Contradicciones que aumentan la lejanía
* Por Joaquín Morales Solá. Ni George W. Bush había expresado como lo acaba de hacer Barack Obama el grado de tensión que existe entre la Argentina y Washington. A diferencia de Brasil, país con el que la administración norteamericana sabe en qué cosas coincide y en qué cosas disiente, la actitud de la Argentina es siempre un misterio.
Nada más expresivo de ese enigma que el escándalo reciente que tuvo como centro el cargamento de un avión militar estadounidense, que llegó a Buenos Aires en el marco de un acuerdo bilateral de cooperación con la Policía Federal.
Las cosas, en verdad, ya no venían bien. Según los cables de WikiLeaks, publicados por La Nacion, Cristina Kirchner pasó de practicar una manifiesta obamamanía a cultivar rápidamente una política de oposición a la gestión del líder norteamericano. Algunos buscan las razones de semejante cambio en el resentimiento que provocó en la presidenta argentina las distancias que el propio Obama puso con su gobierno. El jefe de la Casa Blanca recibió con honores en Washington a los presidentes de México, Brasil, Colombia, Chile y Perú, pero jamás encontró un hueco en su agenda para atender personalmente a la mandataria argentina.
Los voceros de Washington nunca fueron claros sobre las razones de esa frialdad; se limitaron a señalar "problemas de agenda" o destacaban, cuando avanzaban un poco más, las características "imprevisibles" del gobierno de los Kirchner.
Esa lejanía de Obama fue aún más inexplicable luego de la última crisis económica internacional, que depositó la conducción mundial del conflicto en el G-20. La Argentina es, junto con Brasil y México, uno de los tres países latinoamericanos que integran ese exclusivo club de la política internacional. Sin embargo, Cristina Kirchner sólo recibió de Obama un encuentro fugaz, de 10 minutos, en el marco de una cumbre con otros líderes en la que se discutía sobre seguridad nuclear. Casi nada.
Tormentas
Esas molestias argentinas se convirtieron en tormentas de rencor cuando se supo que Obama sobrevolaría territorio argentino sin pisarlo en su gira latinoamericana de los últimos días. Es realmente extraño para la política exterior de Washington que un presidente norteamericano viaje de Brasil a Chile sin pasar ni un minuto por la Argentina.
El gobierno norteamericano se escudó en el pretexto de que la Argentina se encuentra en medio de un proceso electoral y que su presidente no quiere participar de él. Faltan siete meses para las elecciones presidenciales argentinas. El argumento fue, en rigor, poco consistente.
No obstante, el posterior decurso de los acontecimientos pareció darles la razón a los analistas norteamericanos que le aconsejaron a su presidente no aterrizar en Buenos Aires. Lo que se vio luego aquí fue más bien a un gobierno decidido a hacer campaña electoral contra los Estados Unidos.
"Ya que no pudimos hacer campaña con Obama, la haremos contra Obama", se sinceró hace poco, no sin una dosis de cinismo, un cristinista inmaculado. Ese es ahora un eje muy visible de la campaña presidencial del oficialismo.
El escándalo del avión cayó en el centro de esa estrategia. Algunas armas, cuya numeración no coincidía con lo estipulado en el inventario previo, sirvió para decomisar parte de la carga del avión. La justicia argentina determinó que "no hubo delito" por parte de los norteamericanos, pero el gobierno argentino retiene todavía una porción del cargamento del avión.
Mercado negro
Funcionarios kirchneristas señalaron que están averiguando ahora si no hubo intención del gobierno de los Estados Unidos de vender ese material en el mercado negro argentino de armas. La ofensa llegó entones a su cima. El conflicto es serio, como lo calificó Obama, porque el Departamento de Estado sigue reclamando ese material, que incluye algunas claves secretas de comunicación del Departamento de Defensa norteamericano. Para peor, el propio canciller Héctor Timerman (fue el embajador en Washington hasta hace muy poco) participó personalmente del decomiso de las armas y de las valijas con material militar sensible norteamericano.
El gobierno argentino no resolvió nada todavía sobre ese conflicto, a pesar de la insistencia de los funcionarios de Obama. Voceros de Washington dijeron que sentían que habían caído en "una trampa argentina" y la compararon con lo que le sucedió a Bush en Mar del Plata en la cumbre americana de 2005. Todo parecía ir bien en los preparativos hasta que los norteamericanos pisaron suelo argentino; entonces, el gobierno de los Kirchner se convirtió en beligerante frente a Washington.
Las distancias previas se alargaron aún más cuando, en los últimos días, el canciller Timerman expuso la única posición argentina que se conoce sobre la acción de tropas occidentales aliadas para detener la carnicería de Muammar Khadafy sobre los rebeldes a su despótico régimen.
"No se habían agotado los medios diplomáticos", dijo el canciller argentino en un claro cuestionamiento a la decisión de los principales países occidentales.
El gobierno de Cristina Kirchner siempre fue refractario a criticar al regimen de Khadafy desde que comenzó la revolución en varios países árabes. Khadafy y el peronismo están unidos por lazos inmemoriales.
Llamó la atención, con todo, aquella declaración de Timerman. ¿Cuántos civiles muertos eran necesarios para "agotar los medios diplomáticos"? ¿Cuánta devastación debía perpetrar uno de los dictadores más pintorescos, y más sangrientos también, del mundo? ¿Cómo seguir sosteniendo que los derechos humanos son un eje fundamental de la política exterior argentina cuando se olvidaron de los derechos de los libios indefensos?
La condición "imprevisible" del gobierno de los Kirchner es, quizás, el argumento más sincero del gobierno norteamericano cuando justifica su lejanía de la Argentina. ¿Carece de razón? Un presidente norteamericano habría sido bueno sólo si hubiera conformado la política autorreferencial de Cristina Kirchner.
En cambio, un dictador es un dictador bueno cuando toca parte de la melodía del kirchnerismo. Esas contradicciones entre el discurso y la práctica explican, mejor que cualquier otra cosa, la frase corta y clara que Obama le dedicó al país de los Kirchner.
Tormentas
Esas molestias argentinas se convirtieron en tormentas de rencor cuando se supo que Obama sobrevolaría territorio argentino sin pisarlo en su gira latinoamericana de los últimos días. Es realmente extraño para la política exterior de Washington que un presidente norteamericano viaje de Brasil a Chile sin pasar ni un minuto por la Argentina.
El gobierno norteamericano se escudó en el pretexto de que la Argentina se encuentra en medio de un proceso electoral y que su presidente no quiere participar de él. Faltan siete meses para las elecciones presidenciales argentinas. El argumento fue, en rigor, poco consistente.
No obstante, el posterior decurso de los acontecimientos pareció darles la razón a los analistas norteamericanos que le aconsejaron a su presidente no aterrizar en Buenos Aires. Lo que se vio luego aquí fue más bien a un gobierno decidido a hacer campaña electoral contra los Estados Unidos.
"Ya que no pudimos hacer campaña con Obama, la haremos contra Obama", se sinceró hace poco, no sin una dosis de cinismo, un cristinista inmaculado. Ese es ahora un eje muy visible de la campaña presidencial del oficialismo.
El escándalo del avión cayó en el centro de esa estrategia. Algunas armas, cuya numeración no coincidía con lo estipulado en el inventario previo, sirvió para decomisar parte de la carga del avión. La justicia argentina determinó que "no hubo delito" por parte de los norteamericanos, pero el gobierno argentino retiene todavía una porción del cargamento del avión.
Mercado negro
Funcionarios kirchneristas señalaron que están averiguando ahora si no hubo intención del gobierno de los Estados Unidos de vender ese material en el mercado negro argentino de armas. La ofensa llegó entones a su cima. El conflicto es serio, como lo calificó Obama, porque el Departamento de Estado sigue reclamando ese material, que incluye algunas claves secretas de comunicación del Departamento de Defensa norteamericano. Para peor, el propio canciller Héctor Timerman (fue el embajador en Washington hasta hace muy poco) participó personalmente del decomiso de las armas y de las valijas con material militar sensible norteamericano.
El gobierno argentino no resolvió nada todavía sobre ese conflicto, a pesar de la insistencia de los funcionarios de Obama. Voceros de Washington dijeron que sentían que habían caído en "una trampa argentina" y la compararon con lo que le sucedió a Bush en Mar del Plata en la cumbre americana de 2005. Todo parecía ir bien en los preparativos hasta que los norteamericanos pisaron suelo argentino; entonces, el gobierno de los Kirchner se convirtió en beligerante frente a Washington.
Las distancias previas se alargaron aún más cuando, en los últimos días, el canciller Timerman expuso la única posición argentina que se conoce sobre la acción de tropas occidentales aliadas para detener la carnicería de Muammar Khadafy sobre los rebeldes a su despótico régimen.
"No se habían agotado los medios diplomáticos", dijo el canciller argentino en un claro cuestionamiento a la decisión de los principales países occidentales.
El gobierno de Cristina Kirchner siempre fue refractario a criticar al regimen de Khadafy desde que comenzó la revolución en varios países árabes. Khadafy y el peronismo están unidos por lazos inmemoriales.
Llamó la atención, con todo, aquella declaración de Timerman. ¿Cuántos civiles muertos eran necesarios para "agotar los medios diplomáticos"? ¿Cuánta devastación debía perpetrar uno de los dictadores más pintorescos, y más sangrientos también, del mundo? ¿Cómo seguir sosteniendo que los derechos humanos son un eje fundamental de la política exterior argentina cuando se olvidaron de los derechos de los libios indefensos?
La condición "imprevisible" del gobierno de los Kirchner es, quizás, el argumento más sincero del gobierno norteamericano cuando justifica su lejanía de la Argentina. ¿Carece de razón? Un presidente norteamericano habría sido bueno sólo si hubiera conformado la política autorreferencial de Cristina Kirchner.
En cambio, un dictador es un dictador bueno cuando toca parte de la melodía del kirchnerismo. Esas contradicciones entre el discurso y la práctica explican, mejor que cualquier otra cosa, la frase corta y clara que Obama le dedicó al país de los Kirchner.