son altos.
LA EXPERIENCIA DEL DEFICIT
Algunos economistas norteamericanos sostienen que Estados Unidos debería, temporariamente, sostener déficits incluso mayores. Quizás eso funcionaría, pero la experiencia de Europa sugiere lo contrario. Los grandes déficits allí condujeron a tasas de interés más altas, lo que fue un reflejo del creciente temor de los inversores a un incumplimiento de pagos. La ansiedad por un incumplimiento a su vez debilita los bancos -enormes portadores de bonos del gobierno- y, por medio de ellos, a la economía general. Aunque Estados Unidos aún no ha sufrido este destino, podría hacerlo, especialmente considerando las advertencias de Moody's y Standard & Poor de que la explosión de la deuda federal podría causar una bajada en su calificación.
La austeridad puesta en práctica por una o dos naciones con excesivas obligaciones podría tener éxito; sus economías pueden crecer al aumentar las exportaciones para reemplazar gastos internos perdidos. Pero la austeridad prolongada, practicada por los países más avanzados podría actuar como un enorme lastre para la economía mundial. ¿A quién se puede exportar? La respuesta obvia es China y otros "mercados emergentes". Pero China frustra esta posibilidad al mantener una moneda artificialmente baja, que subsidia sus exportaciones y sostiene grandes excedentes comerciales. China considera el comercio como un creador de puestos de trabajo. Evita la noción del comercio como ventaja mutua -el tercer pilar del antiguo orden. Los cimientos políticos del sistema comercial mundial están en peligro.
PRESENTE Y PASADO
Hemos salido de una situación colectiva que era familiar. Ideas e instituciones que, en conjunto, funcionaron bien desde la Segunda Guerra Mundial están bajo una nube. Lo mismo ocurrió en los años 20 y a principios de los 30. Después, las principales naciones del mundo lucharon en vano por mantener el patrón oro, que -antes de la Primera Guerra Mundial- había sostenido un orden económico próspero. Hubo un impulso natural a aferrarse a las ideas y prácticas conocidas a las que la gente se había abocado tanto política como intelectualmente. Esta inercia contribuyó a la severidad de la Gran Depresión.
Algo similar está sucediendo en la actualidad. La debilidad económica en los países avanzados surge, en parte, del trauma restante sufrido por consumidores y empresas después de la feroz crisis financiera 2008-2009. Pero el efecto se complica por una mentalidad retrógrada. Los gobiernos de todas partes se están esforzando por proteger el antiguo orden, porque temen y no comprenden el nuevo.