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Cómo pega la crisis

*Por Marcelo Zlotogwiazda. La Argentina está bastante inmunizada al contagio financiero, por la sencilla razón de que en el pasado reciente no ha habido ingreso de capitales especulativos.

Mientras esto se escribe las bolsas del mundo transitan por una montaña rusa que cae mucho más de lo que sube. Se estima que a esta altura las pérdidas patrimoniales superan los 5 billones de dólares, que es algo así como cien veces las reservas del Banco Central de la República Argentina.

Mientras esto se escribe el precio del oro vuelve a romper su máximo histórico, porque es intensamente demandado como refugio para tiempos de incertidumbre. Pero en estos momentos también está subiendo el precio de los bonos del Tesoro de los Estados Unidos, porque, aunque parezca mentira, muchos de los que administran capital financiero siguen creyendo que tienen garantía absoluta de pago, a pesar de que hace unos pocos días ese país estuvo a horas de un default técnico, a pesar de que por primera vez una agencia de riesgo le quitó la calificación triple A, y a pesar de que economistas respetados de variada línea ideológica manifiestan serias dudas sobre la sustentabilidad del endeudamiento estadounidense.

Mientras esto se escribe el mundo financiero está convulsionado, hay operadores en pánico y, lo peor de todo, da toda la impresión de que el Primer Mundo va a repetir una recesión.

La Argentina está bastante inmunizada al contagio financiero, por la sencilla razón de que en el pasado reciente no ha habido ingreso de capitales especulativos que ahora pudieran huir hacia activos considerados más seguros. Tampoco necesita tomar prestado fondos para cubrir vencimientos, y si bien aquí también cae la bolsa, su relevancia para la economía local es mínima e incomparable a la de países donde funciona el mercado de capitales.

No obstante, la agudización de la crisis en Europa y en Estados Unidos va a tener inexorablemente consecuencias negativas sobre la economía argentina, como ya lo mostró la experiencia del año 2009, que terminó siendo un año de estancamiento tras una larga racha de elevadísimo crecimiento. La magnitud del impacto va a depender de la profundidad y duración de la crisis, pero es casi seguro que la principal vía de transmisión será nuevamente el intercambio comercial.

Por la combinación de caída en la demanda y en los precios de los bienes que vende la Argentina, en 2009 las exportaciones disminuyeron un 20 por ciento, y hubo varios meses en que la retracción fue superior al 30 por ciento respecto de igual período del año anterior. Pero la amenaza por el lado externo es ahora mayor que entonces debido a que la balanza comercial no es tan excedentaria, y algunos sectores registran desequilibrios cada vez mayores.

La principal causa de la merma en el superávit está en el sector energético, donde el creciente desfasaje entre una demanda que sube y la oferta en retroceso provoca tanto un alza en las importaciones como una caída en las exportaciones. En los primeros seis meses del año las importaciones de combustibles y lubricantes ascendieron a 4.254 millones de dólares, casi lo mismo que en todo 2010 y cerca del doble que en 2009. Si se las compara con el primer semestre del año pasado, el incremento es del 102 por ciento, que se explica por aumentos en las cantidades compradas y en los precios pagados. El rubro ya representa un 12,4 por ciento del total importado en la primera mitad del año.

A su vez, las exportaciones de combustible y energía sumaron de enero a junio de este año 2.972 millones de dólares, pasando de representar el 9,3 por ciento de todo lo que se factura al exterior en 2010 al 7,4 por ciento en el primer semestre de 2011.

Con esos números, las cuentas dan que la balanza comercial energética arrojó en los primeros seis meses de 2011 un déficit de 1.282 millones de dólares. El último informe de coyuntura del Ministerio de Economía calcula que este sector finalizará el año con un saldo en rojo de casi 2.000 millones de dólares.

Ese mismo informe advierte sobre el agravamiento del problema para el año próximo. Pronostican que las importaciones energéticas superarán los 10.000 millones de dólares (!), y que las exportaciones caerán un 20 por ciento, dejando un enorme agujero de 5.000 millones (!!).

Esta luz amarilla que se enciende en el flanco externo de la economía por culpa del desequilibrio energético, se suma al problema fiscal que ocasiona el sector a través de los subsidios que requiere el mantenimiento de tarifas baratas para todos. Y no hay duda de que el desfasaje tarifario es una de las causas de la debilidad que muestra la oferta energética.

De lo anterior se desprendería que un ajuste tarifario serviría para aliviar las cuentas fiscales y suavizar el rojo del comercio exterior. La medida está en la agenda de cualquiera que piense en escenarios de política económica para después de la elección presidencial, tal como se señaló en esta columna tres semanas atrás.

Mucho se ha tratado sobre la injusticia distributiva que implica mantener baratas las tarifas residenciales de electricidad y gas incluso para los hogares de los deciles altos de la pirámide social, y por lo tanto de lo conveniente y equitativo que resultaría una corrección apropiada y realizada sin la torpeza técnica y política del frustrado intento que se hizo en 2008.

Asimismo hay que considerar que los subsidios también benefician a la actividad industrial. De acuerdo con la comparación que mensualmente difunde la consultora del ex secretario de Energía Daniel Montamat, la tarifa industrial del gas en la Argentina es de 0,75 pesos por metro cúbico mientras que en Brasil es de 2,83; en cuanto a la tarifa eléctrica para uso industrial, en la zona metropolitana Edenor y Edesur cobran 43,6 milésimos de dólar por kwh, en Santa Fe EPE cobra 67,9, en Córdoba EPEC 134,7, del otro lado de la cordillera Chilectra cobra 176,4, y en Brasil la tarifa de la compañía Light asciende a 211,9. Queda en evidencia que las tarifas energéticas son un factor de competitividad para las industrias argentinas y, obviamente, que un aumento las afectaría en ese sentido.

El domingo las urnas dirán cuán cerca está Cristina de tener que ocuparse de este desarreglo en medio de lo que se perfila como una nueva crisis mundial.