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Como en la fábula del gato y los ratones

Aquello de "ponerle el cascabel al gato", usado desde antiguo para aludir al riesgo personal que entraña hacer lo que se sabe que hay que hacer para librarse de un enemigo común que aterroriza a todos parece que en esta ciudad perderá mucho de su tradicional energía como señaladora de la cobardía social, al menos en lo que toca a la lucha contra el narcotráfico.

Como sabe el lector, la frase encomillada del párrafo anterior hace referencia a aquella fábula de unos ratones que habiendo concluido que para evitar los ataques de un gato que los tenía a maltraer porque llegaba hasta donde dormían, con pisadas inaudibles, lo más eficaz sería colgarle un cascabel que se pudiera oír desde apreciable distancia. Pero lo que en teoría impresionaba como una solución sencilla, no lo era en la práctica, pues no había ningún voluntario dispuesto a arriesgar la vida en el operativo de colgarle al enemigo la providencial campanilla.

Por lo que ha informado la Dirección Drogas Peligrosas de la Policía, en la
Capital los vecinos de los barrios más críticos han perdido el miedo a los expendedores de drogas y ahora los denuncian sin vacilación, con lo que están eliminando la impunidad con que operaban esos enemigos sociales que atentan de modo tan detestable contra las familias.
El cambio vecinal se produjo, según la policía, gracias "a las charlas preventivas que llevamos a cabo con diferentes grupos sociales", lo que estableció un fluido contacto entre el organismo de la seguridad y la gente, destacaron los uniformados. Pedro Núñez, de Drogas Peligrosas, subrayó que "lo que importa es que la gente se comprometió con esta realidad; fue importantísimo para nosotros y la fuerza; fue vital que se hayan sacado la idea de que todos saben y nadie aporta nada; es hora de que nos comprometamos todos".

Asimismo, destacó que seis importantes operativos pudieron hacerse este año gracias a la participación vecinal: en el Santa Lucía Sur, en Valle Hermoso, en otros puntos del sur, en las Mil Viviendas y en la casa de una mujer con prisión domiciliaria que continuaba vendiendo drogas.

Puede deducirse que la modificación del comportamiento de los vecinos no ha de deberse únicamente a los encuentros con el personal policial, sino, además, a la comprobación de que las denuncias tienen efecto y que muchas veces no es la policía la que cuenta con la mayor información.

Por lo que se ve en la periferia de la Ciudad, el gato de la fábula -los mercaderes de la droga, en este caso- han perdido la imperceptibilidad de sus pasos y se mueven ahora como con patas de bronce, que es el metal de las campanas.

El prodigioso cambio es hechura de los vecinos, quienes perdieron su condición de paralizadas víctimas por virtud de su propia decisión de colgar todos los cascabeles que sean necesarios.

Falta ahora que la transformación operada en los barrios mencionados por la información policial se extienda por los otros barrios y por la Ciudad entera, lo que configuraría una auténtica campaña liberadora que ojalá encontrara eco en todo el país, de manera que la Argentina entera pudiera ser patria sin droga, y no sólo sin humo de tabaco.
 
Un alentador informe policial indica que en los barrios más críticos de la Ciudad los vecinos han perdido el miedo de denunciar a los vendedores de drogas.