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Choque Urbano: pura tracción a sangre

La agrupación que mueve las fibras de todo el país llega a los viñedos del aeropuerto para cerrar la Fiesta de la Cosecha.

Instrumentos calientes de tanto vibrar. Humor de circo urbano. Baile, ingenio y acrobacias sonoras. Sí: Choque Urbano llega como sorpresón a la Fiesta de la Cosecha, con su destreza de tachos, caños de PVC y latones reciclados para repartir ilusiones musicales en el predio del aeropuerto.  

¿Bailando entre las uvas? Santiago Ablin, el director musical de Choque, asiente mientras hace malabares con sobrinos. Y cuando el de dos años se pone a la batuta con una cuchara, respira y cuenta que el grupo ha crecido bastante en los últimos tiempos y que la versión actual de Choque tiene entre 18 y 19 integrantes.

- El estilo siempre se proyectó como música electrónica hecha con tracción a sangre. ¿Cómo continúan por esa senda sin repetirse?

- Cada espectáculo va abriendo puertas. Con "Baila", por ejemplo, abrimos la de la canción con letras originales y más danza.

Para quien no los haya visto últimamente, "Baila" es, más que un show, un derroche de sorpresas: claro que trae el combustible del disco "La Nave" (álbum que nació de la versión teatral que movieron durante 2008), vuelo que los dejó en un estado de mutación permanente.
Santiago, a la vez, fue ideando las líricas de "Baila", sin aterrizar del juego: "Todo transcurre en una plaza de barrio donde la gente se preocupa por divertirse".

Tema serio, si los hay. Los Choque saben perfectamente (y los pequeños Ablin lo confirman) que saber divertirse con lo que nos gusta es la única forma de fabricarle al mundo unas válvulas artísticas por donde pueda descomprimir y respirar.  

En esos procesos, el director musical se aventuró a las letras "de juego y de amor", sin descartar las raíces latinas que lo apasionan.

Claro que por detrás de lo que se ve y se escucha, hay músicos y actores que no paran de ensayar cruzando destrezas. Un Choque, claro está, tiene que saber actuar, tocar y bailar. Y tiene que saber disfrutar de un entrenamiento duro. Porque cada función es explosiva y los deja exhaustos.

Pero ese clima de comunidad, de circo contemporáneo, es tan contagioso que arremete contra toda posibilidad de estrellato. Todos se destacan por igual, no hay centro.

Entonces, hay una política de Choque que (desde el escenario) manifiesta lo más genuino de la barriada, la fiesta cocinada y compartida en el calor de unos cuerpos gozosos que, sin embargo, son muy diferentes.

Claro que entre todos estos mensajes felices está el de "podés hacer música con cualquier cosa que te rodea" y "el mejor poder del artista es el del contagio".

Pero premisas como ésta resultan más interesantes aún cuando repasamos la historia del grupo: se formó en 2002, en plena crisis y éxodo, y justo en medio de las estrategias de rebusque que brotaron en la Argentina de principios del XXI, plantearon una vuelta a la raíz -al ritual del hecho artístico- para contraponer la magia.

Casi una década después piensan seguir girando por el país con la celebración a cuestas. Y ese cosmos sonoros que han sabido conseguir, llegan nuevamente a Mendoza para encender la bacanal.

Si Jack White (pensemos en el documental "It Might Get Loud") ya demostró que te podés fabricar tu propia guitarra eléctrica con un palo, dos clavos y una botella de vidrio, mucho más acá los Choque nos enseñan que trepándote a un andamio apenas con unas manoplas podés emular un buen bajo eléctrico.  

Igual energía humana. Y ya vimos el poder hipnotizador de las bolsitas de nylon cuando llega la hora del drum & bass.

¿Acaso no lo supo de entrada Les Luthiers cuando ideó los instrumentos informales? Pues no es casual que tanta inventiva se asocie a las estrategias argentinas para sacar belleza hasta de las piedras.

Y sí, hay una poesía que sobrevuela también cada actuación de Choque: la del caño viejo y urbano que tuerce su destino de oxidación para metamorfosearse en corneta e incitar al baile.