Christian Giménez: El otro Luis Sandrini
Rosarino, fue elegido por Nacha Guevara para componer al actor que enamoró a Tita Merello. "Actúo para irme de mí".
Una cuestión de "electricidad". De corriente en los huesos. Apóstol de la comedia musical, Christian Giménez se compara con un Billy Elliot adulto. Sólo así puede explicarse haber abandonado la ingeniería en sistemas por el arte de "irse de uno mismo". Cada noche en el Metropolitan se escapa dos horas de su cuerpo para simular vivir en el de Luis Sandrini. Elegido por Nacha Guevara para ese rol, destroza el corazón de Tita Merello en Tita, una vida en tiempo de tango .
No se trata de una imitación. Lo suyo, aclara con firmeza, es una versión libre de Sandrini. "No soy parecido, no me siento él, no tengo su voz ni soy gracioso. Desde que me eligieron me preocupó todo eso. Hasta que Nacha me dijo No hagas al Sandrini que conocemos ". Relajado ante esa premisa, mientras se prepara en su camarín, le apunta a una foto de Tita y Sandrini en la que "el amor de ambos desborda". Con esa técnica, logra conectarse con la historia hasta sentir que les hace "un homenaje a la distancia, sin haber vivido en su tiempo".
Al momento de las audiciones, Giménez había probado suerte como Hugo del Carril. Le pidieron que volviera al día siguiente, con la letra estudiada de Sandrini. " Nacha quiere saber si tenés la esencia del personaje , me dijeron. Y me presenté con todo el prejuicio que tenía sobre Nacha: una persona a la que creía inalcanzable, la directora, protagonista y creadora de la obra". Finalmente cercana, la mujer que interpreta a la ´Piaf arrabalera´, subió a escena con él para tomarle examen. "Cuando vi que ella se involucraba en el texto, me olvidé de que éramos Nacha y yo. Terminamos los dos llorando. Bailamos un vals y ahí me avisó que Sandrini era yo".
Rosarino, a los 36 años se ríe de su pasado acartonado entre cálculos y computadoras. Su cabeza estaba en la facultad de Ingeniería, pero "la electricidad", cuenta, la sentía en el Teatro El Círculo, donde estudiaba canto y baile. Fue el rol de príncipe en un musical de Cenicienta el que lo animó a cambiar de cuento. "Desde ahí no me bajaron más. Empecé a faltar a las clases de Ingeniería, a odiar las computadoras. Eran dos ambientes opuestos y de un polo al otro me sentía mareado", se apasiona.
Con el bolso al hombro y ahorros para dos meses de supervivencia, a los 22 años llegó a Buenos Aires. Buscaba trabajo como mozo cuando quedó seleccionado para una puesta de Ricky Paskhus con Eleonora Cassano ( Cassano dancing ). Desde entonces subió a escena en espectáculos como Chicago , Swing tap , Houdini , Aladín , Cabaret , El Fantasma de la Opera, Victor Victoria ... "Soy de castigarme mucho. Siempre digo, Aquel es mejor que yo. Lo que están pidiendo, eso no lo tengo . Pero ahora estoy entendiendo que los lugares están predeterminados. Que hay lugares que ya son míos. Eso es el destino".
Hijo de una pianista y un juez de paz, recuerda que en su vida primero apareció la música, con una intervención en una banda infanto-juvenil rosarina. El baile y la actuación recién lo fascinaron en Nueva York, en unas vacaciones junto a sus padres en las que pudo ver la puesta de Miss Saigon . "En la vida no me quedaba otra cosa que bailar. Suelo robar una frase de la película Billy Elliot . ´Cuando empecé a bailar, fue como sentir electricidad´. Hoy que soy docente, lo que primero pido a mis alumnos es que sientan. Que antes que nada bailen por dentro".
Actor privilegiado, nunca trabajó fuera del teatro y la televisión. "Ni siquiera en el café de Congreso en el que me habían llamado cuando vivía en el Once y probaba suerte en Buenos Aires", se ríe. En pantalla hizo bolos en ciclos como Pan caliente y Enséñame a vivir , pero su currículum teatral doblega a la TV. "Un antes y un después lo sentí cuando trabajé en México, en 2001. En plena crisis de la Argentina, luego de un año de hacer Chicago con el elenco de acá, con Sandra Guida y Alejandra Radano, unos americanos que montaban la obra en México me vieron y me propusieron viajar", cuenta.
Romántico a la hora de leer el pasado y proyectar el futuro, advierte que escribe una obra sobre mujeres a la que sueña dirigir. Y que todavía se anda preguntando el por qué de ser actor. Alguna teoría interesante ya tiene elaborada: "No es una forma de escape. No me gusta decir eso. Prefiero pensar que me gusta involucrarme en un estado que no es el mío. Por ejemplo, enamorarme de Tita Merello una noche, después separarme de ella. Después ser otra cosa. Actúo para irme de mí. Un rato. Como cuando bailo.