Crisis de civilización
Por Carlos Fuentes* En La decadencia de Occidente (1918) Oswald Spengler se esforzó por distinguir entre "civilización" y "cultura". "Civilización" es el destino de una cultura. O sea, la cultura precede a la civilización y es su cumplimiento. La cultura fue llamada paideia por los griegos, humanitas por la escolástica medieval y, finalmente, cultura por el Renacimiento, cuando John Dee, astrólogo en la corte de Isabel I, separó la cultura de la civilización.
Evoco estos antecedentes para tratar de comprender el complejo y agitado escenario de eventos recientes y actuales en el Mediterráneo y Europa. En Egipto y Túnez, sendas revoluciones derrocaron a viejas dictaduras personales. Su arma: la tecnología actual, Facebook, Twitter y iPhone, a veces controlables, casi siempre no, por las autoridades. Lo mismo está pasando en Libia y en Siria, dos regímenes de mano dura, el del ya caído Khadafy en Trípoli y el de Al-Assad en Damasco, donde la fuerza oficial reprime a los opositores, sin derrotarlos. Es previsible que allí también gane la oposición y enseguida se planteen los problemas de la cultura, religión e identidad, así como los de la civilización, modernización, medios, desarrollo.
Menos previsible fue el gran movimiento en Israel, que representa una aspiración al regreso de los valores de igualdad, trabajo y colectivismo de la fundación y en contra de la plutocracia y el régimen conservador y, de paso, contra la política contra Palestina. La avenida Rothschild de Tel Aviv, de punta a punta, ocupada por tiendas de campaña y miles de ciudadanos en protesta.
En España, el movimiento de los "indignados" ha sido expulsado de la Puerta del Sol para recibir al papa Benedicto XVI. El hecho es que los descontentos se desplazan y reúnen con una agenda y un liderazgo aún imprecisos, salvo en un punto: no le inspiran confianza ninguno de los dos grandes partidos. Rajoy se cierra. Rubalcaba se abre. La política española no volverá a ser la muy ordenada, previsible y bipartidista de ayer.
El descontento se manifiesta políticamente en Italia y en Francia. Berlusconi ya está contra las cuerdas, temeroso de perder el poder y confrontar juicios de los que hoy lo salva su inmunidad. En Francia, Sarkozy llama al gabinete para preveer y sólo Alemania, entre los grandes, se siente segura, pero se siente amenazada por las sucesivas situaciones en Irlanda, Portugal y Grecia, que ponen en entredicho no sólo la unidad, sino la viabilidad de la unión europea. ¿Peligra la moneda común, el euro? ¿Se pueden cerrar fronteras? ¿Qué pasará con el trabajo migratorio? ¿Se salvarán los quebrados?
El extremismo que apareció en los Países Bajos con el partido (tercero en las elecciones) de Geert Wilders y que se evidenció con el antiislamismo de cierta prensa en Dinamarca alcanzó su límite más rabioso, criminal e inaceptable en Noruega. La salvaje matanza de la isla de Utoya perpetrada por el fanático Anders Behring Breivik rompe cualquier complacencia acerca de la estabilidad en países de progreso y de orden. Un nuevo Breivik podría surgir en cualquier país de Europa, alentado por el macabro modelo de Noruega.
Y en Gran Bretaña, violencia callejera extendida, de Manchester a Birmingham y Londres y, sólo en Londres, violencia en los distritos de Tottenham, Enfield, Islington, Croydon, Camden y quince más. Los malhechores, jóvenes entre los diez y los 25 años, sin trabajo y sin escuela, asiáticos, africanos y británicos. También bandas de jóvenes criminales organizados y desplazables de una ciudad a otra. Personas normalmente tranquilas y trabajadoras contagiadas por lo que Elias Canetti estudió en el movimiento de la muchedumbre: el instinto de sobrevivir colectivamente, con reglas o sin ellas. Así se entiende que jóvenes educados y acomodados se unan a la masa del desorden, el crimen y la voluntad de violencia.
El Partido Laborista y su dirigente, Ed Miliband, se unieron a la política general contra la violencia propuesta por el primer ministro David Cameron en la Cámara de los Comunes. Inevitablemente, Miliband se ha deslindado para indicar que detrás de la violencia hay serios problemas. Recortes presupuestales a la educación y la salud. Educación denegada. Elitismo sospechado y sospechoso. Familias desordenadas, madres solteras, padres irresponsables. Hay necesidad, como indica Miliband, de ir a la base de los problemas y abrirles oportunidades a miles de jóvenes que no contemplan otra actividad que la inercia, el pandillismo y la violencia.
Y en los Estados Unidos, al cabo, el descenso de ingresos y calidad de vida de la gran clase media se articula poco a poco, a medida que se aclara lo que Joaquín Estefanía llama la crisis del contrato social. Los más altos ejecutivos reciben emolumentos de cuarenta a cuatrocientas veces más grandes que el salario medio. Máximos beneficios, ruptura del sistema social, exclusión del Estado y de los asalariados. El Tea Party de los Estados Unidos representa la extrema actualidad política de lo que dice Estefanía. Ya tendremos tiempo de hablar, y mucho, sobre la actualidad política norteamericana y lo que parece ser, en sus discursos del Middlewest, la reacción del presidente Barack Obama tras sus infructuosos tratos con la oposición republicana.
La civilización está en crisis. La cultura pervive. ¿Tendrá la cultura oportunidad de darle forma y contenido a la nueva civilización que se adivina detrás de la tumultuosa actividad en Europa y el Mediterráneo? ¿Podremos darle la novedad que está reclamando la civilización con la tradición propia de la cultura? ¿Qué papel jugarán en todo esto las novedades tecnológicas, Twitter, Facebook, iPad?
Tiempos interesantes.