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Conocer y entender no es para sedentarios

* Por Marc Augé, etnólogo, ex director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, Paris. Se puede ser etnólogo sin viajar y viajar sin hacer etnología. Lo cierto es que yo practiqué esas dos actividades asociándolas estrechamente.

Me doy cuenta hoy de que, al hacerlo, fui una suerte de testigo, al principio a medias consciente a medias inconsciente, del movimiento por el cual el mundo pasó de la colonización a la globalización.

Fue también así como, tomando prestado el terreno a algunos de mis estudiantes, descubrí América latina y observé de cerca fenómenos como el sueño o la posesión que enriquecieron retrospectivamente mis experiencias africanas.

Ese gusto por viajar es personal . Sin embargo, me volvió sensible a lo que podríamos llamar las paradojas de la movilidad . En sus versiones de lujo, ésta se amplía gracias a la extensión acelerada de los medios de transporte. Empresarios, políticos, famosos de todo tipo atraviesan el planeta en todas las direcciones. En cuanto a los turistas, se desplazan en masa a los países de los cuales escapan los migrantes, que terminan a menudo al final de su huida inmovilizados, confinados en campamentos o, en el caso de los más afortunados, en los barrios pobres de las grandes metrópolis.

El etnólogo, tanto si se desplaza hasta las periferias de la ciudad donde vive como si recorre el mundo, siempre debe estar en movimiento, física e intelectualmente, y cuidar que su mirada resista a las falsas transparencias de las evidencias ilusorias . No es más que un testigo del planeta. Pero si se mantiene fiel a su vocación, tiene una posibilidad de comprender algo en los cambios que lo transforman . Esto se debe a que su vocación es la inestabilidad. No hay etnología sedentaria . El etnólogo llegado de lejos está en una situación particular: sus referentes habituales ya no están y no tiene otros. Esa ausencia es para él un reto, una experiencia y un triunfo.

Se sitúa en un lugar, o un no-lugar, desde el cual se perciben a la vez la coherencia y la arbitrariedad de las normas.

Allí arrastra, con cierta perversidad quizá, a sus "informadores", a los que convence en definitiva de que consideren cultural lo que antes de su llegada percibían como natural.

La etnología es esencialmente crítica; sin esa virtud, corre el riesgo de alienarse en las ilusiones de las que debe dar cuenta. La antropología general, que es su fin último, se interesa en todo pero no se detiene en nada. No es relativista y sólo se interesa en las diferencias para superarlas. En ese sentido, es esencialmente viajera . El etnólogo debe saber partir y retomar su camino. Retomando su camino, cruzará, habiendo perdido de vista todo lugar referencial, a migrantes, itinerantes o errantes, testigos más o menos conscientes del cambio de escala que afecta la vida de todos los habitantes del planeta , para felicidad de unos, para desgracia de otros y vértigo de todos.

En el mundo "sobre-moderno" , sometido a la triple aceleración de los conocimientos, las tecnologías de comunicación y el mercado, es cada día mayor la distancia entre la representación de una globalidad sin fronteras que permitiría a los bienes, a los hombres, las imágenes y los mensajes circular sin limitaciones y la realidad de un planeta dividido, fragmentado, donde las divisiones negadas por la ideología del sistema se encuentran en su corazón mismo.

Copyright Le Monde, 2011. Traducción de Cristina Sardoy.