Ciencia sin fronteras
Una excelente iniciativa de Brasil para que 100.000 estudiantes se formen en el mundo debería ser seguida por la Argentina.
Siempre es mejor negocio invertir en educación, y el gobierno de la presidenta brasileña Dilma Rousseff así lo entendió. A partir de este año, alrededor de 100.000 estudiantes universitarios del vecino país partirán hacia las mejores casas de altos estudios del Primer Mundo para cursar licenciaturas o posgrados en aquellas disciplinas como las ingenierías y demás áreas tecnológicas sin las cuales ningún país moderno podrá enfrentar con éxito los desafíos del siglo XXI.
El programa Ciencia sin Fronteras -tal el nombre del ambicioso proyecto educativo lanzado hace pocas semanas- significa una inversión gubernamental de un poco menos de 2000 millones de dólares, cuyo objetivo es que la ciencia brasileña avance en tecnología, innovación y competitividad a través del desplazamiento de sus investigadores, estudiantes y profesores, para que a su vuelta apliquen todo lo aprendido e investigado en el exterior en su propio país.
Pero también hay otro propósito: es el de promover la inserción internacional de las instituciones brasileñas a través de la apertura de oportunidades semejantes para científicos y estudiantes extranjeros. Y este último hecho es absolutamente inédito en el contexto latinoamericano y por ello muy destacable, ya que es una política que han emprendido con gran éxito otras economías emergentes, como Corea del Sur y China. También países de Europa como la misma Alemania, toda una potencia tecnológica, recurren a esta modalidad de estudios y es bien conocido el programa Erasmus, que busca mejorar cualitativa y cuantitativamente el intercambio de alumnos en la geografía europea. Este programa y otros que lo antecedieron han posibilitado el desplazamiento por el mundo de varios millones de estudiantes.
Paralelamente a la formación de excelencia que Brasil busca ahora para sus jóvenes universitarios, el país vecino deberá trabajar duramente en la creación de nuevos puestos de trabajo, no sólo para los futuros técnicos, sino también para los actuales, que, aunque ya formados en el extranjero, encuentran poca o nula disponibilidad de lugares en donde desarrollar su alta formación. Es de destacar que, aunque en menor escala, también Chile está enviando un número significativo de sus egresados a cursar estudios de posgrado en los Estados Unidos.
El ejemplo de Brasil debe ser seguido con atención. No es poco lo que se ha hecho en la Argentina desde nuestro Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, pero no es suficiente, desde el momento en que las especialidades en las distintas ingenierías siguen siendo un flanco débil en la formación de los universitarios argentinos. Ello se debe a que no ha habido la coordinación necesaria entre las políticas públicas de industria y tecnología y las de educación superior. Esta modalidad de estudio merece ser continuada en el tiempo y, además, consensuada entre todos los partidos políticos, de manera que no se corte.
Ahora, el programa Ciencia sin Fronteras, con el cual el gobierno de Dilma Rousseff ha decidido dar un fuerte impulso a la estrategia de inversión en ciencia y tecnología en Brasil, es una apuesta fuerte a un futuro digno.
El programa Ciencia sin Fronteras -tal el nombre del ambicioso proyecto educativo lanzado hace pocas semanas- significa una inversión gubernamental de un poco menos de 2000 millones de dólares, cuyo objetivo es que la ciencia brasileña avance en tecnología, innovación y competitividad a través del desplazamiento de sus investigadores, estudiantes y profesores, para que a su vuelta apliquen todo lo aprendido e investigado en el exterior en su propio país.
Pero también hay otro propósito: es el de promover la inserción internacional de las instituciones brasileñas a través de la apertura de oportunidades semejantes para científicos y estudiantes extranjeros. Y este último hecho es absolutamente inédito en el contexto latinoamericano y por ello muy destacable, ya que es una política que han emprendido con gran éxito otras economías emergentes, como Corea del Sur y China. También países de Europa como la misma Alemania, toda una potencia tecnológica, recurren a esta modalidad de estudios y es bien conocido el programa Erasmus, que busca mejorar cualitativa y cuantitativamente el intercambio de alumnos en la geografía europea. Este programa y otros que lo antecedieron han posibilitado el desplazamiento por el mundo de varios millones de estudiantes.
Paralelamente a la formación de excelencia que Brasil busca ahora para sus jóvenes universitarios, el país vecino deberá trabajar duramente en la creación de nuevos puestos de trabajo, no sólo para los futuros técnicos, sino también para los actuales, que, aunque ya formados en el extranjero, encuentran poca o nula disponibilidad de lugares en donde desarrollar su alta formación. Es de destacar que, aunque en menor escala, también Chile está enviando un número significativo de sus egresados a cursar estudios de posgrado en los Estados Unidos.
El ejemplo de Brasil debe ser seguido con atención. No es poco lo que se ha hecho en la Argentina desde nuestro Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, pero no es suficiente, desde el momento en que las especialidades en las distintas ingenierías siguen siendo un flanco débil en la formación de los universitarios argentinos. Ello se debe a que no ha habido la coordinación necesaria entre las políticas públicas de industria y tecnología y las de educación superior. Esta modalidad de estudio merece ser continuada en el tiempo y, además, consensuada entre todos los partidos políticos, de manera que no se corte.
Ahora, el programa Ciencia sin Fronteras, con el cual el gobierno de Dilma Rousseff ha decidido dar un fuerte impulso a la estrategia de inversión en ciencia y tecnología en Brasil, es una apuesta fuerte a un futuro digno.