Charlas de Quincho
Esta semana muchos quinchos se trasladaron a Nueva York, Italia y México.
Nota extraída del diario Ámbito Financiero
Hubo conspiraciones y amagos de alianzas de cara a los comicios del año que viene, que serán clave para un proyecto oficial, pero también renovación de viejas amistades.
En el medio, la Presidente se recluyó en su hotel por comprensibles razones y se trasladó a Los Cabos para la reunión del G-20 sin uno de sus laderos habituales (no se explicó el porqué de esta omisión). Un gobernador, casi en secreto, voló a Europa por razones médicas y también de amistad. Y estuvimos en un evento social benéfico en el que se comentó la conmovedora actitud del mejor jugador de fútbol del mundo ante dos chicos con una enfermedad terminal. Veamos.
Cristina de Kirchner al llegar a Los Cabos (México) para participar de la reunión del G-20. La curiosidad del viaje: Carlos Zannini -presente en cuanto periplo presidencial hubo- esta vez no formó parte de la comitiva oficial.
Difícil imaginar una semana política más global y multipartidaria que la que pasó, y no porque los dirigentes, punteros y funcionarios no tuvieran entuertos pendientes en la agenda local. Tampoco es fácil imaginar una serie tan variada y fecunda de reuniones, conspiraciones, conciliábulos y sobremesas para lo que se viene. Mucho de lo que se verá los próximos meses en materia de alianzas y divorcios será fruto de lo que hablaron en Nueva York y Washington peronistas de todas las tribus entre sí y con algunos opositores de líneas medias que se subieron a los aviones para pasar siete días en Estados Unidos convocados por distintas actividades. Lo más notable en materia de ausencias son las de Cristina de Kirchner y de Daniel Scioli. La Presidente estaba ya anoche en Los Cabos, México, acompañada por Hernán Lorenzino y Héctor Timerman -ni Carlos Zannini la acompañó esta vez a la Cumbre del G-20, una rareza de este viaje porque el secretario presidencial nunca ha faltado en ninguna comitiva-. El gobernador se fue una semana a Italia, de donde regresa el jueves, para atenderse con médicos de ese país y visitar alguna querencia que nunca deja de frecuentar cada seis meses, como la casa de Fabio Buzzi, el armador de sus lanchas cuando era deportista, junto al Lago de Como.
La Presidente, a diferencia de anteriores viajes, estuvo más recluida que nunca en su hotel de Nueva York, el Mandarin, y limitó sus reuniones a las que tuvo con el canciller -para refinar el discurso sobre Malvinas en la ONU- y el embajador Jorge Argüello, con quien desayunó ayer antes de subirse al avión rumbo a México. No acompañó a la delegación en el único jolgorio que se permitieron en la casa de pastas Bice en la noche del jueves, ni se exhibió paseando por una ciudad que siempre le gustó pero que según sus entornistas le trae recuerdos tristes porque la conoció junto a su marido fallecido. Ni se franqueó en la sede de la ONU con los integrantes de la comitiva multipartidaria que la acompañó -apenas saludó desde la primera fila del salón del Comité de Descolonización a quienes estaban cerca-. Algunos, que ocupaban sillas más lejanas se levantaron esperando algún saludo pero se quedaron con la mano extendida. «Parecíamos los personajes de 'Bienvenido Mr. Marshall'», bromeó uno de estos ninguneados recordando el film del español Berlanga, una historia de las España de los años 50 que espera la visita del zar del Plan Marshall de ayuda a países destruidos de la posguerra y se queda en el andén viendo cómo el tren del americano sigue de largo a gran velocidad sin detenerse ni a saludar.
El puñado de preocupaciones de la Presidente seguramente hizo que la delegación, y hasta los funcionarios más íntimos, disculpasen la circunspección de Cristina, quien le explicó a uno de sus ministros que permaneció en el hotel tres días, casi sin salir de su habitación, para estar comunicada con Buenos Aires y seguir hora a hora la convalecencia de su hijo Máximo quien continuó internado en la clínica Austral hasta este fin de semana. Hubiera ido, en todo caso, la Presidente por lo menos a Bice, adonde el presidente de la Cámara de Diputados invitó en la noche del jueves a toda la delegación a devorar un menú de pastas en uno de los restoranes predilectos de Néstor Kirchner, el Bice de la 7 y 54, y que era casi una cábala de los viajes presidenciales del santacruceño.
Por no ir se perdió la Presidente -y Héctor Timerman y Daniel Filmus, que se fueron a cenar solos esa noche para divertirse de otra manera- ver a los peronistas que gobiernan confraternizar con los peronistas disidentes y una representación, aunque menor de radicales. La paz y la concordia de esa noche lo menos que anuncia es un acercamiento irresistible entre las bandas del peronismo. No se entiende, si no, la afabilidad con la que se trataron Domínguez, Zannini, Miguel Pichetto y Agustín Rossi con Felipe Solá o Alfredo Atanassof, quienes por lo menos comparten hoy por hoy el ánimo de no hablar de temas que los dividan, suspender tácticamente los vaticinios algo sobre candidaturas, de cruzar anécdotas sobre las dificultades que tienen hoy los dirigentes para moverse por la calle -algunos relataron anécdotas desagradables de agresiones-. Miraban esto hombres con distritos más tranquilos como los gobernadores Sergio Urribarri y Gerardo Zamora, o testigos de la oposición como Samuel Cabanchik o Jaime Linares.
El centro de las coincidencias es la elección legislativa del año que viene, hecho que cifra la suerte del oficialismo en próximo cambio presidencial porque de esos comicios saldrá o no los votos para un proyecto de reforma con reelección. Oficialistas y opositores esa noche se manifestaron divididos por dos hipótesis contrarias para cuya demostración nadie apura mucho más que anécdotas triviales. Un sector cree que en el peronismo habrá choque de trenes entre kirchnerismo y sciolismo; el otro que los trenes irán a velocidad bala pero que en algún momento se enfilarán en algún cruce que los junte en la misma formación. Buenos Aires es siempre la clave: en la elección legislativa de 2013 entrega la oposición las bancas que ganó en la buena elección de 2009 pero los partidos que la integran no están, visto a hoy por lo menos, en condiciones de recuperarlas.
El kirchnerismo tiene la mejor chance de apoderarse de esas bancas para acercarse a los 2/3 mágicos de la reelección pero tiene enfrente un muro de pretensiones con el que debe enfrentarse o negociar. En 2013 vencen las bancas de Ricardo Alfonsín, Margarita Stolbizer, Francisco de Narváez, Felipe Solá. De estos dirigentes puede decirse de todo, menos que no junten, cada cual, como cabeza de listas un lote de votos que el oficialismo deberá enfrentar con una tira de kirchneristas que también terminan banca, como Carlos Kunkel, «Cuto» Moreno o Diana Conti, que necesitan tener una cabeza de lista de personalidades más competitivas para hacer una buena elección. Estas especulaciones le dieron sentido a encuentros neoyorquinos que sin este marco tendrían poco peso. Uno, el pancho -se dice «hot dog» allá- que compartieron sobre el césped del Central Park, cuando salieron de la ONU, Solá con Martín Sabbatella, la sobremesa de Felipe con el senador radical Linares, que seguramente será candidato a gobernador de Buenos Aires en 2015 por la alianza Stolbizer-Binner o, más importante y casi secreta, la larga charla que mantuvieron en la sala de embarques de United el viernes por la noche, cuando regresaban a Buenos Aires, Julián Domínguez y el mencionado Solá. Celebraron estos dos dirigentes que les hubieran dado en el regreso clase «business» cuando a la ida los embutiesen en la modesta clase «turista» del avión. De qué hablaron no se sabe nada, pero ese encuentro dará leche en los próximos meses.
Estas honduras preñadas de política futura convivieron esa noche de Bice con muestras del mejor ingenio político, como los brindis que se cruzaron sin mencionarlo a Néstor Kirchner, aunque en las charlas uno a uno hubo recuerdos al expresidente, sin cuya referencia habrían elegido otro restorán más competitivo. Lo mejor fue cuando Argüello, sentado junto a Domínguez en la mesa que resultó chica -a Solá le tocó una punta y no hubo lugar para Fabiana Ríos, gobernadora que tuvo que irse a otra mesa con los fueguinos que la acompañaban- repartió a cada uno de los invitados un ejemplar del libro elaborado por su embajada y que había presentado Hernán Lorenzino en Washington el lunes. Se titula «La Argentina y el default de 2001: mitos y realidades» y cada uno de los invitados lo tomó, le dio una mirada y lo guardó para mejor momento.
Sólo uno, que estaba sentado frente a Argüello, miró el título, bajó la cabeza y empezó a hojearlo. La charla colectiva siguió sin pausa y el lector siguió hojeando, casi leyendo las páginas de ese volumen. Despertó para pedirle al embajador: «Ché, necesito más ejemplares. ¿Cuántos te quedaron?». Argüello hizo el gesto regio de llamar a un amanuense que acercó el bolsito. «Acá tengo siete, pero te los cambio por las obras completas de Antonio Esteban Agüero, que hace años no se publican porque hay una pelea entre los familiares». «Hecho, te lo mando apenas vuelva», respondió Adolfo Rodríguez Saá- que de él se trata -embolsando sus ocho ejemplares.
Quisieron saber quienes escucharon este diálogo de qué se trataba. Argüello amagó una disculpa: «Mirá que no se habla de vos». «No sé -retrucó Adolfo- pero lo que veo acá me interesa mucho, veo cosas que son ciertas, pero hay otras...», siguió Adolfo. «Esa semana de mi presidencia no se ha contado nunca. Pasó cada cosa, hasta la conspiración duhaldista para que me fuera». Solá no escuchó nada porque estaba en una punta, junto a un diputado de La Rioja que lo divertía contando cómo, por su apellido y su aspecto, lo habían demorado en la «migra» al entrar a los Estados Unidos, quizás por haberlo confundido con un buscado «top». Tampoco acusó recibo de esa atribución antiduhaldista Atanasoff, que fue jefe de Gabinete de Eduardo Duhalde, pero que ahora milita en el «coloradismo» de De Narváez y tiene derecho a la amnesia.
Pero Adolfo siguió con una serie de anécdotas sobre aquella semana de su presidencia, que batió los récords de actividad en el quincho de la residencia de Olivos, en donde el sanluiseño organizó un asado cada noche de su breve mandato. «¿Saben qué? Me llevo estos libros, pero voy a escribir uno mío, propio contando los siete días de mi presidencia, un capítulo dedicado a cada día, y ya van a ver». La noche se demoró entre estas luces y sombras del pasado, pero que alumbran claro el presente y lo que viene. Además se dilató porque nadie se levantaba al no saber si había que pagar o no la cena. Domínguez, con ademán de jefe regio, hizo otro ademán con el brazo y dio a entender que estaban todos invitados.
El viernes por la noche, en el avión de la vuelta, hubo tiempo para devanar algunas singularidades y enigmas del viaje. Una, ¿quién fue el responsable de que Cristina de Kirchner no supiese, cuando había comenzado el discurso en el almuerzo del Council of the Americas, que se lo estaban transmitiendo por TV? Interrumpió la charla y comentó: «Ah, están todos los canales en vivo en Buenos Aires, bueno no estoy diciendo nada que no pueda ser escuchado en Buenos Aires. No acostumbro a decir cosas en privado que no puedan ser escuchadas en público». Y siguió.
Había dado un dato importante que anotaron los petroleros y abogados presentes, sobre las razones de no haber expropiado el 100% de las acciones de Repsol en YPF. «Podríamos haber hecho una nacionalización; una estatización, esto es del ciento por ciento del capital de YPF, esto nos hubiera -digamos- bajado de nuestra cotización de la Bolsa de Nueva York y posiblemente también de la Bolsa de la Argentina. En realidad, obviamente y sin desmerecer a ningún argentino, la Bolsa de Nueva York es un orientador a nivel global». Otra: ¿conocía Cristina las preguntas que le iban a hacer en ese almuerzo los empresarios invitados? Seguramente que no, porque tuvo el tino de armar la reunión con un cóctel de recepción de más de media hora en el cual la Presidente saludó y charló unos minutos con la mayoría. Fue ahí cuando Cristina recibió las inquietudes principales y también las respondió, casi en secreto. En síntesis, cuando entraron al almuerzo, quienes querían decirle o preguntarle algo a la Presidente ya lo habían hecho.
Aunque más de contrafrente, siempre en la línea del quincho global, también trascenderá con el tiempo lo que hablaron otros viajeros al Norte durante la semana, antes del show «Malvinas en la ONU». Todo ocurrió en Washington en una serie de actividades de la Fundación de Estudios Políticos, Económicos y Sociales para la Nueva Argentina (Fepesna) que maneja desde hace años la dirigente porteña Laura Velázquez (es funcionaria no diplomática de la Cancillería y estuvo hasta este año en Brasil) para discutir sobre los efectos de las elecciones de este año en los Estados Unidos en la Argentina. Un grupo más que heterogéneo tuvo la delicadeza de viajar a Washington para mirarse las caras que no se miran cuando están en el país bajo una luz que nadie explica por qué juntó bajo el mismo techo a Jorge Capitanich, el exjefe de asesores de la Cancillería Eduardo Valdés, el presidente del Consejo de la Magistratura porteña Juan Manuel Olmos, el diputado macrista Federico Pinedo, el sindicalista de los porteros Víctor Santa María, la ombudsman porteña Alicia Pierini y, entre otros, el director electoral Alejandro Tullio.
A todos los juntó Argüello el martes en una cena en la embajada en la cual se volvió a convivir entre oficialistas y opositores como si no fueran de la Argentina intransigente y dividida. Pinedo, que siguió de viaje a París, fue el único que habló en el seminario junto a Capitanich, y aportó un testimonio fresco de su negativa a integrar la comitiva presidencial que horas más tarde iría a la ONU. «Me dijo Mauricio que no hablan nunca con nosotros, nos quieren tirar los subtes por la cabeza y después quieren que vayamos». Pinedo dio a entender que él habría aceptado, más estando ya en EE.UU. para el show Velázquez, pero que acató el dictamen de su jefe de bajarse del compromiso.
Ese viaje, aunque se han ocupado los participantes de no exhibirlo para no competir con el de Cristina, dio para mucho. No sólo por lo que se escuchó en el seminario de la Universidad de Georgetown, sino por los diálogos, por ejemplo, de Capitanich con miembros del Council of the Americas, que hizo un show para ellos en la capital de los EE.UU. en donde minimizó la importancia de los juicios en el CIADI contra el país. Sólo dos -dijo- están abiertos, el resto ya están todos arreglados. El grupo transitó por una agenda distinta a la de otros viajeros. Los recibió el subsecretario de América Latina de Hillary Clinton, Kevin Whitaker y también el asesor del candidato republicano Mitt Romney, Ray Walser, un exdiplomático de la era Bush que trabaja en la Heritage Foundation.
Contaron en esa cena en la embajada que del lado de los demócratas habían recibido las inquietudes obvias sobre la economía criolla, pero que los habían saludado como delegados de la Argentina, un país que vota con Washington la mayoría de las veces y que acompaña en política nuclear y antiterrorismo. Es decir, los mejores amigos del barrio. De los republicanos, el saldo fue más raro: les preguntaron sobre Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. «Venimos de la Argentina, les aclararon. Con ustedes todo bien, respondió Walser, quien los despidió amablemente.
Para la gala de Make-a-Wish, beneficio que celebró sus primeros diez años y 4.000 sueños infantiles cumplidos, recrearon, en los salones del hotel Alvear, la escenografía de Madame Butterfly. La ópera de Puccini transcurre en Japón, por eso Mónica y Guido Parisier -que manejan esa organización benéfica- dispusieron una escenografía de cerezos nacarados y crisantemos, acompañados de generosa profusión de velas, espejos y proyecciones, creando la engañosa sensación de estar en un palacio japonés. Gente que lo ha visto todo comentó que jamás en Buenos Aires hubo un clima tan bien logrado. Martín Roig, responsable de la decoración, disfrutaba la marea de elogios, pero con el rabillo del ojo miraba a su tradicional contrincante, la deslumbrante Gloria César, que se desplazaba con la frente alta, sin sentirse destronada (al parecer), con su túnica negra y su melena blanca.
Las mujeres, casi irreconocibles en medio del orientalismo reinante, tenían la cara maquillada de blanco, los ojos pintados como las geishas y estaban envueltas en sedas multicolores con apliques de flores. «Parecen salidas de los almanaques de las tintorerías», señaló un austero crítico de arte enfundado en un traje de Kenzo, como única concesión. Claudia Stad parecía Cio San (la protagonista de Butterfly) y hasta los gestos parecían estudiados: cuando bajaba la cabeza, brillaban sus diamantes, entretejidos en el pelo. Su única competidora fue la anfitriona Parisier, vestida con afán patrio por Gino Bogani, con tonos celestes y blancos.
La gala convocó a más de trescientas cincuenta personas, a las que se les exigió el black tie y vestidos largos para las damas. En las distintas mesas estaban Ernesto Gutiérrez, presidente de Aeropuertos 2000, junto a su mujer; Martín Cabrales, Ana Luisa Bruchou, hija de Carolina Herrera y esposa de Enrique Bruchou, el hermano de Juan, presidente del Citibank. Sobresalió Catherine Fulop con amplio escote que desvió las miradas de los hombres. Karina Rabolini tuvo que repartir su tiempo porque llegaba del cumpleaños de Cacho Castaña. Allí se encontró con su cuñado Pepe Scioli. Entre los diseñadores se destacaron Gino Bogani y Carlos di Doménico. Entre los banqueros se vio a Tomás Sánchez Córdova y entre los bodegueros, a Gastón Pérez Izquierdo, CEO de Catena Zapata. Una de las damas mejor vestidas fue Miriam Bagó, presidente de la fundación del Hospital Fernández. También se lucieron Malena Haedo, Carlos di Domínico, Dorita Laplacette, Dicky Smith Estrada, Diego Santilli -quien actuó de rematador-, Florencia Solanas Pacheco, Augusto Rodríguez Larreta, Norberto Frigerio, Martín Roig, Patricia Pinel, Estela Totah, Florencia Allende y, entre otros, Sofía Aldao, además del rey de la medicina ortomolecular, Rubén Mohulberger, con corbata de Kaquimoto. Muchos intercambiaban tarjetas, pero durante el remate de una serie de valiosas perlas, los compradores prefirieron el anonimato.
La música con onda japonesa no invitaba precisamente a bailar, pero Cristina Guzmán se atrevió: dio algunos pasitos cortos frente al odontólogo Carlos Cecchi, que parecía vender su oficio con la sonrisa clavada en el rostro. El lomo glaceado no fue lo mejor de la noche, pero «nadie es perfecto», dijo uno de los tantos benefactores que optó por despedirse temprano. El espectáculo lo organizó Peter McFarlane; una soprano cantó el aria principal de Madame Butterfly, «un bel di vedremo», en tiempo de rock. Un tema dominante de charla fue la actitud de Lionel Messi para con dos niños que padecen leucemia. Los chicos fueron llevados al predio de la AFA donde entrena la Selección, y su ídolo los recibió con una ternura que sorprendió a todos. Messi se emocionó ante la niña de 12 años y el chico de 4 años que cargan con una enfermedad grave, pero que dibujaron una enorme sonrisa cuando lo vieron. El jugador se emocionó y les contó a los encargados de Make-a-Wish que los niños le despiertan enormes sentimientos por eso dedica buena parte de su tiempo para estar con ellos.
Interesante postal brindó el viernes por la noche el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, al compartir escenario con dos leyendas del mundo del hampa (una de cada lado del océano), el criollo Hugo «La Garza» Sosa y el español Daniel «Millonario» Rojo. Fue en el marco de Buenos Aires Negra, festival de periodismo policial que por estos días tiene lugar en el Centro Cultural San Martín. Lombardi mostró particular afinidad con este Rojo ya que en el panel le preguntaba -y escuchaba deslumbrado las respuestas- sobre atracos de bancos en dos minutos de reloj, películas del género (se recordó el film del español Carlos Saura titulada «Deprisa, deprisa», que se filmó con delincuentes reales como actores) y, ya hacia un plano más íntimo, sobre el éxito que los malvivientes tienen entre las mujeres, lo cual derivó en algunos comentarios de índole desopilante que preferimos no reproducir.
No le fue tan bien con Sosa, que recordó sus penurias de la infancia por la pobreza y llegado el final de la charla sentenció: «Un chico sale a robar porque no puede tener cuatro comidas diarias y la culpa de que no las tenga la tienen los políticos, con el perdón del amigo acá presente». Aun así salió del paso con una sonrisa y dijo sentirse contento con la charla ya que en ese escenario no hacía falta «caretearla, como les gusta a los políticos». Lombardi en esta presentación se diferenció hasta en el atuendo de cómo suele aparecer en actos públicos: en los del PRO, se lo puede ver vestido de impecable elegante sport. Vestía pantalones marrones, zapatillas y camisa blanca arrugada.
Vamos a terminar con un chiste profesional. En una comida de amigos, un paisajista, un ingeniero, un cirujano y un abogado discuten cuál es realmente la profesión más antigua del mundo. Descartada la obvia, el paisajista afirma que la más vieja es la de él. Los otros preguntan por qué.
-Porque Dios creó el Jardín del Edén; por lo tanto, paisajista es la profesión más antigua.
El cirujano replica:
-Pero antes de eso, en el sexto día de la Creación, Dios le sacó una costilla a Adán para crear a la mujer. Por lo tanto, cirujano (o sea médico) es la profesión más antigua.
En este punto tercia el ingeniero:
-Permítanme disentir porque antes del Jardín del Edén y de Adán y Eva, Dios creó el universo a partir del caos y de la confusión. Y eso es lo que hacemos los ingenieros. Por lo tanto, la profesión más antigua es la nuestra.
Y el abogado, con sorna, replica:
-Sí, puede ser, pero ¿quién te parece que creó el caos y la confusión?
Hubo conspiraciones y amagos de alianzas de cara a los comicios del año que viene, que serán clave para un proyecto oficial, pero también renovación de viejas amistades.
En el medio, la Presidente se recluyó en su hotel por comprensibles razones y se trasladó a Los Cabos para la reunión del G-20 sin uno de sus laderos habituales (no se explicó el porqué de esta omisión). Un gobernador, casi en secreto, voló a Europa por razones médicas y también de amistad. Y estuvimos en un evento social benéfico en el que se comentó la conmovedora actitud del mejor jugador de fútbol del mundo ante dos chicos con una enfermedad terminal. Veamos.
Cristina de Kirchner al llegar a Los Cabos (México) para participar de la reunión del G-20. La curiosidad del viaje: Carlos Zannini -presente en cuanto periplo presidencial hubo- esta vez no formó parte de la comitiva oficial.
Difícil imaginar una semana política más global y multipartidaria que la que pasó, y no porque los dirigentes, punteros y funcionarios no tuvieran entuertos pendientes en la agenda local. Tampoco es fácil imaginar una serie tan variada y fecunda de reuniones, conspiraciones, conciliábulos y sobremesas para lo que se viene. Mucho de lo que se verá los próximos meses en materia de alianzas y divorcios será fruto de lo que hablaron en Nueva York y Washington peronistas de todas las tribus entre sí y con algunos opositores de líneas medias que se subieron a los aviones para pasar siete días en Estados Unidos convocados por distintas actividades. Lo más notable en materia de ausencias son las de Cristina de Kirchner y de Daniel Scioli. La Presidente estaba ya anoche en Los Cabos, México, acompañada por Hernán Lorenzino y Héctor Timerman -ni Carlos Zannini la acompañó esta vez a la Cumbre del G-20, una rareza de este viaje porque el secretario presidencial nunca ha faltado en ninguna comitiva-. El gobernador se fue una semana a Italia, de donde regresa el jueves, para atenderse con médicos de ese país y visitar alguna querencia que nunca deja de frecuentar cada seis meses, como la casa de Fabio Buzzi, el armador de sus lanchas cuando era deportista, junto al Lago de Como.
La Presidente, a diferencia de anteriores viajes, estuvo más recluida que nunca en su hotel de Nueva York, el Mandarin, y limitó sus reuniones a las que tuvo con el canciller -para refinar el discurso sobre Malvinas en la ONU- y el embajador Jorge Argüello, con quien desayunó ayer antes de subirse al avión rumbo a México. No acompañó a la delegación en el único jolgorio que se permitieron en la casa de pastas Bice en la noche del jueves, ni se exhibió paseando por una ciudad que siempre le gustó pero que según sus entornistas le trae recuerdos tristes porque la conoció junto a su marido fallecido. Ni se franqueó en la sede de la ONU con los integrantes de la comitiva multipartidaria que la acompañó -apenas saludó desde la primera fila del salón del Comité de Descolonización a quienes estaban cerca-. Algunos, que ocupaban sillas más lejanas se levantaron esperando algún saludo pero se quedaron con la mano extendida. «Parecíamos los personajes de 'Bienvenido Mr. Marshall'», bromeó uno de estos ninguneados recordando el film del español Berlanga, una historia de las España de los años 50 que espera la visita del zar del Plan Marshall de ayuda a países destruidos de la posguerra y se queda en el andén viendo cómo el tren del americano sigue de largo a gran velocidad sin detenerse ni a saludar.
El puñado de preocupaciones de la Presidente seguramente hizo que la delegación, y hasta los funcionarios más íntimos, disculpasen la circunspección de Cristina, quien le explicó a uno de sus ministros que permaneció en el hotel tres días, casi sin salir de su habitación, para estar comunicada con Buenos Aires y seguir hora a hora la convalecencia de su hijo Máximo quien continuó internado en la clínica Austral hasta este fin de semana. Hubiera ido, en todo caso, la Presidente por lo menos a Bice, adonde el presidente de la Cámara de Diputados invitó en la noche del jueves a toda la delegación a devorar un menú de pastas en uno de los restoranes predilectos de Néstor Kirchner, el Bice de la 7 y 54, y que era casi una cábala de los viajes presidenciales del santacruceño.
Por no ir se perdió la Presidente -y Héctor Timerman y Daniel Filmus, que se fueron a cenar solos esa noche para divertirse de otra manera- ver a los peronistas que gobiernan confraternizar con los peronistas disidentes y una representación, aunque menor de radicales. La paz y la concordia de esa noche lo menos que anuncia es un acercamiento irresistible entre las bandas del peronismo. No se entiende, si no, la afabilidad con la que se trataron Domínguez, Zannini, Miguel Pichetto y Agustín Rossi con Felipe Solá o Alfredo Atanassof, quienes por lo menos comparten hoy por hoy el ánimo de no hablar de temas que los dividan, suspender tácticamente los vaticinios algo sobre candidaturas, de cruzar anécdotas sobre las dificultades que tienen hoy los dirigentes para moverse por la calle -algunos relataron anécdotas desagradables de agresiones-. Miraban esto hombres con distritos más tranquilos como los gobernadores Sergio Urribarri y Gerardo Zamora, o testigos de la oposición como Samuel Cabanchik o Jaime Linares.
El centro de las coincidencias es la elección legislativa del año que viene, hecho que cifra la suerte del oficialismo en próximo cambio presidencial porque de esos comicios saldrá o no los votos para un proyecto de reforma con reelección. Oficialistas y opositores esa noche se manifestaron divididos por dos hipótesis contrarias para cuya demostración nadie apura mucho más que anécdotas triviales. Un sector cree que en el peronismo habrá choque de trenes entre kirchnerismo y sciolismo; el otro que los trenes irán a velocidad bala pero que en algún momento se enfilarán en algún cruce que los junte en la misma formación. Buenos Aires es siempre la clave: en la elección legislativa de 2013 entrega la oposición las bancas que ganó en la buena elección de 2009 pero los partidos que la integran no están, visto a hoy por lo menos, en condiciones de recuperarlas.
El kirchnerismo tiene la mejor chance de apoderarse de esas bancas para acercarse a los 2/3 mágicos de la reelección pero tiene enfrente un muro de pretensiones con el que debe enfrentarse o negociar. En 2013 vencen las bancas de Ricardo Alfonsín, Margarita Stolbizer, Francisco de Narváez, Felipe Solá. De estos dirigentes puede decirse de todo, menos que no junten, cada cual, como cabeza de listas un lote de votos que el oficialismo deberá enfrentar con una tira de kirchneristas que también terminan banca, como Carlos Kunkel, «Cuto» Moreno o Diana Conti, que necesitan tener una cabeza de lista de personalidades más competitivas para hacer una buena elección. Estas especulaciones le dieron sentido a encuentros neoyorquinos que sin este marco tendrían poco peso. Uno, el pancho -se dice «hot dog» allá- que compartieron sobre el césped del Central Park, cuando salieron de la ONU, Solá con Martín Sabbatella, la sobremesa de Felipe con el senador radical Linares, que seguramente será candidato a gobernador de Buenos Aires en 2015 por la alianza Stolbizer-Binner o, más importante y casi secreta, la larga charla que mantuvieron en la sala de embarques de United el viernes por la noche, cuando regresaban a Buenos Aires, Julián Domínguez y el mencionado Solá. Celebraron estos dos dirigentes que les hubieran dado en el regreso clase «business» cuando a la ida los embutiesen en la modesta clase «turista» del avión. De qué hablaron no se sabe nada, pero ese encuentro dará leche en los próximos meses.
Estas honduras preñadas de política futura convivieron esa noche de Bice con muestras del mejor ingenio político, como los brindis que se cruzaron sin mencionarlo a Néstor Kirchner, aunque en las charlas uno a uno hubo recuerdos al expresidente, sin cuya referencia habrían elegido otro restorán más competitivo. Lo mejor fue cuando Argüello, sentado junto a Domínguez en la mesa que resultó chica -a Solá le tocó una punta y no hubo lugar para Fabiana Ríos, gobernadora que tuvo que irse a otra mesa con los fueguinos que la acompañaban- repartió a cada uno de los invitados un ejemplar del libro elaborado por su embajada y que había presentado Hernán Lorenzino en Washington el lunes. Se titula «La Argentina y el default de 2001: mitos y realidades» y cada uno de los invitados lo tomó, le dio una mirada y lo guardó para mejor momento.
Sólo uno, que estaba sentado frente a Argüello, miró el título, bajó la cabeza y empezó a hojearlo. La charla colectiva siguió sin pausa y el lector siguió hojeando, casi leyendo las páginas de ese volumen. Despertó para pedirle al embajador: «Ché, necesito más ejemplares. ¿Cuántos te quedaron?». Argüello hizo el gesto regio de llamar a un amanuense que acercó el bolsito. «Acá tengo siete, pero te los cambio por las obras completas de Antonio Esteban Agüero, que hace años no se publican porque hay una pelea entre los familiares». «Hecho, te lo mando apenas vuelva», respondió Adolfo Rodríguez Saá- que de él se trata -embolsando sus ocho ejemplares.
Quisieron saber quienes escucharon este diálogo de qué se trataba. Argüello amagó una disculpa: «Mirá que no se habla de vos». «No sé -retrucó Adolfo- pero lo que veo acá me interesa mucho, veo cosas que son ciertas, pero hay otras...», siguió Adolfo. «Esa semana de mi presidencia no se ha contado nunca. Pasó cada cosa, hasta la conspiración duhaldista para que me fuera». Solá no escuchó nada porque estaba en una punta, junto a un diputado de La Rioja que lo divertía contando cómo, por su apellido y su aspecto, lo habían demorado en la «migra» al entrar a los Estados Unidos, quizás por haberlo confundido con un buscado «top». Tampoco acusó recibo de esa atribución antiduhaldista Atanasoff, que fue jefe de Gabinete de Eduardo Duhalde, pero que ahora milita en el «coloradismo» de De Narváez y tiene derecho a la amnesia.
Pero Adolfo siguió con una serie de anécdotas sobre aquella semana de su presidencia, que batió los récords de actividad en el quincho de la residencia de Olivos, en donde el sanluiseño organizó un asado cada noche de su breve mandato. «¿Saben qué? Me llevo estos libros, pero voy a escribir uno mío, propio contando los siete días de mi presidencia, un capítulo dedicado a cada día, y ya van a ver». La noche se demoró entre estas luces y sombras del pasado, pero que alumbran claro el presente y lo que viene. Además se dilató porque nadie se levantaba al no saber si había que pagar o no la cena. Domínguez, con ademán de jefe regio, hizo otro ademán con el brazo y dio a entender que estaban todos invitados.
El viernes por la noche, en el avión de la vuelta, hubo tiempo para devanar algunas singularidades y enigmas del viaje. Una, ¿quién fue el responsable de que Cristina de Kirchner no supiese, cuando había comenzado el discurso en el almuerzo del Council of the Americas, que se lo estaban transmitiendo por TV? Interrumpió la charla y comentó: «Ah, están todos los canales en vivo en Buenos Aires, bueno no estoy diciendo nada que no pueda ser escuchado en Buenos Aires. No acostumbro a decir cosas en privado que no puedan ser escuchadas en público». Y siguió.
Había dado un dato importante que anotaron los petroleros y abogados presentes, sobre las razones de no haber expropiado el 100% de las acciones de Repsol en YPF. «Podríamos haber hecho una nacionalización; una estatización, esto es del ciento por ciento del capital de YPF, esto nos hubiera -digamos- bajado de nuestra cotización de la Bolsa de Nueva York y posiblemente también de la Bolsa de la Argentina. En realidad, obviamente y sin desmerecer a ningún argentino, la Bolsa de Nueva York es un orientador a nivel global». Otra: ¿conocía Cristina las preguntas que le iban a hacer en ese almuerzo los empresarios invitados? Seguramente que no, porque tuvo el tino de armar la reunión con un cóctel de recepción de más de media hora en el cual la Presidente saludó y charló unos minutos con la mayoría. Fue ahí cuando Cristina recibió las inquietudes principales y también las respondió, casi en secreto. En síntesis, cuando entraron al almuerzo, quienes querían decirle o preguntarle algo a la Presidente ya lo habían hecho.
Aunque más de contrafrente, siempre en la línea del quincho global, también trascenderá con el tiempo lo que hablaron otros viajeros al Norte durante la semana, antes del show «Malvinas en la ONU». Todo ocurrió en Washington en una serie de actividades de la Fundación de Estudios Políticos, Económicos y Sociales para la Nueva Argentina (Fepesna) que maneja desde hace años la dirigente porteña Laura Velázquez (es funcionaria no diplomática de la Cancillería y estuvo hasta este año en Brasil) para discutir sobre los efectos de las elecciones de este año en los Estados Unidos en la Argentina. Un grupo más que heterogéneo tuvo la delicadeza de viajar a Washington para mirarse las caras que no se miran cuando están en el país bajo una luz que nadie explica por qué juntó bajo el mismo techo a Jorge Capitanich, el exjefe de asesores de la Cancillería Eduardo Valdés, el presidente del Consejo de la Magistratura porteña Juan Manuel Olmos, el diputado macrista Federico Pinedo, el sindicalista de los porteros Víctor Santa María, la ombudsman porteña Alicia Pierini y, entre otros, el director electoral Alejandro Tullio.
A todos los juntó Argüello el martes en una cena en la embajada en la cual se volvió a convivir entre oficialistas y opositores como si no fueran de la Argentina intransigente y dividida. Pinedo, que siguió de viaje a París, fue el único que habló en el seminario junto a Capitanich, y aportó un testimonio fresco de su negativa a integrar la comitiva presidencial que horas más tarde iría a la ONU. «Me dijo Mauricio que no hablan nunca con nosotros, nos quieren tirar los subtes por la cabeza y después quieren que vayamos». Pinedo dio a entender que él habría aceptado, más estando ya en EE.UU. para el show Velázquez, pero que acató el dictamen de su jefe de bajarse del compromiso.
Ese viaje, aunque se han ocupado los participantes de no exhibirlo para no competir con el de Cristina, dio para mucho. No sólo por lo que se escuchó en el seminario de la Universidad de Georgetown, sino por los diálogos, por ejemplo, de Capitanich con miembros del Council of the Americas, que hizo un show para ellos en la capital de los EE.UU. en donde minimizó la importancia de los juicios en el CIADI contra el país. Sólo dos -dijo- están abiertos, el resto ya están todos arreglados. El grupo transitó por una agenda distinta a la de otros viajeros. Los recibió el subsecretario de América Latina de Hillary Clinton, Kevin Whitaker y también el asesor del candidato republicano Mitt Romney, Ray Walser, un exdiplomático de la era Bush que trabaja en la Heritage Foundation.
Contaron en esa cena en la embajada que del lado de los demócratas habían recibido las inquietudes obvias sobre la economía criolla, pero que los habían saludado como delegados de la Argentina, un país que vota con Washington la mayoría de las veces y que acompaña en política nuclear y antiterrorismo. Es decir, los mejores amigos del barrio. De los republicanos, el saldo fue más raro: les preguntaron sobre Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. «Venimos de la Argentina, les aclararon. Con ustedes todo bien, respondió Walser, quien los despidió amablemente.
Para la gala de Make-a-Wish, beneficio que celebró sus primeros diez años y 4.000 sueños infantiles cumplidos, recrearon, en los salones del hotel Alvear, la escenografía de Madame Butterfly. La ópera de Puccini transcurre en Japón, por eso Mónica y Guido Parisier -que manejan esa organización benéfica- dispusieron una escenografía de cerezos nacarados y crisantemos, acompañados de generosa profusión de velas, espejos y proyecciones, creando la engañosa sensación de estar en un palacio japonés. Gente que lo ha visto todo comentó que jamás en Buenos Aires hubo un clima tan bien logrado. Martín Roig, responsable de la decoración, disfrutaba la marea de elogios, pero con el rabillo del ojo miraba a su tradicional contrincante, la deslumbrante Gloria César, que se desplazaba con la frente alta, sin sentirse destronada (al parecer), con su túnica negra y su melena blanca.
Las mujeres, casi irreconocibles en medio del orientalismo reinante, tenían la cara maquillada de blanco, los ojos pintados como las geishas y estaban envueltas en sedas multicolores con apliques de flores. «Parecen salidas de los almanaques de las tintorerías», señaló un austero crítico de arte enfundado en un traje de Kenzo, como única concesión. Claudia Stad parecía Cio San (la protagonista de Butterfly) y hasta los gestos parecían estudiados: cuando bajaba la cabeza, brillaban sus diamantes, entretejidos en el pelo. Su única competidora fue la anfitriona Parisier, vestida con afán patrio por Gino Bogani, con tonos celestes y blancos.
La gala convocó a más de trescientas cincuenta personas, a las que se les exigió el black tie y vestidos largos para las damas. En las distintas mesas estaban Ernesto Gutiérrez, presidente de Aeropuertos 2000, junto a su mujer; Martín Cabrales, Ana Luisa Bruchou, hija de Carolina Herrera y esposa de Enrique Bruchou, el hermano de Juan, presidente del Citibank. Sobresalió Catherine Fulop con amplio escote que desvió las miradas de los hombres. Karina Rabolini tuvo que repartir su tiempo porque llegaba del cumpleaños de Cacho Castaña. Allí se encontró con su cuñado Pepe Scioli. Entre los diseñadores se destacaron Gino Bogani y Carlos di Doménico. Entre los banqueros se vio a Tomás Sánchez Córdova y entre los bodegueros, a Gastón Pérez Izquierdo, CEO de Catena Zapata. Una de las damas mejor vestidas fue Miriam Bagó, presidente de la fundación del Hospital Fernández. También se lucieron Malena Haedo, Carlos di Domínico, Dorita Laplacette, Dicky Smith Estrada, Diego Santilli -quien actuó de rematador-, Florencia Solanas Pacheco, Augusto Rodríguez Larreta, Norberto Frigerio, Martín Roig, Patricia Pinel, Estela Totah, Florencia Allende y, entre otros, Sofía Aldao, además del rey de la medicina ortomolecular, Rubén Mohulberger, con corbata de Kaquimoto. Muchos intercambiaban tarjetas, pero durante el remate de una serie de valiosas perlas, los compradores prefirieron el anonimato.
La música con onda japonesa no invitaba precisamente a bailar, pero Cristina Guzmán se atrevió: dio algunos pasitos cortos frente al odontólogo Carlos Cecchi, que parecía vender su oficio con la sonrisa clavada en el rostro. El lomo glaceado no fue lo mejor de la noche, pero «nadie es perfecto», dijo uno de los tantos benefactores que optó por despedirse temprano. El espectáculo lo organizó Peter McFarlane; una soprano cantó el aria principal de Madame Butterfly, «un bel di vedremo», en tiempo de rock. Un tema dominante de charla fue la actitud de Lionel Messi para con dos niños que padecen leucemia. Los chicos fueron llevados al predio de la AFA donde entrena la Selección, y su ídolo los recibió con una ternura que sorprendió a todos. Messi se emocionó ante la niña de 12 años y el chico de 4 años que cargan con una enfermedad grave, pero que dibujaron una enorme sonrisa cuando lo vieron. El jugador se emocionó y les contó a los encargados de Make-a-Wish que los niños le despiertan enormes sentimientos por eso dedica buena parte de su tiempo para estar con ellos.
Interesante postal brindó el viernes por la noche el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, al compartir escenario con dos leyendas del mundo del hampa (una de cada lado del océano), el criollo Hugo «La Garza» Sosa y el español Daniel «Millonario» Rojo. Fue en el marco de Buenos Aires Negra, festival de periodismo policial que por estos días tiene lugar en el Centro Cultural San Martín. Lombardi mostró particular afinidad con este Rojo ya que en el panel le preguntaba -y escuchaba deslumbrado las respuestas- sobre atracos de bancos en dos minutos de reloj, películas del género (se recordó el film del español Carlos Saura titulada «Deprisa, deprisa», que se filmó con delincuentes reales como actores) y, ya hacia un plano más íntimo, sobre el éxito que los malvivientes tienen entre las mujeres, lo cual derivó en algunos comentarios de índole desopilante que preferimos no reproducir.
No le fue tan bien con Sosa, que recordó sus penurias de la infancia por la pobreza y llegado el final de la charla sentenció: «Un chico sale a robar porque no puede tener cuatro comidas diarias y la culpa de que no las tenga la tienen los políticos, con el perdón del amigo acá presente». Aun así salió del paso con una sonrisa y dijo sentirse contento con la charla ya que en ese escenario no hacía falta «caretearla, como les gusta a los políticos». Lombardi en esta presentación se diferenció hasta en el atuendo de cómo suele aparecer en actos públicos: en los del PRO, se lo puede ver vestido de impecable elegante sport. Vestía pantalones marrones, zapatillas y camisa blanca arrugada.
Vamos a terminar con un chiste profesional. En una comida de amigos, un paisajista, un ingeniero, un cirujano y un abogado discuten cuál es realmente la profesión más antigua del mundo. Descartada la obvia, el paisajista afirma que la más vieja es la de él. Los otros preguntan por qué.
-Porque Dios creó el Jardín del Edén; por lo tanto, paisajista es la profesión más antigua.
El cirujano replica:
-Pero antes de eso, en el sexto día de la Creación, Dios le sacó una costilla a Adán para crear a la mujer. Por lo tanto, cirujano (o sea médico) es la profesión más antigua.
En este punto tercia el ingeniero:
-Permítanme disentir porque antes del Jardín del Edén y de Adán y Eva, Dios creó el universo a partir del caos y de la confusión. Y eso es lo que hacemos los ingenieros. Por lo tanto, la profesión más antigua es la nuestra.
Y el abogado, con sorna, replica:
-Sí, puede ser, pero ¿quién te parece que creó el caos y la confusión?