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Clase media

*Por Pilar Rahola. Habrá que llegar a la conclusión de que España odia a la clase media. O al menos la odian muchos de los líderes políticos cuyos discursos acaban recayendo en ese sufrido colectivo que siempre paga los platos rotos.

*Por Pilar Rahola. Habrá que llegar a la conclusión de que España odia a la clase media. O al menos la odian muchos de los líderes políticos cuyos discursos acaban recayendo en ese sufrido colectivo que siempre paga los platos rotos. Que necesitan cuadrar los números públicos, pues nada, a cargar las tintas sobre la clase media, que es un colectivo ordenado, que tiene ingresos controlados, que paga impuestos rigurosamente y al que pueden atracar en nombre del pueblo. O del populismo, que tanto monta.

No importa que en este país las grandes fortunas disfruten de todas las trampas legales posibles, no importa que vivamos en el paraíso del fraude fiscal, no importa que las administraciones hayan derrochado el dinero a raudales, no importa que hayan demostrado una ineptitud cósmica para la gestión económica, y, por no importar, ni tan solo importa que España sea uno de los territorios más útiles para el enchufismo y el amiguismo político. ¡Qué va a importar que nuestras administraciones públicas estén repletas de amigos de los amigos del partido que gobierna, muchos de ellos convertidos en funcionarios de por vida antes de perder unas elecciones, abultando hasta el infinito el déficit público! Nada de esto es relevante, porque mientras exista la clase media, las pequeñas empresas, los autónomos y el tutti quanti al que pueden echar mano, siempre habrá dinero por atrapar. El último invento en la fábrica del populismo todo a cien, precipitadamente cocinado al albur de las pésimas encuestas que maneja el socialismo, ha sido la recuperación del impuesto de patrimonio, vendido con toda la retórica demagógica al uso. El manual de instrucciones de cómo vender una nueva vuelta de tuerca contra la clase media es conocido. Veamos.

Primero se disfraza de medida social, usando una ficticia confrontación rico-pobre, como si tener una miniempresa, un piso y un adosado en la playa fuera ser rico. Después se obvia que las grandes fortunas están exentas de dicho impuesto, porque los caminos de los verdaderamente ricos, como los del Señor, son inescrutables. Y finalmente se hace creer que todo esto sólo afecta a un colectivo pequeño y ostentoso, cuya obligación de pagar por todo debede ser bíblica. Y la píldora está vendida porque si algo funciona en el subconsciente colectivo es la idea de que se castiga a los ricos. Pero la verdad es algo más sórdida. Los ricos quedan fuera de esta historia, el impuesto no resuelve el problema central del país, que es el paro, sino que castiga a quienes pueden generar trabajo. Y, sobre todo, se grava a los ahorradores, a los cumplidores, a lo que crean patrimonio familiar y no se lo cepillan todo. Y todo ello, mientras el gobierno es incapaz de mostrar un plan de choque de ahorro público y las grandes fortunas se ríen del mundo. ¿Esto es progresismo? Esto es populismo del barato, en épocas de hambre electoral.