Contrato social, náufragos y jueces
* Por Cirilo Bustamante. Imaginemos que cinco náufragos logran llegar nadando hasta una isla. En ella aprenden dificultosamente a sobrevivir cazando y recolectando ciertos frutos muy escasos.
No son amigos entre sí, pero una noche se reúnen sobre la playa y prenden una fogata.
Uno de ellos plantea el siguiente problema: "¿Qué sucederá cuando uno de nosotros caiga enfermo o se rompa una pierna? ¿Deberá morir de inanición por no poder procurarse su propio alimento?". Los hombres piensan el asunto y resuelven lo siguiente: si uno de ellos está imposibilitado de alimentarse los otros cuatro darán un quinto de su parte a dicho hombre, quedándose así todos –los cinco– con cuatro quintas partes de alimento.
Lo anterior no es más que un muy sencillo modelo de contrato social que no tiene en cuenta ningún reparto de poder y donde el "sujeto malo" al que hay que temer no es el hombre hobbesiano –es decir, los otros náufragos– sino la misma dificultad de satisfacción de las necesidades elementales de supervivencia. Los hombres del ejemplo no son buenos ni malos, más bien son elementales criaturas egoístas que no darán su quinto al enfermo por compasión sino porque el sistema que establecieron frente a la fogata los asegura a la vez a ellos mismos en caso de caer enfermos. Moralmente son equivalentes al homo economicus imaginado por Stuart Mill o Adam Smith.
Ahora hagamos la cosa más compleja: supongamos que cada uno de los cinco hombres ha naufragado con dos hijos pequeños y los ha podido llevar hasta la isla. Es decir que el costo de cada "familia" en caso de que el adulto se enferme es mucho mayor y, además, hay que prever la hipótesis de que tal adulto muera, circunstancia en la que habrá que alimentar a sus hijos hasta que tengan la capacidad física de conseguir su propio alimento. Agreguemos también lo siguiente: por alguna razón, dos de los náufragos consiguen –cazando, recolectando– el doble de comida por día que los tres restantes. Se reúnen, como en el ejemplo anterior, sobre la playa. Plantean el problema: "¿Qué sucederá si uno de nosotros enferma? ¿Y qué sucederá si muere? ¿Cómo haremos para asegurar a los hijos del muerto hasta que puedan alimentarse por sí mismos? ¿Y qué sucederá si en cierta oportunidad dos hombres enferman al mismo tiempo?". Después de plantear esas preguntas, los tres náufragos que obtienen la "ración simple" miran interrogantemente a los dos que son capaces de obtener la "ración doble". Sin un aporte sobre esa porción extra sería difícil sostener un sistema que asegurara hasta en caso de muerte o incluso a dos enfermos simultáneos.
El problema ya no es tan sencillo como el anterior. La cuestión es qué porción deben aportar los que obtienen "doble ración" de la naturaleza. Estos dos hombres se miran y piensan por un momento por qué no armar un sistema separado en el que estén solamente ellos dos, aportando ambos de una porción similar, sin beneficiar con dichos alimentos extras a quienes no tienen la capacidad de conseguirlos. Más sencillo: ¿por qué aportarían un quinto de lo suyo, que es mayor que el quinto de los otros tres, si lo que recibirían en caso de enfermedad sería exactamente lo mismo?
Después de pensarlo unos momentos, estos dos "supernáufragos" desisten de la idea de armar un sistema separado. No porque sean solidarios, sino porque desconfían del egoísmo elemental del otro "supernáufrago" en caso de necesidad. Es decir que, si pactan un sistema sólo para ellos dos y uno de los dos se invalida o muere, no habrá nadie más en el "sistema de doble ración" que el "supernáufrago" sano, sin otra persona para coaccionarlo a que cumpla su parte del contrato social privilegiado.
Estos dos "supernáufragos" entonces aceptan con cierto disgusto entrar en el sistema propuesto por los otros tres y esa pesadumbre que brota de su sistema emocional –elemental, egoísta, ni bueno ni malo– se traduce en la forma de un pensamiento que los invade en las siguientes semanas: "Estamos cautivos del sistema".
Este pensamiento, así expresado, es tan poco original que no es patrimonio sólo de los "supernáufragos" de las islas perdidas de los experimentos mentales sino que también es familiar a algunos ciudadanos privilegiados de nuestras sociedades más pobladas y aparece cuando estos ciudadanos deben aportar a un sistema solidario "según su capacidad" para recibir, al igual que el resto menos privilegiado, "según su necesidad". Como ilustración, una obra social provincial, un seguro solidario de salud, es justamente eso: un lugar donde ponen más los que más tienen para recibir lo mismo. Es como el sistema de la isla, sólo que no ha sido pensado por un grupo de náufragos sino por los legisladores que lo han sancionado pensando en que el sistema solidario beneficiará a todos pero sobre todo a los empleados estatales de las categorías iniciales, que recibirán las mismas prestaciones que los que gozan de los salarios más altos.
Por eso defrauda un poco, casi entristece, cuando un magistrado –que es un "supernáufrago" de nuestro sistema, por la ración que de él percibe– vuelca en su sentencia ese pensamiento, esa expresión de disgusto que habla de la cautividad del sistema solidario.
Esa expresión que brota de lo profundo, como decíamos más arriba, es elemental, egoísta, ni buena ni mala. Pero quizá podría disimularse un poco, en vez de volcarse frescamente en una sentencia. Porque, además, un magistrado está para hacer cumplir la ley, no para señalarles a los ciudadanos, a través de un acto público y de gobierno, que su ideología es contraria a la de una norma vigente. Que siente que no pertenece al mismo sistema que los demás, que se siente y piensa como un "supernáufrago".
(*) Abogado
CIRILO BUSTAMANTE (*)