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Con 200 kilos es rechazado en hospitales "por si rompe las camillas"

Su nombre es Rubén López y hace años que padece un alto grado de obesidad que imposibilita su movilidad. Sin obra social ni respaldo, cada vez que recurrió a la salud pública para tratar sus dolencias, le negaban la atención.

Ruben López tiene 50 años y toda una vida por delante, eso, claro está, si puede conservar la salud que debería de garantizarle un Estado que hasta hoy le dio la espalda.

Rubén
padece obesidad hereditaria y con casi 200 kilos de peso corporal se vio negado de atención médica ya que, sin empleo por su reducida (casi nula) movilidad, los hospitales públicos se la negaban, precisa y paradójicamente por su exceso de peso.

Luego de que López recurra a los medios de comunicación y su caso se haga eco en mucha voces que apoyaban su pedido por la no discriminación, funcionarios de Salud se comunicaron con este ciudadano de Quilmes para garantizarle ayuda. Una sutil forma de utilizarlo como propaganda política y, del mismo modo, hacer que se apaguen los micrófonos que propagaban su reclamo.

Sin embargo, él se muestra felíz y entre emoción y cierta incredulidad comenta que: "Esperé tanto que puedo esperar un día más, aunque hasta que no lo vea no lo creo. Ayer me visitaron funcionarios de salud y me prometieron que mañana me trasladan para la internación", cuenta Rubén que vive postrado en una cama, y añade que "no me dieron ningún detalles de cómo va a ser el tratamiento o cuánto va a tardar".

El centro que se hará cargo de su tratamiento sería el Hospital Isidoro Iriarte, en donde aparentemente le colocarían el cinturón gástrico. "Yo no quería llegar a esto pero ya no doy más, me doy cuenta que me estoy muriendo. Sabiendo que no me podía ni mover no tenía otra alternativa…” balbucea un tímido Rubén que no hizo más que hacer cumplir sus derechos.
 
“Siento que me estoy muriendo tirado en la cama de mi casa, porque cada vez que debo hacerme estudios o ir a curarme las úlceras al hospital de Quilmes, la ambulancia del CREM o cualquier otra me dicen que no me pueden llevar porque tienen miedo que les rompa las camillas o las camionetas”
cuenta y suma que: “Y cuando finalmente se apiadan de mí y me llevan, al llegar al hospital me mienten diciéndome que no hay camas, o que no admiten personas de mi peso. Me siento discriminado”.

“Cuando podía caminar igual dependía de alguien que me ayudara a subir al colectivo, donde ocupaba dos asientos, lo mismo que en el tren. Me cansaba al subir las escaleras y hoy no puedo caminar ni hasta la esquina de mi casa”,
cuenta un hombre padre de dos hijos (de 10 y 12 años respectivamente), cuya señora sustenta el hogar trabajando en casas de familia y que no puede colaborar en la manutención ni en los gastos por no poder moverse y que, hasta donde le alcanzaron las fuerzas, trabajaba desde su casa cuando lo contrataban.

“Me da tristeza que mis hijos lleguen del colegio y se encuentran con un vegetal tirado en la cama, y siento mucha impotencia por no poder trabajar y ver que mi problema no parece tener solución”, se lamentó López.

“Me encantaría que alguien me dé una mano. Algún organismo o asociación que me brinde la contención y la ayuda que necesito. No pido plata a nadie, sólo necesito ayuda para vivir mejor, porque aún soy joven y quiero dejar de sufrir”, dijo con congoja.