Cómo atender las demandas sociales
Por Miguel Pérez Gaudio* Es desalentador denunciar que lo funcional de la cosa pública, en sus distintos niveles de acción, va mal a pesar de comprender la complejidad de las situaciones.
Es desalentador denunciar que lo funcional de la cosa pública, en sus distintos niveles de acción, va mal a pesar de comprender la complejidad de las situaciones. Pero lo cierto es que se convierte en insoportable para la sociedad, casi una conspiración inconsciente en la responsabilidad de la clase dirigente –tanto oficialista como opositora– e intolerable a perpetuidad.
La realidad, particularmente urbana, está desbordada hasta el hastío: inseguridad frente a los delitos y transgresiones perversas; la inestabilidad y el daño que causa el transporte público; servicios de electricidad, desagües y cloacas trastornados; desorden de tránsito; inflación descontrolada que desestabiliza los presupuestos de la economía doméstica; dislates edilicios públicos; "golpiza" impositiva y tarifaria, como si todo se pudiera hacer cuando se quiera, sin explicaciones razonables y de igual manera para todas las clases sociales; desórdenes morales y culturales; indiferencia y distancia insensible –cada vez más peligrosa– de las clases dirigentes con la ciudadanía; ausencia de una política cierta y reparadora de los graves problemas de vivienda y propiedad; falta de confiabilidad en los poderes del Estado. Y mucho más.
La lectura de esas realidades, aquí solo generalizadas, está totalmente plasmada en los diarios, la radio, la televisión e Internet. El coro de lamentos, reclamos y súplicas angustiantes se multiplica día a día sin ningún resultado concreto y reparador. Por el contrario, nos hemos habituado tanto a ello que a pesar de que la gente todavía tiene confianza en la mediación del periodismo, la sensación es que parece que no hay contraparte que escuche, solucione y resuelva. Ya es una rutina característica que se permite que fluya; total, no va a pasar nada. ¿No va a pasar nunca nada?
Hay como una especie de manipulación de los problemas, por sometimiento a la injusta y pésima cultura de ignorarlos.
Sería una injusticia prolongar en los escenarios de la ciudadanía indefensa semejante panorama y que nosotros, como periodistas, ya ni siquiera conmovamos anunciándolos y denunciándolos para promover los cambios de actitudes de lo que de manera lisa y llana se denomina políticas de Estado y comportamientos, cuya deuda es responsabilidad de los funcionarios y de toda la clase política. Es muy malo aguardar que sólo cambien las cosas si la sociedad se rebela, tentada por violencias arbitrarias e inútiles. Pésima aritmética de los cálculos erróneos de quienes ejercen el poder.
Actitudes reparadoras. Vamos a proponer, una vez más, algunas líneas reparadoras, desde la cosmovisión del periodismo sustentable y con mensaje.
Informar: no ocultemos la verdad de la realidad, ni escondiéndola ni acomodándola con increíbles discursos defensivos para explicarla. Hay que asumir el compromiso y las consecuencias de encarar de otra forma las soluciones y sus posibilidades. En nuestra sociedad, pareciera que hay determinadas fuerzas puestas en convertir la información en desinformación.
Orientar: se necesita una muy buena comunicación crítica y proactiva –oficial y desde los medios–, que oriente a la ciudadanía sobre su realidad y perspectivas. Reconocer lo que no entendemos y buscar el modo de hacerlo, desde el poder o desde los medios, recurriendo a expertos capaces, con buena voluntad para escuchar sus ideas y aportes.
Educar: siempre es necesario una pedagogía, para estar convencido de lo que tratan los problemas de la sociedad. Basta de tanta soberbia, de creernos autónomos y críticos sabelotodo de lo que, en realidad, nos falta conocer con propiedad y confiabilidad; incluso haciéndolo con sustentos sobre la vida y derechos ciudadanos.
Hacer pensar: esta composición calificada de conocimientos, en un ámbito de libertad y pluralidad seria y razonablemente equilibrada en las ideas y en las opiniones, permite que cada uno de nosotros crezca en su libertad de conciencia y comportamientos.
Los ideologismos espurios no hacen otra cosa que perturbar la dignidad personal a la que tienen derecho los pobres y los no pobres; los acomodados y los excluidos; los privilegiados y los discriminados. Una sociedad que apunte a una legítima aspiración de aproximación a la igualdad de los iguales no sólo repara injusticias, sino que evita los desórdenes, como las acciones impredecibles y descontroladas.
Promover: y a nosotros, los periodistas, nos cabe desde los medios –ante la ausencia de soluciones– generar entusiasmo e ideas con propuestas superadoras de nuestras "pestes" y "maleficios" que tanto nos dividen.
Cambiemos, ¡por favor!