Consecuencias del populismo peor entendido
*Por Julio Bárbaro. Hay ciertos debates ideológicos que de hecho están agotados. Ya no guardan recetas mágicas, solo discuten intereses .
Al enfrentar conceptos de poder a intenciones de justicia, la batalla contra el campo fue ejemplar. Es indiscutible que si la coyuntura internacional favorece al agro, esa renta debe dividirse entre el campo como su gestor y los acreedores con necesidades básicas insatisfechas.
Si fuéramos una sociedad madura, tendríamos que religar el impuesto al sistema de justa distribución y les quitaríamos argumentos a los codiciosos en la misma medida en que condicionaríamos las desmesuras de los gobernantes. Ni el viejo pretexto de que las riquezas sin límites terminan generando un nunca visto derrame ni la mentira de que todo lo que absorba el Estado está al servicio de los humildes.
Bajo el paraguas de la competencia, se privatizaron empresas del Estado que quedaron convertidas en monstruosos monopolios; hoy, son algunas de ellas las que absorben buena parte de las rentas que producimos como sociedad . Y es por ello que resulta inconcebible que enfrentemos sin piedad a las empresas productivas propias mientras permitimos desmadres en sociedades de servicios extranjerizadas.
Un resentimiento sin conciencia nacional nos lleva a cuestionar a nuestra débil burguesía, sin aludir a la pesada herencia ni a los costos de las estafas de los noventa. Claro está que la mediocridad de nuestros empresarios nacionales explica de sobra su difícil relación con el resto de la sociedad. Deberían ser los sectores enriquecidos los que teniendo demasiado que perder se empeñaran en gestar un poder político inteligente y estable que exprese también sus necesidades. Por desgracia, no es ese nuestro caso: salvo algunas excepciones, nuestros ricos son los menos dotados con mirada al futuro de toda nuestra sociedad y suelen identificarse con los triunfadores de los países desarrollados en la misma medida que se enconan con el espacio que les permitió enriquecerse.
El uso electoral que acostumbran hacer los gobiernos de sus beneficiarios incentiva el egoísmo de los que cuestionan el derecho del Estado a cobrar determinados impuestos.
Sería penoso que los excesos del Estado les devolvieran legitimidad a los cultores de las riquezas privadas porque mientras las ganancias no tengan límites, tampoco los tendrá la miseria .
Estamos en un momento en que el estatismo y la libertad de mercado dejaron de ser parte de una posición ideológica para devenir en simples instrumentos al servicio de las sociedades.
Un acuerdo político requiere que la pobreza y la indigencia se conviertan en protagonistas de un proyecto compartido para transformarlas en parte de la sociedad integrada: cuando el objetivo es claro y genuino, cobrar impuestos en un derecho y pagarlos, una obligación.
Resultaría muy difícil, por no decir imposible, defender el exceso de las ganancias si se hicieran trasparentes la situación de los necesitados y la de las inversiones para rescatarlos.
Hoy la confrontación entre Estado y privado sigue con vigencia plena, mientras los beneficiarios suelen ocupar el espacio de lo discutible.
Encontrar un proyecto colectivo es lo que falta resolver.