Con o sin Néstor, la lógica de poder del kirchnerismo no varía
*Por Sergio Crivelli. Arrincona al peronismo, hostiga a quien lo critique, intenta dividir a los adversarios y reclutar opositores. Todo sirve -hasta las relaciones exteriores- para hacer política interna.
Si el kirchnerismo es tan duro con quienes lo apoyan incondicionalmente, qué pueden esperar los que se le oponen o lo critican. No sólo hostiga a sindicalistas "de la contra" como Gerónimo Venegas. No se salvan ni las veteranas conductoras de televisión a las que le levantan el programa porque no se suman al coro de aduladores a sueldo. Hasta los economistas que se atreven a decir que las estadísticas del Indec son falsas corren el riesgo de ser castigados.A medida que pasa el tiempo el "estilo" de Cristina Fernández se hace más difícil de distinguir del su difunto marido. Presiona a propios y extraños sin disimulo, no admite críticas, es implacable con los opositores y hasta con los propios oficialistas que puedan representar un desafío para su poder.
Usa el mismo "estilo" avasallador de las épocas de apogeo, pero lejos del apogeo, lo que vuelve incierto el final de la historia, es decir, el resultado de las elecciones de octubre. Si el grueso de la sociedad rechazó ese "estilo" en 2009, no se entiende por qué lo va a aceptar dos años más tarde.
Hasta ahora la dispersión opositora y la impotencia del aparato justicialista Ñen particular el bonaerenseÑ han facilitado la tarea de la presidenta y su círculo para contener las luchas de sucesión. No se sabe si finalmente buscará la reelección, pero quienes alientan esa posibilidad insisten en que no presionaría sobre Daniel Scioli y los caciques del peronismo bonaerense como lo está haciendo, si estuviese dispuesta a abandonar el cargo en diciembre.
A su regreso de Italia el gobernador aventó las expectativas de la oposición interna a la Casa Rosada. Este sector del PJ -con fuerte peso en la maquinaria electoral- está asediado por dos flancos: el de la presidenta que quiere quitarle poder y el de Hugo Moyano que quiere poner sindicalistas en sus listas de candidatos. Por eso se esperaba una reacción del gobernador en defensa de la burocracia territorial, que no se produjo. Scioli volvió a medir la oportunidad, descartó cualquier gesto de independencia -se especulaba con el lanzamiento de su precandidatura- y se inclinó por una tregua.
Fuentes oficialistas aseguran que la presidenta competirá por la reelección únicamente si está segura de un triunfo en primera vuelta. En el palacio hay temor de enfrentar una situación similar a la de Carlos Menem en 2003. Pero las mediciones más confiables desautorizan un triunfo fulminante. Por eso el kirchnerismo aplica sus mayores esfuerzos a desgastar a su principal rival interno, Scioli, el único que tiene chances ciertas de un triunfo en la primera vuelta.
También por eso desde la Casa Rosada lo azuzan con la "colectora" de Sabatella, un ardid que le restaría al gobernador votos imprescindibles en la competencia con Francisco de Narváez el ganador de las elecciones bonaerenses en 2009. Por eso, además, le apuntan a su ministro de seguridad y le imputan hasta los accidentes ferroviarios. Creen que si no consiguen sacarlo de la competencia, por lo menos le "bajarán el precio".
Nada ni nadie está a salvo del látigo "K". También le tocó a los Estados Unidos hacer un aporte a la pelea electoral nativa en el papel de "punchingball" del canciller Héctor Timerman. Un incidente aduanero de menor cuantía fue elevado al rango de incidente diplomático grave y sirvió a la presidenta para asumir la defensa de la "soberanía" nacional, un gesto por completo desproporcionado.
La sobrerreacción sorprendió a los norteamericanos y permitió tanto a la prensa desafecta como a los principales dirigentes de la oposición denunciar una maniobra que deterioró la relación con la principal potencia mundial por razones de política interna. Una jugada que, en rigor, sólo puede terminar perjudicando a la propia administración Fernández. La época de "Braden o Perón" es irrepetible y el patriotismo declamatorio, un arma de doble filo.
Esas reflexiones, parecen, sin embargo, ajenas a un gobierno decidido a emplear a fondo el poder para doblegar a quien se le opone. De un gobierno que confía en que problemas como la inflación y la inseguridad pueden ser alegremente negados sin que la sociedad reaccione y que con sólo controlar la agenda mediática el éxito estará al alcance de la mano. Un gobierno que soñaba en librar una batalla con Mauricio Macri entre izquierda y derecha, progresistas y reaccionarios, la luz y las tinieblas y que por el camino que va puede lograrlo, pero con un resultado distinto del que espera.