¿Convivencia entre dos presidentes?
*Por Gianfranco Pasquino. Lo que está sucediendo en Italia no tiene precedentes en ninguna democracia, ni parlamentaria ni presidencial.
Lo que está sucediendo en Italia no tiene precedentes en ninguna democracia ni parlamentaria ni presidencial. Silvio Berlusconi, presidente del Consejo, que se dirige de todos modos hacia su ocaso político, está imputado en cinco procesos -por corrupción, por abuso de poder, por haber tenido relaciones sexuales con una menor, por haber evadido impuestos- todos en curso.
Desde hace casi veinte años Berlusconi acusa a la justicia de encarnizamiento persecutorio y, para que no lo procesen, continúa imponiendo a sus mayorías parlamentarias la aprobación de leyes menores apropiadas , a título personal, que suelen ser anuladas por la Corte Constitucional, pero que le hacen ganar un tiempo precioso. Por eso, el presidente del Consejo no tiene suficiente tiempo para dedicarse a la realización de su programa, con lo cual, en 2010 el Parlamento italiano aprobó en total apenas cinco leyes de gobierno, y comete muchos errores en la escena internacional.
En la crisis libia, por ejemplo, Berlusconi primero apoyó de manera exagerada a Kadafy (a quien al parecer se debe el origen de las fiestas "bunga, bunga"); después, permitió incluso al ministro de Relaciones exteriores anunciar que Italia podría llegar a dar armas a los rebeldes libios, pese a no ser ésa la política oficial de la OTAN.
Mientras tanto, después de la ruptura con Gianfranco Fini, co-fundador del partido "Pueblo de la libertad", el presidente del Consejo aprovecha sus enormes recursos políticos, económicos y mediáticos para convencer a decenas de parlamentarios, los peores ejemplos de una enfermedad clásicamente italiana, el transformismo, de votar sus medidas, ofreciéndoles cargos de gobierno y de mecenazgo político y una nueva candidatura en las próximas elecciones.
El verdadero, probablemente el único y ciertamente más sólido contrapeso al poder extraordinario de Berlusconi está representado por el presidente de la República, Giorgio Napolitano.
La Constitución italiana establece que el presidente de la República "representa la unidad nacional", en tanto Berlusconi no sólo es expresión de un poco menos de la mitad del electorado italiano, sino que busca constantemente el conflicto con la oposición exacerbando el choque político y dividiendo al país entre el Partido del Amor (el suyo) y el Partido del Odio (la izquierda y los jueces).
El presidente de la República señala que las instituciones, Parlamento y poder judicial, deben ser respetados en su autonomía, mientras que Berlusconi reivindica un mandado popular (inexistente) para someter tanto al parlamento como al poder judicial.
Diputado durante cuarenta años, Napolitano conoce perfectamente no sólo la Constitución, sino los procedimientos y los reglamentos parlamentarios.
Sabe cómo se hacen las leyes y a menudo rechazó leyes improvisadas, mal hechas, con vicios de inconstitucionalidad que los malos parlamentarios del partido de Berlusconi redactaron e intentaron hacer aprobar.
El presidente de la República ya se ha visto obligado a recordar al jefe de gobierno que en el Parlamento tiene que haber no solamente una mayoría numérica, sino también una mayoría operativa, capaz de aprobar leyes útiles para el país. De lo contrario, ese Parlamento puede ser disuelto.
La mayor distancia entre el presidente de la República y el jefe del gobierno se da, por un lado, en el plano del estilo; por el otro, en el plano del prestigio . En el transcurso de su larga carrera política, Napolitano mostró un estilo sobrio, comprometido con la seriedad, el trabajo, el respeto por quien no piensa como él.
Berlusconi, empresario y gobernante, se excede en todas sus actividades, desde las bromas hasta las fiestas y las cenas, definidas por él como "elegantes, con decoro" por las cuales, no obstante, la justicia lo mandó a juicio sospechando una pluralidad de delitos de prostitución.
La popularidad de Berlusconi actualmente cayó hasta un 30-35%; la de Napolitano se mantiene en un 70%.
En la escena internacional, el presidente de la República italiana goza de un prestigio amplio y difundido; el jefe de gobierno parece esencialmente aislado e irrelevante. El próximo presidente de la República será elegido en mayo de 2013 por los integrantes del Parlamento y los representantes de las regiones. Si la coalición entre Berlusconi y Bossi llega a ganar las elecciones, es muy probable que Berlusconi se convierta en presidente de la República . En ese caso, en el sistema político y en la democracia italiana ya no habría más contrapesos.