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Charlas de Quincho

Quinchos venezolanos e hispánicos, y otro que fue un gastronómico a un polémico, prestigiosísimo y querido crítico de arte, que colaboró 20 años con este diario.

Un tema insular provocó que en las reuniones en Caracas no se hablara sólo de la salud del anfitrión y de su larguísimo discurso. El flamante canciller español convocó a almorzar a los embajadores latinoamericanos y se despachó con una postura insospechable respecto de otra intrusión de un viejo imperio. Junto al mar, un gobernador siguió dando envidia a amigos y enemigos con su capacidad de convocar gente con casi nada. Finalmente, en una comida de artistas y periodistas se despidió con admiración y cariño a una figura revolucionaria en el ámbito de las artes que falleció esta semana. Veamos.

Jorge Argüello tembién espacial. El embajador ante Washington se reunió con el administrador de la NASA, Charles Bolden. Daniel Scioli se paseó por la playa Bristol para saludar a guardavidas y público, un rato antes de viajar a Tandil junto a Julio Iglesias.

Seguramente porque es una zafra en el terreno más fecundo, el del nacionalismo de todo país, las mejores señales del Gobierno -atravesado por debates como la pelea con Hugo Moyano o los roces con las petroleras- han llegado a Olivos de afuera y sobre Malvinas, asunto en el cual el Gobierno ha pisado una iniciativa que ningún sector, ni de la más rabiosa oposición, deja de compartir. Cristina de Kirchner se quedó en la residencia a la espera del resultado de la cumbre del ALBA en Caracas, a la que concurrió Héctor Timerman, que se festejó ayer: la declaración de más países de que prohibirán que barcos con la bandera -o banderín- de las islas toquen sus puertos. Eso es importante porque no implica, como creen algunos, que los barcos van a cambiar el pabellón cuando lleguen a un puerto amigo de la Argentina. Los barcos no pueden cambiar bandera y documentación entre la salida y la llegada, con lo cual esta prohibición que se ha logrado de países del Mercosur, el ALBA, Unasur y las otras ligas de países implica que esa bandera dejará de usarse.

Con ese estandarte consiguen los pesqueros de varios países beneficios fiscales de los kelpers y también algunas preferencias para vender sus productos en la Unión Europea. Lo que empezó como una pelea por un banderín alcanza ahora el poder de un misil económico que sanciona la negativa inglesa a sentarse a una mesa a discutir soberanía. De Caracas llegaron señales que gustan en Olivos, en donde hubo ya una emergencia de salud, sobre la de Hugo Chávez, con quien tuvo el canciller una reunión a solas cuyo contenido político nadie pudo conocer hasta anoche. De petróleo no se habló, dijeron en la delegación, atendiendo a las preguntas sobre si habrá o no negociación de áreas subexplotadas por concesionarios en la Argentina a cambio de la deudas con Venezuela por provisión de combustibles.

Sí salió de esos encuentros la noticia de que «A Chávez le crece el pelo y está más que bien». La salud del bolivariano fue tema discutido en la última semana por la noticia que dio un diario español sobre un informe de la CIA que diría que le queda un año de vida. Para desmentirlo, no sólo insultó Chávez al diario ABC, sino también a Rajoy, a José María Aznar y a todo el PP español, acusándolos de franquistas. También presidió el sábado un desfile militar durante seis horas y, antes de la cumbre del ALBA, dio un discurso de nueve horas sin parar ni para ir al baño. Un récord para Chávez, pero que no quebró otras marcas de oradores intensos y extensos, como Domingo Cavallo, quien el 23 de agosto de 1995 habló en el Congreso durante once horas para denunciar a Alfredo Yabrán.

Tampoco paró para atender ninguna necesidad sin que ni él ni Chávez hayan revelado el método, porque además toman mucha agua estos oradores para mantener la voz. ¿Usarán el sistema de Julio Grondona en sus negociaciones con orientales, con quienes -ha dicho- hay que seguirla por horas sin interrupción porque te caminan? Consiste en ir a esas reuniones con saco, corbata y pañales, como los bebés y los ancianos.

Mejores noticias llegaron de Madrid, porque el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy dio una señal sorprendente en el primer mes de gobierno, que a la Argentina le viene más que bien. Su canciller, José Manuel García-Margallo, lanzó el reclamo por la soberanía española en Gibraltar, algo inesperado en un Gobierno conservador teniendo en cuenta que el de Gran Bretaña también lo es. Es cuestión de días para que España quede en la obligación también de sumarse a los reclamos por lo mismo -soberanía- en Malvinas. El nuevo canciller se pronunció en público y también en privado esta semana que pasó, cuando visitó Madrid el viceministro inglés para Europa, David Lidington, quien se movió hasta la capital española por este motivo. «Esta broma se ha terminado. La política sobre Gibraltar la vamos a cambiar», anunció el funcionario a poco de asumir, en lenguaje acorde con el de los voceros argentinos al referirse a esta disputa. El visitante echó mano del mismo argumento que usa Londres para rechazar la discusión -es un asunto de autodeterminación, no de descolonización-, pero Margallo respondió que eso contraviene el Tratado de Utrecht (1713), raíz del litigio y la Declaración de Bruselas (1984).

Con el Gobierno de Aznar los dos países habían llegado a un preacuerdo de coadministración a través de un ente tripartito (los dos países y los gibraltareños), pero Gran Bretaña echó por tierra el intento de llamar a un referendo cuando los usurpadores dijeron que no. Ahora el Gobierno de Rajoy ha expresado oficialmente el deseo de progresar en todo lo relacionado con Gibraltar, lo que debe incluir un diálogo con el Reino Unido en cuestiones de soberanía.

De esto no se habló en el quincho más internacional de la semana, pero que interesó más que nada a la Argentina, que fue el almuerzo que el canciller Margallo les dio a los embajadores de los países latinoamericanos destacados en Madrid para presentarse y hablar de lo que más le interesa hoy a España frente al continente. Fue un almuerzo el miércoles en el palacio de Santa Cruz -sede de la cancillería española- al que fue la totalidad de los representantes y además el excanciller uruguayo Enrique Iglesias, que es secretario de la Cumbre Iberoamericana. El almuerzo estuvo dedicado a comprometer la presencia de todos los presidentes de la región el 19 de marzo en la Cumbre Iberoamericana de Cádiz, que se hace coincidir con el bicentenario de la sanción de la Constitución española, la llamada «Pepa» (por San José, que se celebra el 19 de marzo) y que marcó una época por su contenido liberal, antiabsolutista. Presente en ese almuerzo, Carlos Bettini, representante de la Argentina, destacó que Cristina de Kirchner estará en esa cumbre en quizás el primer viaje al extranjero que hará en el año. Hay una visita a Chile pendiente para mediados de marzo, pero puede suspenderse o reemplazarse con una minicumbre con Sebastián Piñera en Cádiz.

A la Argentina le significa mucho esa celebración porque fue una Constitución nacida con aire de emancipación y liberalidad que la hace grata al ideario socialdemócrata con el que quiere identificarse el peronismo de hoy (con el mismo énfasis con que se abrazaba al conservadorismo en los años 90), aunque es una Constitución que elogian también liberales, conservadores y neo-cons. Fue inspiradora de otras constituciones y para toda Iberoamérica fue el comienzo del proceso de organización. Más lo fue para España, que transitó entre esa Constitución de 1812 y la Constitución de 1977 un largo calvario institucional, el más largo que pueda imaginarse un país contemporáneo. En ese almuerzo, Bettini se ocupó de destacar que hubo en esa Constitución la firma de tres diputados del Río de La Plata y que esa relación se cristaliza en el hecho de que en Cádiz esté uno de los cinco consulados que tiene la Argentina en España y que funciona en la casa que perteneció a Bernardino Rivadavia. Con esto destacó que Cristina estará dentro de un mes en Cádiz, algo que quiere España de todos los mandatarios para esta Cumbre Iberoamericana que puede ser la última según el formato que se le conoce.

Esas cumbres nacieron hace 20 años, cuando estaba más fresco el proceso de transición de muchos países y España podía dar lecciones. Fue un expediente de la monarquía borbónica de encontrarle un rol a su rey. Hoy la mayoría de los países de la región han creado otras ligas de naciones en cuyas cumbres hacen pronunciamientos sin esperar, como antes, a la que presidía el rey Juan Carlos, quien, además, ya no es tan joven y no está -se admitía en sordina en la sobremesa del palacio de Santa Cruz- ni para ajetreos ni para desaires, como el que debió tolerar en Paraguay el año pasado, en una cumbre que fracasó por la inasistencia de la mayoría de los presidentes. En estos encuentros, Bettini es destacado no sólo por el volumen de su agenda -casa real, partidos políticos, empresarios, los Kirchner, Felipe González, Carlos Slim, etc.-, también porque es el más veterano de los embajadores en Madrid. Algunos saben además que para la Cancillería argentina de esta nueva etapa Bettini forma parte de un círculo de consulta al que pertenecen pocos embajadores -otros son Dante Dovena y Jorge Argüello-, que les disputan el manejo de agenda a los profesionales. A ese círculo se agregó ahora la secretaria de Coordinación del ministerio de Timerman, Paula de Ferraris, promovida a ese cargo por Juan Carlos Pezoa después de desempeñarse en el Ministerio de Salud, que es quien maneja la administración y los fondos de la casa y de quien se empezará a hablar cada vez más.

Scioli, atento a lo que hacen los adversarios que lo marcan desde afuera, pero sin reconocerlos como tales, estrujó su método de acumulación de fuerzas. Primero mandó a negar que hubiera reincorporado a policías sumariados por haber peleado en la Legislatura provincial el día de su asunción. Después de casi diez días fuera del país, dejó que sus contradictores dieran el resto y mostrasen lo que tienen. Esos policías siguen bajo sumario y no han vuelto a las funciones que tenían antes, sino que desempeñan tareas en otro lado. Quien diga lo contrario miente, mandó a decir. Quienes teorizan sobre política suelen decir que gobernar es manejar la economía, pero en realidad gobernar es manejar la Policía. Por eso Scioli, como sus contradictores en el «garretismo» de la Nación, se aferra al tema seguridad para dar una batalla central dentro del oficialismo, en la que todos leen la disputa sobre quién peleará por el oficialismo en 2015, si el gobernador, que parece el candidato natural con la actual legislación, o si Cristina con una eventual habilitación reelectoral.

Porque gobernar es manejar la Policía -algo de lo que algunas administraciones se avergüenzan creyendo que pueden mirar para otro lado porque la seguridad es la derecha-, Scioli no deja un instante de atornillar a sus funcionarios, a la espera de algún momento de balance en donde pretende demostrar que el método aplicado en Buenos Aires es mejor que el que quiere imponer la línea Arslanian-Garré, que en realidad tiene atribuciones centrales en la Capital Federal, en donde Mauricio Macri también le disputa la seguridad al kirchnerismo desde otra doctrina policial y otros funcionarios que también son criticados por la ministra.

Estas minucias de gobernabilidad no le impiden al gobernador redoblar las tareas centrales de su temporada política alta, que es el verano en la costa. En esto no tiene adversarios; el sistema Scioli de acompañar desde el vértice el ánimo quizás inevitablemente frívolo de las vacaciones es envidiado por todos porque ven que al gobernador le da resultados. De eso se benefician todos, que al final llegan a los cargos por los votos que acumulan en las elecciones, y por eso ni los críticos más ácidos de su persona y su gestión se animan a observarle nada; más aún, no faltarán quienes sueñen que los invita a ponerse los cortos en La Ñata para jugar un partido de las estrellas. Pero también eso lo sabe Scioli y cuida ese santuario que es su residencia de Benavídez, partido de Tigre, con tanto mimo que es difícil no sólo llegar; con un Scioli tan fotográfico, no existen imágenes de ese lugar ni se conocen detalles del funcionamiento. Es su casa y guarda la privacidad, toda una rareza de este político que parece a veces desnudar su intimidad, como lo hizo en Francia cuando se fotografió desnudo de espaldas mientras lo atendía un médico o se desviste en una casilla de bañeros, casi ante la mirada de todos, para meterse en el mar, como hizo ayer.

A esa intimidad pertenece su participación en uno de los quinchos más encumbrados de la semana que fue la cena que compartió con el cantante español Julio Iglesias, el empresario Florencio Aldrey Iglesias y colaboradores en el comedor del hotel Hermitage. Fue horas antes del recital del cantante anoche en Tandil (el primero de tres; habrá otro en el conurbano y un cierre el fin de semana próximo en Mar del Plata) y dio la oportunidad para que el visitante negase que esté cerca de retirarse de los escenarios. Contó que su sello grabador le ha organizado una gira mundial como su producto de más venta, que lo llevará desde Mar del Plata a Moscú (esos productores presumen que es uno de los diez cantantes que más discos han vendido en la historia, cerca de 350 millones). Iglesias tiene una relación especial con la Argentina porque fue el país desde donde lanzó su carrera internacional y es de origen gallego, como su anfitrión y homónimo, Aldrey. Por eso en uno de los momentos de la cena hubo para hablar algo de política; España es gobernada hoy por un gallego de Pontevedra (Mariano Rajoy) y ese país se conmovió el mes pasado por la muerte de otro gallego, Manuel Fraga Iribarne, a quien elogiaron en España desde todos los sectores políticos, incluso quienes en su momento lo combatieron como ministro estrella de Francisco Franco, ministro de la transición o, más cerca de ahora, como presidente de la región autónoma de Galicia. Vivía hasta su muerte en un departamento de 90 metros cuadrados en Madrid, un signo de austeridad en un país más bien dado a lo monumental, adonde lo velaron con tanta dificultad que pasaban de a uno quienes querían despedirlo, entre ellos Rajoy.

El método no lo aplicó sólo a puertas cerradas el gobernador sino a mar abierto. En la mañana de ayer salió a correr por la rambla de Mar del Plata, práctica que suele justificar no sólo en las ganas de hacer deporte sino porque le permite hablar con centenares de veraneantes con quienes se encuentra en el trayecto que hace durante más de una hora. Es la forma de escuchar pedidos, quejas, reclamos y, claro, también de recibir saludos, pedidos de foto, mangazos y otras formas de vivir la popularidad. Dice sacar lección de esos encuentros, algo que hacía con otro método el hombre que le manejó la economía a Juan Perón desde el Banco Central y el IAPI, Miguel Miranda, que preguntaba en los negocios sobre la venta de caramelos para medir el humor del público frente a la marcha de la economía. Si la venta crecía es que todo iba bien; si bajaba, había algún problema y además mal humor.

El famoso empresario Jack Welsh, a quien se le atribuye haber salvado a la General Electric, hacía el mismo tipo de encuestas empíricas por la calle, pero ni corriendo ni hablando de caramelos. Preguntaba en los negocios por la venta de lamparitas. Cuando hay bonanza, dice, la gente compra lamparitas en cantidad, más de las que necesita. Si las cosas andan mal, compra sólo las imprescindibles. Ayer, mientras hacía su propio sondeo callejero por la rambla, Scioli se detuvo en la casilla 4 de la Bristol, en donde lo saludó el popular Félix, un bañero jubilado que ahora atiende ese balneario. Palabra va, palabra viene, el gobernador le contó a Félix que su primer deporte había sido la natación. «Fui campeón nacional de estilo pecho en 200 metros», dijo, y mirando al agua agregó: «Tengo unas ganas de meterme en el mar...». No lo incitó Félix, pensando quizás en el riesgo de esa tentación.

Scioli siguió su carrera-encuesta pero la terminó en la misma casilla 4. «Préstenme un pantalón de baño», dijo; hurgaron en la cueva de los bañeros y encontraron uno, que a ojo, parecía venirle bien aunque su estado era digno más de un linyera que de un gobernador que cuida cada detalle. Se lo puso y comenzó a correr hacia el agua, seguido con dificultad por Félix y colegas en actividad, además de algún custodio que para mantenerse en la «line of duty» debió mojarse sin bañador. Entró al agua acompañado de los bañeros y empezaron a meterse adentro, y más adentro; eso movió a otros bañeros que, quizás atentos a la seguridad de este nadador vip, lo creyeron oportuno. Nadaron hasta la rompiente para regresar congelados -el agua estaba ayer insoportablemente fría en la Bristol- y en olor de multitud, porque a esa altura ya había centenares de curiosos mirando esta incursión como si tratase de una emergencia. Con casi nada había Scioli montado un acto que vale más que diez concentraciones en el conurbano. «¿No les dije que salí campeón de 200 metros estilo pecho? Representaba al Club Estudiantil Porteño de Ramos Mejía, partido de La Matanza».

De vuelta a los quinchos globales, uno que se destacó fue la cena que dio Jorge Argüello en la noche del jueves al grupo que integraron el gobernador de Mendoza «Paco» Pérez, su asesor Mauricio Mazzón («Chuequito», le dicen, por el apodo de su padre), el titular de la Corporación Aconcagua, Hugo Eurnekian; al asesor de éste, el exdiputado Eduardo Valdez, y el representante de la Argentina ante el BID, Eugenio Díaz Bonilla. Fue en el Café Milano de Washington, famoso antes por ser lugar frecuentado por políticos, ricos y famosos, pero también porque era el lugar adonde se había organizado el atentado contra el embajador de Arabia Saudita por Al Qaeda que desbarató la CIA hace algunos meses. Esa leyenda animó la cena, enterados ya los asistentes de los detalles que llevaron al grupo argentino a varias oficinas de Washington: mostrar el proyecto de tren trasandino que se licitará antes de fin de año y que será -si sale- la obra pública más grande de la región.

La presentación la hizo el grupo ante el BID el viernes, con la idea de que cuando vayan a pedirle al dinero al organismo ya los conozcan de antes. En esa cena los funcionarios argentinos desdramatizaron las causas y efectos de la visita desde el miércoles de la subsecretaria para Asuntos Hemisféricos Roberta Jackson, quien estará en Buenos Aires en visita a ministros que le indican Timerman y la embajadora Vilma Martínez, que es la dueña de una agenda mansa y protocolar que no incluye entrevista con la Presidente. Aunque a último momento, como ocurre siempre, terminará viéndose porque esta visita es para entonar cantos de amor y eterna amistad.

Terminamos con una cena de artistas, arquitectos y críticos de arte, el sábado por la noche en el restorán Rías Altas de Palermo Chico, y un tema único que convocaba a todos: la muerte, el pasado jueves, de Jorge Glusberg, el hombre que dividió las aguas en la crítica de arte y arquitectura del país desde los años 70, además de destacado columnista de este diario desde hacía más de dos décadas. «Si hubo alguien que hizo todo por el arte y la arquitectura en la Argentina, ése fue Jorge, y forzosamente alguien así genera tanto amigos incondicionales como enemigos acérrimos», lo evocó el arquitecto Carlos Dibar, asociado durante varios años a Glusberg en la organización de congresos de su especialidad y en programas de televisión. «En estos últimos dos años, la maldita enfermedad muscular que padeció le había quitado una gran parte de su personalidad, era la enfermedad más cruel para una persona tan activa, cuyo habitual insomnio lo llevaba a embarcar a otros a continuar con el trabajo hasta la hora que fuere», agregó.

Como organizador de congresos, Glusberg carecía de horarios, y ésa era una de las notas más inhabituales de su forma de actuar, sobre todo para la «etiqueta» de rigor en tales simposios, y sobre todo en ciertos países. En una oportunidad, al término de la primera muestra de arte latinoamericano en el centro de Convenciones de Chicago, a niveles de megaespectáculo, Glusberg advirtió, pasadas las 2 de la mañana, cuando las autoridades de ese Centro prácticamente los estaban echando, que habían olvidado un punto de la agenda: la reunión de la CICA (Centro Internacional de Críticos de Arquitectura). «No, esto no puede quedar sin hacerse, porque mañana no tendremos tiempo», dijo entonces. Resultado: forzó a los diez participantes allí presentes a encontrar un bar abierto, tarea bastante ímproba en Chicago, y cuando hallaron uno, aunque poco adecuado para tales protocolos, hicieron la reunión.

A propósito de sus hábitos nocturnos («cuando no tengo nada que hacer», dijo una vez a este diario, «me quedo mirando películas por televisión hasta la madrugada. Afortunadamente se inventó el cable»), Eduardo Costantini todavía se acuerda de los dos micros cargados de participantes extranjeros que envió a su casa de zona norte, al terminar la primera de las reuniones de la Bienal de Arquitectura que se celebró en el Malba, museo de Costantini. Por una razón imprevista, la cena a la que se había convocado al término de la apertura no pudo realizarse en el restorán elegido, de modo que Glusberg no titubeó en llamar a Costantini y pedirle: «Armame una cena urgente para dentro de un rato, te mando dos ómnibus a tu casa con arquitectos con hambre». Los micros llegaron cerca de la una de la mañana. «A la menesunda hay que hacerla», dijo también una vez a este diario, refiriéndose al célebre concepto artístico de su amiga Marta Minujín. «Con bla bla bla no se logra nada». Traducido a su lenguaje, esto significaba: el anquilosamiento de los círculos áureos de las artes plásticas no sirven para nada. Hay que armar, proyectar, aliarse con empresas de primer nivel para que inviertan en arte. Los tiempos del té con masas en la Confitería de las Artes han terminado definitivamente, por suerte».

Con ese pensamiento, Glusberg creó en los 60 el CAYC, Centro de Arte y Comunicación, sin el cual ni siquiera el Di Tella habría sido posible. Ocioso es recordar, a esta altura, que el CAYC, donde confluyeron nombres tan disímiles como el de Justo Solsona, Edgardo Giménez, la citada Minujín, Gyula Kosice o Bonino, fue el primer mojón fundamental en la carrera de Glusberg, y marcó tan fuerte a esa década como a la posterior, como en los 90 lo plasmó su gestión en el Museo Nacional de Bellas Artes, que por primera vez se hizo masivo desde su fundación. Glusberg, que sostenía la teoría de los museos fríos y los museos calientes, le dio calor a tal punto que hasta llegó a totalizar el récord de 70.000 visitantes un fin de semana (cuando antes no concurría más que un centenar de personas). Además, abolió esa absurda disposición burocrática según la cual el MNBA estaba abierto únicamente hasta el mediodía). Desde luego, se granjeó muchos enemigos, comenzando por la presidenta de la Asociación de Amigos de ese Museo, Nelly Arrieta de Blaquier, cuyos enfrentamientos con Glusberg a lo largo de toda su gestión llegaron a ser épicos.

Otros artistas también lo combatieron con fervor. Glusberg era expeditivo: algunas cosas le gustaban, y otras no. Y jamás recurrió a las medias tintas, quizá, seguramente, con algún exceso de arbitrariedad como todo juez de arte. El final de su mando en el MNBA fue lamentable, y miserable: se lo acusó, entre otras cosas de manejos económicos no claros en la confección de los suntuosos catálogos que también distinguieron su gestión, o de negligencia con la seguridad en un episodio de robo de una obra. Algunos de los que se manifestaron en su contra fueron artistas que él no había distinguido con alguna muestra. Discípulo de Jorge Romero Brest, llevó adelante las enseñanzas de este polémico crítico -recordaban los comensales en esta cena que pareció un velorio gastronómico-: en el CAYC creó la que él llamaba la «Escuelita», que le daba un marco teórico de vanguardia a las nuevas generaciones de arquitectos, elementos que éstos no obtenían, desde luego, en el ámbito puramente universitario. «En el CAYC, yo soy el medio y el mensaje a la vez», bromeaba parafraseando a Marshall McLuhan, el teórico de moda en los 60. El modelo, para él era su padre, Leonardo Glusberg, descendiente directo de los «gauchos judíos» del litoral argentino, y editor y librero artesanal. Glusberg hablaba mucho de su padre, entre cuyos libros se formó y adquirió el temprano amor por el arte.

También en los 90, creó los premios «Leonardo», en homenaje a su padre, pese a que algunos de los ganadores creyeran que el nombre remitía a Da Vinci. Cosa de artistas. «Desgraciadamente, lo que le faltó a mi viejo fue talento para los negocios, y se fundió muy rápido», dijo también una vez. El hijo, en cambio, no careció de ninguna de esas habilidades, ya que con su fábrica de artefactos lumínicos Modulor (también una vanguardista expresión de diseño) se convirtió en un exitoso empresario. Eso tampoco se lo perdonaron sus enemigos. Glusberg, como buen espíritu independiente, nunca comulgó con ninguna ideología. Repudiaba, desde luego, al autoritarismo, pero su posición con respecto a las fuerzas políticas siempre fue muy crítica. Pese a ello, en los primeros años del Proceso debió refugiarse impensadamente en el Uruguay por un tiempo, cuando su vida corrió peligro. Ocurrió que se lo había convocado para curar una exposición, bastante modesta por cierto, en la plaza Roberto Arlt, y él convocó para ello a un grupo de artistas entre los que se encontraba al menos uno sindicado de terrorista por la dictadura. La exposición fue clausurada apenas se inauguró, y el nombre de Glusberg también entró en una lista negra. Fue así como debió embarcarse a Montevideo. Al regresar, cuando ya el peligro personal había pasado, le confesó a uno de sus allegados, presentes en esa cena: «Parece que el arte se ha vuelto demasiado riesgoso en este país. Mejor dediquémonos a la arquitectura». A la hora del brindis, un recuerdo para una imagen que nadie ha olvidado: el esmoquin modelo Kenzo en seda, comprado en París, con el cual epataba en las noches de gran abono del Colón.

Vamos a terminar con un chiste cordobés. Un hombre de esa provincia es detenido por un policía mientras venía manejando erráticamente por la autopista a Villa Carlos Paz. El policía le pregunta si estuvo tomando. y responde:

- Mirá, negro: es viernes, ¿no? Entonces, salimos con los guasos a tomar unas copas. Y me bajé una jarra de cerveza yo solito. Y después otra. Y después otra más. Y ahí fue que llegó una cosa llamada «happy hour», y resulta que todos los tragos eran a mitad de precio. Y le seguimos dando pa'que tenga y guarde. Y bueno, seguimos así hasta hace un rato cuando el «Negro» Méndez me pidió que lo llevara a la casa, y yo lo llevé... Pero en el camino paré en una estación de servicio, no fuera cosa que me quedara sin combustible, y me compré esto.

En ese momento saca una petaca de whisky de su bolsillo. El policía, con toda la paciencia del mundo, le dice:

- Señor: me temo que va a tener que bajarse del auto y hacer el test de alcoholemia.

Y el borracho le responde, airado:

- ¿Por qué, negro: no me creés?