COLUMNA DE CRISTINA WARGON: ¿Por qué engañan las mujeres? - Parte 4
Bomberos voluntarios. Habiendo quedado medianamente en claro el porqué y el cómo engañan las mujeres, sólo falta precisar con quién. Y, notoriamente, voluntarios sobran.
Cabe decir en honor de los maltrechos varones que, según sus códigos y según ciertos tangos, difícilmente rechazan a una mujer (que después "funcionen" es otro drama y otro tema). Más aún, como enunciado general puede afirmarse que, en realidad, todo el mundo tiene potencialmente ganas de acostarse con todo el mundo. Sólo el amor –que nos vuelve selectivos– o la santa sociedad nos apartan del gran apocalipsis erótico. Pero cuando una mujer se decide a ser infiel es porque tiene el primer dilema superado; y en cuanto al segundo, si una evita las aglomeraciones, la santa sociedad mira discretamente hacia otro lado. Entonces, ¿con quién? El folklore secreto de las mujeres arroja un muestreo extraño.
Generalmente pareciera que se busca lo opuesto: un marido intelectual será cornificado por un señor con "look" de camionero, y éste, por un intelectual. Lanzada a teorizar sobre tan riesgoso tema, me inclino a creer que los amantes encarnan las fantasías por oposición a la pobre realidad matrimonial. Se busca aquello que falta en una relación que, por encima de todo, abunda en rutina. La vieja y sabia Colette hablaba, por ejemplo, de "la maldición de la carne fresca en las mujeres maduras". Habrá que creerle o desmentirla. Personalmente, lo único que he podido constatar es que la iniciación suele producirse con los amigos del propio pobrecito cornudo. La explicación de esta estadística casera tiene raíces milenarias: si la Biblia se empeña en enfatizar "No desearás a la mujer de tu prójimo", es precisamente porque la mujer de ese prójimo ya resultaba profundamente deseable desde que Matusalén era chiquito y le miraba las piernas a la esposa de su compañero de las Santas Escrituras.
No puedo resistirme a una digresión feminista, pero si observan el texto bíblico verán que las mujeres estamos excluidas de ese pecado. Nadie ha dicho: "No desearás el varón de tu prójima". ¡Gracias te doy, Jehová, por ser machista!
Retomando la idea, existen también motivos de índole práctica: el amigo de él es quien está más a mano. Por lo demás, es más fácil de explicar que "Alberto se quedó esperándote hasta las diez de la noche", que justificar la presencia de un bombero en la casa, sobre todo si el incendio no es visible.
A partir de aquí, reitero, todo queda librado al gusto de las damas; y el gusto de las mujeres es tan inescrutable como el I Ching en japonés. Con todos estos datos, cualquier varón puede deducir el estado, calidad y cantidad de su propia cornamenta. Pero, hijos míos, un amable consejo: ni lo intenten. Después de todo, y como dijera Oscar Wilde: "El único encanto del matrimonio es que hace absolutamente necesaria a ambas partes una vida de superchería". Amén.
Generalmente pareciera que se busca lo opuesto: un marido intelectual será cornificado por un señor con "look" de camionero, y éste, por un intelectual. Lanzada a teorizar sobre tan riesgoso tema, me inclino a creer que los amantes encarnan las fantasías por oposición a la pobre realidad matrimonial. Se busca aquello que falta en una relación que, por encima de todo, abunda en rutina. La vieja y sabia Colette hablaba, por ejemplo, de "la maldición de la carne fresca en las mujeres maduras". Habrá que creerle o desmentirla. Personalmente, lo único que he podido constatar es que la iniciación suele producirse con los amigos del propio pobrecito cornudo. La explicación de esta estadística casera tiene raíces milenarias: si la Biblia se empeña en enfatizar "No desearás a la mujer de tu prójimo", es precisamente porque la mujer de ese prójimo ya resultaba profundamente deseable desde que Matusalén era chiquito y le miraba las piernas a la esposa de su compañero de las Santas Escrituras.
No puedo resistirme a una digresión feminista, pero si observan el texto bíblico verán que las mujeres estamos excluidas de ese pecado. Nadie ha dicho: "No desearás el varón de tu prójima". ¡Gracias te doy, Jehová, por ser machista!
Retomando la idea, existen también motivos de índole práctica: el amigo de él es quien está más a mano. Por lo demás, es más fácil de explicar que "Alberto se quedó esperándote hasta las diez de la noche", que justificar la presencia de un bombero en la casa, sobre todo si el incendio no es visible.
A partir de aquí, reitero, todo queda librado al gusto de las damas; y el gusto de las mujeres es tan inescrutable como el I Ching en japonés. Con todos estos datos, cualquier varón puede deducir el estado, calidad y cantidad de su propia cornamenta. Pero, hijos míos, un amable consejo: ni lo intenten. Después de todo, y como dijera Oscar Wilde: "El único encanto del matrimonio es que hace absolutamente necesaria a ambas partes una vida de superchería". Amén.