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Creciente violencia en las escuelas

Nuevos casos de adolescentes que balean o golpean salvajemente a otros dan cuenta de la falta de reacción de padres y autoridades.

Nuevos casos de adolescentes que balean a otros o los golpean salvajemente dan cuenta de la falta de reacción de los adultos para encarar el problema.

Chicos que llevan armas a las escuelas, docentes que no saben cómo comportarse ante la inminencia de una posible catástrofe, padres que dejan en manos de menores de edad elementos inadecuados y un Estado que no ha demostrado tomar este tema con la seriedad que merece. Numerosas informaciones de los últimos días en ese sentido no han hecho más que describir un panorama que no es novedoso, como tampoco lo es la falta de una solución ante esta escalada cada vez más cruda de violencia escolar.

En apenas una semana se conocieron los casos de un alumno de 13 años que hirió de bala a un compañero en un aula de un establecimiento escolar en San Justo al intentar mostrarle el arma de su padre, y el de otra adolescente de una escuela de enseñanza media de Moreno que accidentalmente le disparó en el pie a una compañera de curso con un arma que había llevado de su casa.

Como consecuencia de esas acciones, hubo heridos leves. Fue por pura fortuna, pues de más está decir que ninguno de esos adolescentes sabía cómo usar un arma. De hecho, los impactos fueron producto de la inexperiencia al manipularlas.

Hace ya siete años, la imprudencia de un padre y la impericia de un hijo también adolescente se cobraron tres vidas en una escuela secundaria de Carmen de Patagones. El horror de aquel entonces parece no haber servido de mucho en cuanto a prevención de este tipo de hechos. Los casos de violencia armada no han dejado de repetirse desde entonces y, lo que es peor, los docentes no han recibido una adecuada orientación sobre cómo prevenirlos. Menos aún, sobre cómo actuar una vez que un chico extrae un arma en medio de una clase. Faltan campañas oficiales que den profundo tratamiento al asunto y la apertura de un debate entre los propios integrantes de la comunidad educativa y las familias sobre la violencia y sus consecuencias.

Desesperados, muchos padres reclaman hoy la colocación de detectores de metales en los ingresos a las escuelas. Son dispositivos disuasorios, sin dudas, pero tal vez haya que estudiar qué otros efectos pueda acarrear para la dinámica escolar diaria el hecho de que esos detectores se activen con cada lapicera de metal, llave o compás que los chicos porten en las mochilas.

Cualquier medida que se tome en ese sentido no debe soslayar el fondo mismo de la cuestión: la creciente violencia ciudadana que, en definitiva, es el espejo en que los chicos se miran. El debate no se agota en la escuela. Un chico que lleva un arma a las aulas es porque la encontró lo suficientemente a mano. Un adolescente que la empuña quizá lo haga en la percepción de que hoy muchos las exhiben en público: en una cancha de fútbol, en una toma de tierras o ante el ataque de un delincuente. La pasividad del Gobierno frente a desbordes sociales con el pretexto de no criminalizar las protestas precisamente no contribuye a que los chicos sepan dónde termina lo permitido y dónde empieza lo ilegal.

Pero hay otras cuestiones que han venido a engordar la triste escalada de violencia escolar. Dieron cuenta de ello otras dos noticias de los últimos días referidas a un chico de 15 años salvajemente golpeado por sus compañeros en una escuela de Jesús María, Córdoba, y el de otra adolescente de Adela María, un pueblo de esa provincia, que fue tirada de su bicicleta y golpeada por sus compañeras por ser "linda y flaca", según relató la madre de la menor.

Otra vez las imágenes -en este caso de una perfección tan artificial como nociva- que se difunden como modelos y que los chicos "compran" sin que los adultos les aporten claridad ni buenas enseñanzas. Los adolescentes son, en esencia, vulnerables. Los padres, por experiencia, y el Estado, por obligación, deben actuar proveyéndoles enseñanzas superadoras y claridad en momentos tan delicados en los que la paz social parece ser un bien escaso.