Crímenes y relojes
*Por Alejandro Castañeda. El 7 es un número cabalístico por excelencia. Su presencia en el mundo está rodeada de fama y misterio. Y ahora los relojes de dos crímenes muy sonados lo tienen ahí, definiendo destinos y desenmascarando falseadores.
El 7 es un número cabalístico por excelencia. Lo consagraron caldeos, babilonios, esenios, griegos, egipcios, chinos, hindúes, mayas, aztecas, incas. Su presencia en el mundo está rodeada de fama y misterio. Alardea en la Biblia, está en la faz lunar, le pone cifras redondas a la escala musical y a los colores. Puede ser leve o bravo, como quiere el truco. O salvador, como en los boletines. Y ahora los relojes de dos crímenes muy sonados lo tienen ahí, definiendo destinos y desenmascarando falseadores.
Por un lado, el de María Marta García Belsunce. Y por el otro, el de Solange Grabenheimer. Dos mujeres asesinadas en su casa por, según se presume, compañeros de cuarto.
Los crímenes de mujeres siempre están rodeados de misterios. Y sus matadores suelen no andar muy lejos. Estos dos casos se suman a un tercero que también se está juzgando: el de la psicóloga Claudia Nelly Dozo. Si es una verdad probada que resulta difícil poder desentrañar y entender los laberintos del alma femenina, descifrar su muerte también puede ser insondable. Hay algo en ellas que deja zonas vacías. El espíritu femenino es al mismo tiempo una tentación y un desafío. Y vuelta a vuelta un anzuelo irresistible para canallas de variado estilo. En estos crímenes hay como un remanente de perversión y ferocidad que los detectives no aciertan a dilucidar. Todas ellas fueron masacradas en su casa, con saña, sin móviles a la vista y quizá por sus seres más queridos.
Por los balazos que recibió María Marta, está condenado a cadena perpetua Carlos Carrascosa, su marido. Y por las puñaladas a Solange, está en el banquillo su amiga Lucila Frend, hasta ahora única sospechosa.
Y es el 7 la cifra clave que los emparenta. Ese es el instante que, según Lucila, abandonó el departamento que compartían. Cuando ella se fue, declaró, Solange se quedó durmiendo.
Y las 7 (en este caso de la tarde) también es un momento decisivo en el crimen de María Marta García. Es la hora que arribó la masajista Beatriz Michelini al Carmel; la hora que juguetea sobre los pasos de Carrascosa en el bar del club House; la hora que Horacio García Belsunce le habría pedido al comisario Casafuz "sacame la policía de encima". Como si fuera tan fácil.
La suerte de Lucila está en manos de forenses y relojes. Si la mataron antes de las 7, ella fue la asesina; si fue después, habrá que empezar otra vez. No hay acuerdo sobre el tic tac final. Hubo peritos de parte que dicen que la mataron de madrugada y otros que aseguran que la muerte fue entre las 7 y las 13. Sorprende que, a esta altura, la medicina forense dude entre franjas horarias tan amplias.
Los relojes siempre reclaman un puesto clave en la escenografía del crimen. La hora final de cada hombre está cargada de secretos y de símbolos. En casi todos los casos, la puntualidad de la muerte le agrega intriga y oscuridad a los asesinatos. Y aquí, define. Los acusados pueden encontrar cárceles o alivios según se establezca claramente en qué momento sucedieron las cosas.
Por encima de cualquier hipótesis, la verdad perdura allí en el fondo de esos relojes que en ese instante crucial -las 7- fueron mudos testigos de un final que había ocurrido o que estaba ocurriendo. Y cuyo tic tac por ahora difuso dejará al descubierto la verdadera trama de unos asesinatos que tienen como víctimas a mujeres tan indefensas como sorprendidas.
Las siete es la cifra final que cerrará estos destinos. Hay un contacto telefónico clave que el tribunal está analizando detenidamente. Fue el de Carlos Carrascosa pidiendo una ambulancia. Allí se escucha por primera vez la palabra "muerta" y por detrás una voz femenina aún sin dueña: "Tenela; tocala y te vas a dar cuenta; cerrá la puerta; sí, está muerta; dale, vamos".
¿Saben a qué hora fue? A las 7 y 7 del día 27.