COLUMNA DE WARGON: Los hombres a los cincuenta, primera parte
"Este verano cumpliré cincuenta años; La muerte me desgasta, incesante." J L Borges
Sabido es que las mujeres tenemos crisis a los veinte, a los treinta, a los cuarenta, a los cincuenta, y así hasta que se nos acaba (la vida, no las crisis). Tantas y tan aspaventosas son, que desde múltiples medios de comunicación nos bombardean sobre el modo de soportarlas.
En mitad de tanto barullo, poco se ha escrito sobre las crisis de los varoncitos que, al llegar a los cincuenta, también hacen sus desastres Mire a su alrededor, localice algún cincuentón y después me cuenta si acerté. Claro que si usted está casada con uno de ellos... reciba mis más sinceras condolencias.
:Un varoncito a los cincuenta, se despierta un buen día con la crisis encima. Si usted convive con uno de ellos, esté atenta: cualquier mañana se plantarán frente al espejo en una solitaria "revista de tropas", con este resultado:
• Los robustos descubrirán que han entrado en la categoría de chacinados.
• Los flaquitos detectarán que en lugar de la panza (como envío de Satanás) tienen... una pancita.
• Todos se verán calvos o canosos.
• Ninguna de esas alternativas les causa gracia.
Tal vez frente a esa imagen se pregunten "Si aún...". Y en esos puntos suspensivos cabe casi todo el mundo:
–¿Podré levantarme una mina?
–¿Podré aún gustarle a una pendeja?
–¿Podré aún correr?
–¿Podré jugarme un picado como cuando era joven, alzarme una borrachera padre y levantarme a las seis a trabajar?
Las respuestas son diversas. Algunas cosas todavía pueden; otras decididamente no. Pero, en principio, están dispuestos a intentarlas todas.
En ese preciso instante, pasan de aprendices de crisis a la crisis propiamente dicha. Y de ahí en más hay que esperar cualquier cosa.
Veamos qué cosa y lo primero es el físico
Descontamos que el varón cincuentón promedio ha consolidado una familia.
Damos por sentado que el grupo hogareño lo tiene junado y que lo tolera, con esa mezcla de ironía y buena voluntad que suscita un pater familiae.
Y teniendo en cuenta todo lo antedicho, es de imaginarse el susto que provoca el buen señor el día que, durante el desayuno, declara tan campante:
–Vieja, desde hoy empiezo el régimen. Así que para mí, edulcorante.
No es el primero ni el último sobresalto que habrá de propinar el susodicho. Mientras su esposa-víctima se desloma tratando de reducirle calorías, el Don –en su afán de apendejarse– tratará de prenderse en la dieta macrobiótica de alguno de sus hijos que ande en la onda verde.
Y frente al casi infarto de sus espectadores comerá zanahorias cual aplicado conejito o tragará, sin pestañear, un potaje de avena con yogur y esas otras asquerosidades varias que suelen adornar los regímenes vegetarianos.
¡Una salsa de soja aquí, por favor!
Pero por supuesto aun no se ha visto lo peor que vendrá... en la próxima nota!