Consuelo de tontos
*Por Héctor Ghiretti. En base al conflicto educativo chileno y efectuando una comparación con la situación argentina, el autor reflexiona sobre las cuestiones de fondo de la educación. Para debatir.
El actual conflicto social que vive Chile en torno a la educación posee un complejo e interesante trasfondo que podría servirnos, a este lado de la Cordillera, para reflexionar sobre nuestro propio sistema educativo.
Hace unos días, el presidente Piñera fijó categóricamente su posición al respecto: "Todos quisiéramos que la educación, la salud y muchas cosas más fueran gratis para todos, pero quiero recordar que al fin y al cabo, nada es gratis en esta vida, alguien lo tiene que pagar. Si le damos educación gratuita al 10% más favorecido de nuestra sociedad, lo que estaríamos haciendo es que el total de la sociedad, incluyendo los más pobres, con sus impuestos, estarían financiando la educación de los más afortunados y por tanto quiero hacer un llamado a alejarnos de las consignas y entrar al fondo del problema".
Existen en este texto dos falsedades, dos verdades y una confusión. Vamos por partes.
Dos falsedades
Es falso que nada sea gratis. El amor, cuanto más perfecto es, aumenta en gratuidad. Los cristianos creemos que el amor de Dios es gratuito. El amor de amistad también lo es, así como el amor conyugal y el que tenemos hacia nuestros hijos. No esperamos remuneraciones o compensaciones de quienes amamos, independientemente de que existan (y de que el amor sea felizmente correspondido).
Además, la educación tiene en sí misma una dimensión gratuita. En la medida en que la actividad humana requiere mayor compromiso de la intimidad, más don de sí, es más difícil ponerle precio. Esa actividad se realiza sin esperar una retribución proporcionada. Por eso es tan fácil encontrar coches deportivos, yates o islas paradisíacas para comprar y es tan difícil hallar verdaderos maestros: además de ser escasos, no tienen precio.
Dos verdades
Pero si es cierto que el oficio del maestro es gratuito, no lo son, en absoluto, los sistemas educativos. No se puede afirmar que la educación es gratuita y además presumir que se le destina un porcentaje importante del presupuesto nacional. La educación se sostiene con los impuestos de todos los contribuyentes.
Pero esta idea, además de ser una reverenda estupidez repetida hasta por las más altas autoridades universitarias (que algo deberían saber de esto), es un concepto dañino. Porque para cierta mentalidad transaccional, como es la que impera en la sociedad actual, lo que es gratis no merece retribución, ni responsabilidad, ni cuidado.
En una institución educativa este concepto es devastador y su efecto se ve claramente en la declinación progresiva de las universidades nacionales. No es posible pretender excelencia académica ni ocupar la vanguardia científica si se piensa que lo que se recibe es gratis y se puede hacer con ello lo que uno quiera.
Una cosa es la educación no arancelada y otra la educación gratuita: la primera es un hecho, la segunda es un vulgar engaño. Los alumnos deberían entender claramente que el hecho de que no se les cobre por la educación que reciben no implica que esa educación no tenga un alto costo. Sólo así puede exigírseles un comportamiento responsable. Pero esto tendrían que aprenderlo primero los propios profesores y principalmente las autoridades.
La otra verdad que dijo Piñera es que los impuestos que sirven para financiar el sistema educativo superior son pagados por todos y aprovechados por una pequeña minoría. Esto es más cierto en la Argentina que en Chile. La universidad hace tiempo que dejó de ser un factor de movilidad y ascenso social. Hay grandes sectores de la población que no tienen ninguna posibilidad de acceder a la educación superior.
La brecha social en aumento exige estrategias alternativas que permitan el acceso de los sectores más castigados a la universidad, un asunto bien complejo que debería resolverse a través de un sistema sólido y eficaz de apoyos y estímulos del que ahora carecemos. El no arancelamiento no sólo resulta insuficiente: además contribuye al proceso de exclusión, entre otras cosas porque lo enmascara.
Una confusión
El Estado no debe favorecer a los más afortunados pero sí apoyar decididamente la formación de los más capaces. La educación universitaria siempre es selectiva. No existe tal cosa como la universidad de masas: eso es otra mentira demagógica.
Por eso, las universidades públicas deberían hacer su selección primariamente con criterios de calidad académica -destacándose en este aspecto- y subsidiariamente con criterios de inclusión social.
Las universidades privadas podrían ser el medio alternativo de quien quizá no tenga tantas condiciones personales pero sí recursos materiales para seguir sus estudios. Sus estándares de calidad deberían ser constantemente interpelados por las exigencias crecientes de las instituciones públicas. Pero si la universidad pública no lidera ese proceso, la privada (al menos en la Argentina) no puede hacerlo por sí misma.
De este lado y del otro
Las lecturas de lo que está sucediendo en el país trasandino son múltiples: desde el reclamo de sectores sociales en ascenso a la agitación de organizaciones extremistas y partidos despojados del poder, pasando por una marginación social creciente que se expresa indirectamente en este tipo de reclamos o por la resistencia de la élite dirigente actual a permitir un acceso ampliado al poder económico y político.
Por lo general detrás de este tipo de reclamos hay un mar de fondo complejo y vasto, que a veces no se deja ver y cuyo ocultamiento podría ser otra operación de "marketing nacional", en la cual los chilenos se han revelado como unos verdaderos maestros.
Contra estas operaciones y contra la muy difundida idea de la ejemplaridad chilena para el resto de los países de la región parece haber reaccionado Cristina, durante el discurso de cierre de su campaña. La Presidente afirmó que se "llenaba de orgullo" al ver en Chile a los jóvenes "con carteles que pedían una educación como en la Argentina", y destacó el rol del ex presidente Néstor Kirchner al impulsar la ley que estableció el 6% del PBI de inversión estatal en educación.
Es comprensible el triunfalismo en las circunstancias de una alocución electoral. Más peligrosa resulta la autocomplacencia que (casi con seguridad) podría estar evidenciando y la consecuente falta de un proyecto educativo nacional. Decididamente patético es el hecho de que Cristina haga eco del argumento de los estudiantes, quizá quienes menos entienden la complejidad de la situación.
Los problemas educativos aquí son distintos a los de allí pero sería un error concluir que los nuestros son menos graves. Son quizás "simétricos". Sus inconvenientes son previos a una reforma educativa con sentido social e incluyente. Los nuestros son posteriores a esa reforma.
En cualquier caso, tanto uno como otro presidente parecen conformarse, cada cual con sus cómodos argumentos, pensando que es un mal de muchos, que aun cuando no les afecte sigue siendo un consuelo de tontos, porque no les sirve para mejorar.