Conflicto, seguridad y desarrollo
* Por Robert Zoellick. Afganistán, Bosnia, Haití, Liberia, Ruanda, Sierra Leona, Sudán del Sur, Timor Oriental, Iraq. Aunque cada uno es distinto, son todos países con la misma intención de superar los conflictos y las situaciones de fragilidad para garantizar su desarrollo.
Pero como vemos hoy en Oriente Medio y el norte de África, la violencia del siglo XXI difiere de los patrones de los conflictos interestatales del siglo XX y por ende los métodos para abordarla. Hasta ahora, las respuestas de las agencias gubernamentales han sido poco adecuadas, a pesar de que el interés nacional impulsa a los líderes políticos a actuar.
Para ofrecer algunas ideas y recomendaciones prácticas, el Grupo Banco Mundial dio a conocer el Informe sobre el Desarrollo Mundial: Conflicto, Seguridad y Desarrollo, en el que se analizan experiencias a nivel global.
El objetivo es generar instituciones legítimas que puedan brindar un nivel sostenido de seguridad ciudadana, justicia y empleo. Los avances en estos intereses cruciales y la coordinación de las distintas actividades, sientan las bases para un cambio más amplio y profundo. El primer paso, en las etapas iníciales, es restaurar la confianza del público en el accionar colectivo básico.
En un Estado frágil, la confianza no puede restablecerse solo a través del Gobierno. Las coaliciones lo suficientemente incluyentes, contribuyen a la legitimidad política, proporcionan recursos financieros y técnicos y continúan ejerciendo presión para lograr una transformación institucional más profunda. La inclusión debe equilibrarse con la eficiencia, los resultados y -allí donde es importante marcar un quiebre con el pasado- la justicia y la legitimidad-.
Los logros iniciales -aquellas medidas que pueden producir resultados rápidos y concretos-son esenciales para generar la confianza que ha de ampliar la capacidad nacional.
En Kosovo, la seguridad de las carreteras sentó las bases para incrementar el comercio y, por ende, el empleo. En Liberia, las mejoras básicas en la seguridad y el suministro eléctrico, junto a las medidas contra la corrupción fueron la clave.
Estos rápidos logros no deben socavar los esfuerzos a largo plazo para fortalecer las instituciones, sino que deben compatibilizarlos. Si se prestan servicios o se construyen obras públicas únicamente a través de socios internacionales o mediante programas nacionales con un enfoque vertical, el país no logrará desarrollar el respaldo interno ni las instituciones locales esenciales para sostener la recuperación.
Los logros iniciales también deben ser reformas pragmáticas, que den margen para la flexibilidad y la innovación; deben adaptarse a las condiciones locales antes que procurar la perfección técnica. En algunos casos, las opciones más adecuadas pueden implicar consecuencias menos que ideales. Un buen ejemplo es la decisión de Líbano de recurrir a pequeñas redes de proveedores de la sociedad civil para restablecer el servicio eléctrico después de la guerra civil: esto significó utilizar la capacidad no gubernamental con elevados costos unitarios a cambio de obtener resultados en menor plazo.
En este contexto, es esencial que la ayuda internacional sea coordinada a fin de contrarrestar los factores externos de estrés que pueden alimentar la fragilidad y la violencia, tales como el tráfico y los flujos financieros ilegales, la inseguridad alimentaria y los shocks externos.
También es necesario superar brechas estructurales en la cooperación internacional. Los Estados frágiles pueden solicitar hoy ayuda para construir un ejército, pero no para crear fuerzas policiales o sistemas correccionales (si bien las Naciones Unidas han hecho un primer ensayo en esta materia).
El Banco Mundial, por su parte, podría colaborar prestando mayor apoyo al fortalecimiento de los sistemas judiciales civiles. Paralelamente, debemos hacer más hincapié en los proyectos iniciales para generar empleo, en particular a través del sector privado. También es necesaria una división de tareas más adecuada entre los organismos humanitarios y las instituciones de desarrollo.
Todos estos proyectos conllevan riesgos. Si las legislaturas y los inspectores esperan únicamente resultados positivos y ponen en la picota los fracasos, las instituciones se alejarán de los problemas más complejos o se atosigarán con procedimientos y comités para evitar los mea culpa.
Por último, debemos ser realistas: históricamente, incluso las transformaciones más veloces han llevado una generación. Las nuevas tecnologías pueden acelerarlas, ya sea mediante mejores opciones para la provisión de servicios (como el uso de teléfonos celulares para realizar pagos) o mayor transparencia y acceso a la información gracias a las redes sociales (como hemos visto recientemente en Oriente Medio). Sin embargo, aún debemos medir los avances en décadas, no en años. Pero incluso a este ritmo, los resultados pueden marcar una diferencia enorme.
Para ofrecer algunas ideas y recomendaciones prácticas, el Grupo Banco Mundial dio a conocer el Informe sobre el Desarrollo Mundial: Conflicto, Seguridad y Desarrollo, en el que se analizan experiencias a nivel global.
El objetivo es generar instituciones legítimas que puedan brindar un nivel sostenido de seguridad ciudadana, justicia y empleo. Los avances en estos intereses cruciales y la coordinación de las distintas actividades, sientan las bases para un cambio más amplio y profundo. El primer paso, en las etapas iníciales, es restaurar la confianza del público en el accionar colectivo básico.
En un Estado frágil, la confianza no puede restablecerse solo a través del Gobierno. Las coaliciones lo suficientemente incluyentes, contribuyen a la legitimidad política, proporcionan recursos financieros y técnicos y continúan ejerciendo presión para lograr una transformación institucional más profunda. La inclusión debe equilibrarse con la eficiencia, los resultados y -allí donde es importante marcar un quiebre con el pasado- la justicia y la legitimidad-.
Los logros iniciales -aquellas medidas que pueden producir resultados rápidos y concretos-son esenciales para generar la confianza que ha de ampliar la capacidad nacional.
En Kosovo, la seguridad de las carreteras sentó las bases para incrementar el comercio y, por ende, el empleo. En Liberia, las mejoras básicas en la seguridad y el suministro eléctrico, junto a las medidas contra la corrupción fueron la clave.
Estos rápidos logros no deben socavar los esfuerzos a largo plazo para fortalecer las instituciones, sino que deben compatibilizarlos. Si se prestan servicios o se construyen obras públicas únicamente a través de socios internacionales o mediante programas nacionales con un enfoque vertical, el país no logrará desarrollar el respaldo interno ni las instituciones locales esenciales para sostener la recuperación.
Los logros iniciales también deben ser reformas pragmáticas, que den margen para la flexibilidad y la innovación; deben adaptarse a las condiciones locales antes que procurar la perfección técnica. En algunos casos, las opciones más adecuadas pueden implicar consecuencias menos que ideales. Un buen ejemplo es la decisión de Líbano de recurrir a pequeñas redes de proveedores de la sociedad civil para restablecer el servicio eléctrico después de la guerra civil: esto significó utilizar la capacidad no gubernamental con elevados costos unitarios a cambio de obtener resultados en menor plazo.
En este contexto, es esencial que la ayuda internacional sea coordinada a fin de contrarrestar los factores externos de estrés que pueden alimentar la fragilidad y la violencia, tales como el tráfico y los flujos financieros ilegales, la inseguridad alimentaria y los shocks externos.
También es necesario superar brechas estructurales en la cooperación internacional. Los Estados frágiles pueden solicitar hoy ayuda para construir un ejército, pero no para crear fuerzas policiales o sistemas correccionales (si bien las Naciones Unidas han hecho un primer ensayo en esta materia).
El Banco Mundial, por su parte, podría colaborar prestando mayor apoyo al fortalecimiento de los sistemas judiciales civiles. Paralelamente, debemos hacer más hincapié en los proyectos iniciales para generar empleo, en particular a través del sector privado. También es necesaria una división de tareas más adecuada entre los organismos humanitarios y las instituciones de desarrollo.
Todos estos proyectos conllevan riesgos. Si las legislaturas y los inspectores esperan únicamente resultados positivos y ponen en la picota los fracasos, las instituciones se alejarán de los problemas más complejos o se atosigarán con procedimientos y comités para evitar los mea culpa.
Por último, debemos ser realistas: históricamente, incluso las transformaciones más veloces han llevado una generación. Las nuevas tecnologías pueden acelerarlas, ya sea mediante mejores opciones para la provisión de servicios (como el uso de teléfonos celulares para realizar pagos) o mayor transparencia y acceso a la información gracias a las redes sociales (como hemos visto recientemente en Oriente Medio). Sin embargo, aún debemos medir los avances en décadas, no en años. Pero incluso a este ritmo, los resultados pueden marcar una diferencia enorme.