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Corrupción e impunidad, mugre de la política

Por Carlos Sacchetto* El caso Schoklender-Bonafini y la absolución de Menem junto a todos los acusados por la triangulación de armas, nos hablan del dilema ético que atraviesa a toda la sociedad.

Hay pocos acontecimientos políticos en la Argentina que no reflejen el bagaje cultural que hemos sabido acumular en años de alegrías y desencantos con la cosa pública. Se juntan allí las enseñanzas de los mejores momentos de la vida democrática y también el estigma que sobre la sociedad y sus dirigencias dejaron las dictaduras. Esas vertientes, más el aporte omnipresente de la "viveza criolla", han conformado una cultura política que no termina de definir sus parámetros éticos.

La realidad viene mostrando un país que transita un período de envidiable tranquilidad económica, con interesantes avances en la satisfacción de expectativas a sectores tradicionalmente postergados.

A la vez, hay evidencias de un saludable reverdecer de la política, aunque esté hegemonizada por una sola fuerza. No de otra manera puede leerse el apoyo electoral con el que cuenta la presidenta Cristina Fernández. Se aguarda para ella, el 23 de octubre, un caudal de votos aún mayor que el de las pasadas primarias de agosto.

Malas señales

Ese contexto nos habilita hoy a reflexionar, por encima de la coyuntura, sobre dos episodios vergonzosos que son portadores de mensajes muy negativos para quienes se ilusionan con un creciente mejoramiento de la vida democrática. Uno es el escándalo que involucra al ex apoderado de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, a su presidenta Hebe de Bonafini y al Gobierno nacional, proveedor de dineros públicos con dudoso destino.

El otro es el fallo absolutorio de los 18 acusados de contrabando de armas del Ejército a Croacia y a Ecuador, entre los que está el ex presidente de la Nación, Carlos Menem.

Después de más de 16 años de tramitarse la causa y de haberse probado con evidencias irrefutables, -hasta con la admisión del pago de coimas-, el desvío del armamento, ni uno de los involucrados fue condenado. Por la relevancia política de quienes participaron, aquel tráfico de armas avalado con decretos presidenciales fue uno de los escándalos de corrupción más grandes de la gestión menemista.
 
Con esta señal de la Justicia, ¿qué se puede esperar entonces para la causa por las explosiones en la Fábrica Militar de Río Tercero, de las que se supone fueron deliberadas para ocultar el faltante de las armas enviadas al exterior?

En paralelo, los dos jueces que fallaron por la ausencia de delito están sospechados de haberse beneficiado en sus ascensos por connivencia con el oficialismo, que domina el mecanismo de designación y promoción de magistrados. El senador por La Rioja, Carlos Menem, después de haber sido vituperado por el kirchnerismo, viene prestando a sus antiguos detractores valiosos servicios en el Parlamento con sus votos y con sus ausencias cuando son funcionales al Poder Ejecutivo. ¿Hubo acuerdo político a cambio de impunidad? Hay silencio de radio en la Casa Rosada.

Lo mismo sucede con las denuncias cada vez más graves de Sergio Schoklender, que involucran a funcionarios del Gobierno nacional por el desvío de fondos públicos. Ese personaje puede no ser confiable para nadie, pero la ausencia de precisiones y avances de la Justicia, a lo que se suman supuestas acciones oficiales para que no siga contando intimidades del poder, extienden un manto de sospecha sobre qué patrones guían la investigación.
 
Hacia los ciudadanos, los mensajes que dejan el fallo sobre el tráfico de armas y el caso Schoklender son los mismos: la corrupción tiene, más tarde o más temprano, el beneficio de la no sanción.

Vía libre

Esto no reconoce ideologías ni sectores en la dirigencia política. Pareciera ser un reaseguro que el Estado otorga a quienes periódicamente pasan por la función pública. Una corporación de ayuda mutua. Ésa es la idea que recibe la sociedad y que incorpora a su cultura política. Es cierto que muchos políticos, del oficialismo y de la oposición, no acuerdan con esa práctica y procuran -sin éxito-, desterrarla. Pero cuando se los consulta, admiten que poco se hace a nivel institucional para que las palabras de los discursos se condigan con la realidad.

Desde esta columna se ha reconocido que uno de los aportes más notables del kirchnerismo ha sido revalorizar la política, en una sociedad ganada por el desencanto del "que se vayan todos" que generó la crisis de 2001. Fue capaz de volver a entusiasmar a amplios sectores sociales y especialmente a los jóvenes, a los que transmitió la ilusión de un futuro de realizaciones, ligado con las utopías setentistas.
 
Por cierto, aquellas utopías por las que dio la vida una parte valiosa de esa generación, no contemplaban la tolerancia con los corruptos ni la claudicación ética.

Una de las obligaciones de los liderazgos políticos es velar por la salud del sistema democrático. El ejemplo de Brasil, con la presidenta Dilma Rousseff echando a varios de sus ministros por corruptos, está a la vista de todos.