Charlas de Quincho
Hermetismo en su alojamiento y risas por una versión sobre zapatos parisienses; ésos fueron los dos hechos salientes de la más que breve estancia de la Presidente en Nueva York.
Hubo tiempo, sin embargo, para una reunión con la jefa de la diplomacia del país anfitrión, en la que se intentó aclarar una decisión tomada por el país en torno a un tema polémico. Otros, en cambio, fueron a un restorán argentino a ver por TV al equipo de sus amores. En una embajada, además de la beneficencia, interesó la a razón por la que el abogado penalista más cotizado acepto "Pro bono" una causa resonante. En tanto, la provincia de Buenos Aires se dividió entre la presencia de un tenor futbolero y los rumores de cambios en el gabinete. Veamos.
Hermética como se fue, regresó Cristina de Kirchner de Nueva York, en viaje que sorprendió por la actitud recoleta que mantuvo en toda la estadía. Pasó una sola noche en esa ciudad que siempre destaca como la predilecta de su marido Néstor y evitó cualquier ocasión de recorrer circuitos de la nostalgia, como ir a los restoranes Bice o Novecento. Estuvo siempre en el hotel Mandarin, que tiene la ventaja para quien busca pasar inadvertido de estar sobre un centro comercial, con un lobby inaccesible para curiosos en el piso 47° y las habitaciones todas en pisos altos. Allí se encerró con su hija Florencia y una puerta entornada a la que accedieron pocos integrante de la comitiva -Julio De Vido, Carlos Zannini, Héctor Timerman, nadie más- que debieron almorzar y cenar en grupos aparte. Calculó la Presidente la conveniencia de algún tenue gesto proselitista como llamar al candidato kirchnerista a gobernador de Mendoza «Paco» Pérez, un debutante en estos viajes de alta política, para que se sentase junto a ella en el escaño que ocupó en el recinto de la asamblea de la ONU y la acompañase a escuchar los dos únicos discursos a los que ella asistió como espectadora, el del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, y el del presidente de Kazajstán, Nursultan Nazarbaev, que hablaron antes que ella.
Eso conmovió al candidato y le permitió mantener uno de los pocos diálogos sobre política que tuvo la Presidente, que fue sobre la visita que hoy hará ella a Mendoza, un distrito que es un desafío para el kirchnerismo porque es la tierra del revenido Julio Cobos y del presidente de la UCR Ernesto Sanz. Ganarles a esos ex socios en la fórmula de 2007 tiene más de símbolo que de necesidad política; que el peronismo perdiera esa elección en uno de los distritos con más votantes sería además una buena contribución al piso de sufragios que Cristina pelea en la presidencial de octubre. En este viaje no hubo rondas de sobremesa en el lobby del hotel ni salidas a caminar como en los tiempos de Néstor Kirchner, lo que encriptó más la información sobre el viaje. Hubo risas en esos pisos altos del Mandarin cuando se enteraron de que la prensa argentina reproducía una leyenda de un diario de Nueva York sobre una compra en masa de zapatos para la Presidente en París, en cantidad que obligaría a compararla con un ciempiés. Las risas fueron cuando se enteraron en la delegación que en realidad era un cuento contenido en un escrito de los abogados de los bonistas irredentos que le piden a Washington un bloqueo a las cuentas de la Argentina.
Ése era el comentario dominante el viernes por la noche en la sede del Consulado argentino en Nueva York, un coqueto petit hotel en la calle 56, adonde se agolparon cancilleres del grupo 77 + China que conduce hasta enero próximo la Argentina, convocados por Héctor Timerman y Jorge Argüello para celebrar la vida, el tango y los choripanes y para agradecerle al grupo la firma de un documento de ese centenar de países en apoyo al reclamo criollo por la soberanía en las Malvinas. Durante más de cuatro horas los invitados, entre ellos estrellas como el canciller brasileño, Antonio Patriota, y el de Egipto, Mohammed Amr, devoraron la novedad gastronómica del choripán neoyorquino, una especie de inmenso hot-dog hecho en masa de pan pegada a un inmenso chorizo que los mozos cortan en rodajas y da algo así como un canapé.
Se distrajeron con los tangos que acercó el consulado, habituales en todas las fiestas de la comunidad argentina en la Gran Manzana, que entornaron a las dos damas más notables de la noche. Una de ellas es la uruguaya secretaria de la Cepal, Alicia Bárcena, una más que amiga de la Argentina, en donde representó a esa oficina durante algunos años en los que hizo una más que amistad con la propia Cristina. La otra era la argentina que tiene el cargo más alto en la ONU, Susana Malcorra, una ex ejecutiva de multinacionales a quien Ban Ki-moon le dio un cargo que ya impresiona por el nombre: secretaria general adjunta de Apoyo a las Actividades sobre el Terreno. Es la encargada de las misiones de paz y venía cargada de anécdotas de su último viaje, nada menos que para organizar la puesta en marcha del nuevo país que nació de la división de Sudán, que se ha pasado a llamar, con exagerada originalidad, Sudán del Sur. Una rareza la de estos argentinos que, en silencio, llegan a tan alto y organizan estas faenas que quedan en la historia, como cuando el economista Mario Blejer, siendo gobernador del Banco de Inglaterra, viajó a Afganistán a poner en circulación la nueva moneda que le encargaron crear -la rupia afgana- desde el diseño hasta su forma monetaria. Fue antes de regresar al país a asumir su destino sudamericano.
En esos corros de cancilleres y diplomáticos se hizo alguna luz sobre las intenciones del Gobierno argentino de avanzar en el reconocimiento del Estado Palestino o admitir alguna conversación con Irán, algo que ven con desconfianza aliados fuertes como Estados Unidos, además de los dirigentes de la comunidad judía argentina. Uno de los contertulios de la Presidente en el salón Indonesia -una sala VIP del edificio de la ONU al que tienen sólo acceso presidentes y que es donde Cristina charló unos minutos con el mandatario de esa administración, Mahmud Abbas- pareció tener las razones de fondo: la Argentina, es decir Cristina de Kirchner y sus asesores de la Cancillería, cree que el proceso de paz en Medio Oriente está estancado y ni Estados Unidos lo podrá destrabar. Ante eso, el país avanza con este reconocimiento como una manera de conmover el tablero y generar un nuevo piso de negociación. Como a la Argentina no le corre ningún interés directo en la región en materia de negocios, se siente con la libertad de seguir a países de la Unasur que ya han reconocido a Palestina. Eso es lo que charlaron el miércoles a mediodía Cristina con Hillary Clinton y el presidente del Consejo de Seguridad de la ONU, Nawaf Salam, cuando los sentaron juntos en una de las tres mesas de cabecera en el almuerzo que ofreció Ban Ki-moon.
Horas antes de este cóctel en el consulado, los mismos asuntos los habían despachado en la más estricta reserva el canciller Timerman con el vicecanciller de Obama, William J. Burns. Claro que el funcionario argentino no abrió la boca sobre lo charlado, pero en los grupos que se armaron supimos que en esa reunión hubo cantos de amor y paz entre los dos países en los temas que más le interesan a Estados Unidos (terrorismo, trata de personas, derechos humanos, lucha contra el lavado del dinero y el tráfico de drogas). En cuanto a las diferencias, hubo pedido de comprensión de las dos partes. La Argentina justificó el reconocimiento palestino en los términos que se explicaron antes. Burns, por su lado, se lamentó por el hostigamiento de la bancada republicana sobre el oficialismo de Washington en éste y otros temas. En el caso de Palestina, admitió que Washington está entre la espada y la pared porque los republicanos, por ejemplo, han anunciado que le cortarán los víveres a la ONU (es decir, quitarle su principal fuente de financiamiento) si este organismo vota aunque fuera un solo plan de asistencia a un nuevo estado Palestino. ¿Qué podemos hacer ante este panorama?, se lamentaba Burns en esa recoleta reunión.
Después de ese cóctel hubo dispersión de la delegación argentina, parte de la cual quedó en Estados Unidos tras el regreso de la Presidente y aprovechó algunas de las ofertas del barrio, como ir al restorán Buenos Aires de la calle 6ª. En ese local que anima el argentino Ismael hay pantalla gigante para ver los partidos y hubo varios que el miércoles se deleitaron allí con el triunfo de Boca sobre Estudiantes. La pasión por el fútbol va más allá de la política porque ese partido se jugó el miércoles, cuando la Presidente estaba aún en Nueva York, pero ni aun así se lo perdieron los «bosteros» TOP del Gobierno, como Timerman. Igual pasión, de paso, explica que el reelecto Jorge Capitanich estuviera ayer en una platea de Argentinos Juniors para ver el empate de Boca. Los políticos también son seres humanos.
Imposible perderse los demás quinchos estadounidenses, todos de aire financiero por el encuentro anual del FMI y del Banco Mundial. El Council of the Americas organizó el viernes en el sencillo Madison Hotel sobre la calle 15 un almuerzo con Amado Boudou, quien fue presentado por Nicholas Negroponte, el experto del MIT que inspiró los planes de entregarles a los niños en edad escolar una notebook. Más de 200 banqueros, economistas y empresarios pagaron los u$s 60 (u$s 35 para los miembros del Council of the Americas) para un «light lunch» en el que el ministro habló durante una hora y luego respondió a las preguntas de los asistentes. ¿Reflejo de la crisis? El Council of the Americas repartió a quienes ingresaban al salón una suerte de cajita feliz, casi comida de avión. Ariel Sigal (ex JP Morgan y ex Deutsche), Facundo Gómez Minujín y Vladimir Werning (JP Morgan), Jorge Peppa (UBS), Javier Ortiz, Rafael Di Giorno, Rodrigo Da Fonseca, Tomás Hess (Exxon) y representantes de empresas energéticas y hoteleras. En la despedida de Boudou como ministro de estas cumbres con organismos habló de lo financiero, pero más de la economía real. En ese sentido sorprendió a todos por su énfasis en lo energético, lo que fue bien recibido porque esa cuestión es una de las dudas eternas entre analistas. Además porque destacó la necesidad y la importancia de aumentar la oferta energética. Luego vinieron las reuniones de rutina del FMI-Banco Mundial pero una más relevante para el Gobierno: el desayuno en los «headquarters» del Fondo entre los ministros de América Latina. Pero en paralelo el sábado hubo cócteles y seminarios de economistas. Lidera siempre el JP Morgan con su convocatoria, en esta ocasión en el edificio de la Organización de Estados Americanos. Por la noche ardió el National Building Museum en la cumbre de los banqueros del Institute of International Finance. Adecuada la elección del lugar: fue creado por ley del Congreso para promover la arquitectura y la ingeniería, algo que necesita precisamente el sistema financiero internacional. Estuvieron no sólo las cabezas de las principales entidades (como Joseph Ackerman del Deutsche, Roberto Setúbal del Itaú), sino economistas como Charles Dallara (Nicolás Dujovne y Miguel Kiguel de la Argentina) y banqueros centrales de los principales países. Como si fueran bonos griegos, hubo sobreventa de asientos por lo que rápidamente debieron armar mesas adicionales. Pese a que se trataba de una despedida a Jean-Claude Trichet del Banco Central Europeo, la mayoría de los presentes estaba aliviado por su partida: no gustó su intervención en la crisis. Llegó siempre tarde; casi que brindan con su despedida. La esperanza es su sucesor, el italiano Mario Draghi, a quien se lo ve como altamente capacitado para fumigar dudas de inversores.
Siguió la temporada alta de las cenas de beneficencia con una las integrantes del «Grand Slam» de este tipo de eventos: la Gala del Hospital de Clínicas el lunes pasado en el Four Season. Un mix equilibrado de invitados del espectáculo con empresarios. Por un lado, Mirtha Legrand (que estudia oferta de Telefé para hacer los almuerzos pero sólo en domingos; también para el rol de empresaria de medios en una tira semanal), Graciela Borges, Mora Furtado, Gino Bogani. En el otro rincón, Lili Sielecki, Amanda Timerman, Martín Cabrales, Pablo y Alejandro Roemmers, Karina Rabolini, «Georgie» Neuss, un Bruno Quintana que no mostró cicatrices visibles de su derrota en el Jockey Club ante Enrique Olivera, Gustavo «Guga» Castagnino (Mercedes Benz), Ezequiel Barrenechea (Corporación América), Dickie Smith Estrada, Jorge Aufiero, el belga Bruno Barbier (ex Juliana Awada). También Guillermo Dietrich (subsecretario de Transporte de Macri), Teresa González Fernández, Juan Pablo Maglier y «Tato» Lanusse. La música del DJ Héctor Suasnabar claramente dividió las aguas: primero apuntó al target «+55» para luego, después de la comida, remates y sorteos, lanzar a la pista de baile a los «+35», todo fogoneado por Iván de Pineda, hábil conductor de este tipo de eventos. El dólar era tema común en las mesas: ¿a cuánto llegará a fin de año? Parecía un calco de las conversaciones de los 80 en las que lo financiero -y sin banqueros- dominaba sobre otros temas, incluso ante las próximas elecciones presidenciales, sobre lo que poco había interés de tratar.
Llegó desde Brasil con un único propósito: un show popular, al aire libre, en esa ciudad del conurbano medio que es Adrogué. A simple vista un ámbito poco habitual para la música clásica, desafío que aceptó José Carreras que explora, tras 40 años de trayectoria, un giro que le permita ir más allá del típico circuito de ese tipo de espectáculo. Y cantó, el sábado, ante una multitud que se repartió por todo Adrogué (entre la plaza principal y las pantallas colocadas en las cercanías) y, dicen, llegó a las 100 mil personas, al punto que la ciudad quedó «peatonalizada»: durante 10 horas no se pudo ingresar en auto. El show -donde brilló Marina Silva- se estiró más de lo previsto por mérito de Lionel Messi. Eso, con ironía, dijo Carreras en el coctel posterior. Unas horas antes, su asistente (a quien todos llamaban «El Alemán») había notificado a la organización, a las 2 AM del sábado, que el tenor quería ver desde su camarín el clásico entre el Barcelona, del que es hincha, y el Atlético Madrid.
Al final, el intendente Darío Giustozzi le ofreció su despacho para que lo hiciera, y como el partido terminó 5 a 0, con tres goles de Messi, Carreras que acostumbra hacer 4 o 5 bises, el sábado hizo 8: «Un bis más por cada gol de Messi» contó entre risas y elogios sobre el jugador argentino. En el entretiempo, Carreras se entretuvo en charlas con el embajador de España Rafael Estrella y el secretario de Cultura comunal, Alberto Hernández, que viene de ocupar ese cargo en la gobernación de Felipe Solá.
El miércoles, apenas llegado, Carreras había compartido la cena de recepción en el hotel Alvear y fue allí donde contó un detalle poco conocido: a los 7 años vivió unos meses en la Argentina cuando un tío materno, que se había instalado en el país invitó a la madre del tenor a que viaje y ésta vino con su hijo. Anduvieron, relató Carreras, por Villa Ballester, José León Suárez y la Capital Federal, pero su madre decidió volver a España donde poco tiempo después descolló al cantar «La donna é mobile» por una radio de Barcelona. El capítulo vivencias disparó, en el relato de Giustozzi, anécdotas sobre los años que Jorge Luis Borges vivió en Adrogué -en una casa que el municipio compró para preservar- el vínculo del pintor Raúl Soldi con Glew y hasta la anécdota de que el primer tango canción que se atribuye a Carlos Gardel fue compuesto en una casona de José Mármol.
De aquellos recuerdos a la convulsionada España actual, crisis sobre la que Carreras muestra interés. «Ustedes sí que la hicieron bien con el tema de la quita de deuda», dijo ante los comensales y agregó: «Nosotros vamos a tener que terminar haciendo lo mismo, pero los que nos van a tener que hacer una quita son los bancos» pronosticó y se entreveró en un análisis sobre el perjuicio -aunque se confesó defensor de la Comunidad Europea- que tiene para España no poder disponer su propia política monetaria. Antes de partir prometió estar en el país de nuevo dentro de un mes, para cantar en un estadio de Córdoba.
De la ópera al folclore, sin pausa: Daniel Scioli recurrió a una metáfora, el martes, para dar indicios sobre los movimientos políticos en su gabinete. «Al final vos te parecés a Los Chalchaleros; hace años que te estás despidiendo pero no terminás de irte nunca». Se lo dijo, entre risas, el gobernador a Martín Ferré, su ministro de Producción, que en diciembre jurará -como varios otros funcionarios suyos- como legislador pero, quizá, con un destino específico: un sitial de relevancia para el sciolismo en la Legislatura bonaerense, al menos del lado de diputados, porque en el Senado ese protagonismo se le dará a otro ministro, Baldomero «Cacho» Álvarez. Cada uno arma sus despedidas y a Ferré, por el rubro, le tocó la de las entidades empresarias como la UIPBA de Osvaldo Rial o la FEBA de Raúl Lamacchia que intrigados sobre si habrá fusión con Obras Públicas, tal como circuló, y sin que haya indicios claros sobre el reemplazo -para infraestructura parece número puesto el intendente de Bahía Blanca, Cristian Breitenstein- pidieron que Scioli no haga cambios. Hay, eso sí, algunas pistas: Scioli, contenedor al extremo, planea crear un ministerio o una secretaría de la juventud que dará a La Cámpora (en rigor, a la rama del «Petiso» José Ottavis) y un área ligada a transporte donde podría tener incidencia Hugo Moyano. La única confirmación es la de Silvia Gvirtz en Educación, en reemplazo de Mario Oporto: Gvirtz, hermana del productor de los programas «6 7 8» y «TVR».
Scioli, despegado de estas miserabilidades y futuribles, se concentró en la campaña paso a paso con visitas a 26 municipios de la provincia en una semana y halagó a jóvenes el sábado a la noche en el estadio Único de La Plata, pasando por un emblema del conurbano, la Fiesta Nacional de los Floristas, adonde lo acompañaron los intendentes Sandro Guzmán (Escobar, dueño de casa), Andrés Arregui (Moreno) y Joaquín de la Torre (San Miguel). Hubo murmullos con Jorge Landau, diputado del distrito y apoderadísimo del PJ nacional, y dueño de todos los secretos de la ingeniería electoral (lo informó de la baja definitiva de Adolfo Rodríguez Saá como candidato a gobernador provincial).
Como ya es una tradición de septiembre, la Academia del Sur ocupó la residencia del embajador de la Casa Real de los Países Bajos, Hein de Vries, y su señora Chantal para recaudar fondos. Esta vez se festejaron, además, los veinte años de la Academia. Hubo toda clase de comentarios políticos, aunque la mayoría de los invitados pertenecía al ambiente de la cultura. Estaban la fundadora, Blanca Álvarez de Toledo, Teresa González Fernández, Enrique Larreta, Carlos Regazzoni, Matías Garfunkel, el embajador Archibaldo Lanús, Lili Sielecky, el economista Carlos Helbling, Juan José Sebreli y Cristiano Rattazzi, entre otros. Entre las inquietudes de los asistentes estaba la limpieza del Riachuelo. Alguien recordó un informe que tiene al juez Luis Armella y su relación con los intendentes, como protagonista de esta interminable historia, donde no falta la carta que debe jugar la Corte Suprema. La tarea tiene uno de sus puntos más conflictivos en La Salada, donde se están corriendo empresas, industrias y puestos de la feria para recuperar terrenos públicos.
Pero el tema ecológico no fue el único que ocupó las conversaciones. El nombramiento del abogado Fernando Burlando en la causa de Candela provocó diversos comentarios, pero hubo algunos aportes que permiten entender por qué el defensor penal más cotizado aceptó esta causa. Le atribuyen a Burlando interés en la notoriedad de la causa en función de su proyecto de ser presidente del club Estudiantes de La Plata. La remuneración es lo de menos; el ex defensor de Carolina Píparo, la embarazada baleada en una salida bancaria, sabe que una querella contra la provincia de Buenos Aires puede ser muy rentable. El haber contaminado el lugar del crimen por parte de policías y funcionarios va a ser uno de los motivos de la demanda.
Una agitada semana para el ambiente del arte comenzó en Puerto Madero con un almuerzo en el piso 33 de la torre de YPF. El sol entraba por los inmensos ventanales que diseñó el tucumano César Pelli cuando el anfitrión, Ezequiel Eskenazi, recibió al ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, y a los directivos de la editorial Arte al Día, Diego y Marcela Costa Peuser y Gastón Delau. Juntos presentaron «La semana del arte», una actividad de Arte al Día y del Gobierno de la Ciudad. Lombardi destacó el potencial de los emprendimientos que reúnen la gestión pública y la privada, y en este sentido, marcó los límites que decidió establecer para que la Ley de Mecenazgo preserve su transparencia y que «su beneficio resulte inobjetable». El operador cultural rosarino Fernando Farina entregó la última publicación del Fondo de las Artes y la Fundación YPF, una antología que reúne a gran parte de los jóvenes y talentosos artistas argentinos de todo el país que, se destacó en ese almuerzo, ambas instituciones apoyan.
El menú comenzó con ensalada tibia de vieiras y langostinos (gigantescos), continuó con un lomo grillado con budín de puerros y papines crocantes, y culminó con helados y unas saludables frutas de estación.
Ese mismo día primaveral Lombardi, que a la hora del café había cuestionado el prejuicio de quienes creen que la cartera cultural debe estar separada de Turismo, llegaba para inaugurar los festejos del Malba, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, junto a su par nacional, Jorge Coscia. El coleccionista Eduardo Costantini, que hace una década decidió fundar un museo, organizó una fiesta que duró toda la semana. La Asociación de Amigos reunió el martes pasado al quién es quién para una rumbosa gala. En la mesa de los top de los museos estaban Guillermo Alonso, Marcelo Pacheco, Adriana Rosenberg, Julio Crivelli, y en la de los amigos de Costantini, Eugenia y Eduardo Gruneisen y Juan Brochou. Había también una mesa peronista, encabezada por Coscia, Magdalena Faillace, Alberto Petrina y su exmujer, Cocó Larrañaga, junto a la directora del Museo de Arte Moderno de la Ciudad, Laura Buccellato, personaje de otro costal, que acaso estaba allí para romper ese grupo monolítico.
Quien sí rompió con cualquier distancia fue Elena Roger cuando, después de la Centolla Royal con «declinación» (sic) de arvejas y espárragos, cantó «Don't cry for me Argentina» y desató la euforia. El entusiasmo se advertía más que nada entre los elegantes extranjeros de la poderosa Colección Daros de Suiza, que contaban sobre la inauguración de su nueva sede en el barrio Botafogo de Río de Janeiro. A tal punto cambió el ánimo de todos que cuando sirvieron el cordero confitado, Coscia estaba en otra mesa, con la bella Paulita Toto Blaque, el coleccionista Gabriel Werthein, el diplomático Ricardo Calderón, Alejandro Corres y el fotógrafo Facundo Zuviría.
El tema dominante de la gala fueron, por supuesto, los museos y, en especial, cómo lograr que una institución sea «sexy», pero además depare una cautivante experiencia estética. Y para hablar sobre estética estaban los artistas: Nicolás García Uriburu, Margarita Paksa, Kuitca y Marta Minujín, con un vestido diseñado por ella misma pero cosido por Min Agostini. Pero la elegancia suprema la ostentaban Clarice Costantini, Canela von Buch, Ana Bustamante, Sarita Smith, Silvina Lajier, Cristina Carlisle, Teresa Buly la coleccionista Claudia Caraballo, con un traje de seda violeta y un broche con el mismo estampado de la blusa.
Algunos se reencontraron en las actividades diurnas del Malba, para escuchar o disertar en el simposio sobre arte latinoamericano, para ver el nuevo diseño de la colección o la muestra del venezolano Cruz Diez -que llegó con artista y todo desde el Museo de Houston-, y el homenaje a la obra paisajística del genial brasileño Burle Marx, una maravillosa instalación que el intendente Domínguez barrió hace unos años de la plaza aledaña República del Perú con su ya famosa topadora porque su diseño servía de refugio a malvivientes, vendedores de droga, lo que constituía un peligro para los habitantes del barrio. Por la noche, en su amplio piso a pocos pasos del Malba, Costantini agasajó a los invitados que llegaron de todo el mundo, hasta del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Todos disfrutaron de la carne argentina, a pesar de que el dueño de casa es vegetariano, y de una estupenda colección semiprivada, ya que esas obras van y vienen del museo. Pero el aniversario no podía terminar de modo silencioso y los más jóvenes (junto a varios sobrevivientes) cerraron la conmemoración con una fiesta con sushi, pizza, música, baile y globos de colores en el garaje del museo. Allí estaban, para brindar con Clarice, Eduardo y Eduardito Costantini, Victoria Giraudo, Florencia Battiti, Lupe Requena, Mariana Povarché, Julieta Kemble, Pablo Reinoso, Maia Güemes, Fernando Brizuela, Nicola Costantino, Julia Converti y de nuevo, Kuitca, que abandonó su habitual actitud ensimismada y dijo presente toda la semana.
Vamos a terminar con un chiste de la línea fuerte, como nos piden nuestros lectores. Una mañana de lunes, el cartero está haciendo su ronda habitual por un suburbio elegante. Se acerca a una de las casas de su reparto y ve al dueño saliendo con una caja llena de botellas de vino y latas de cerveza vacías.
-Flaco, que pedazo de fiesta tuvieron anoche...
-No; en realidad estos son los restos de la fiesta que arrancó el sábado a la noche, pero duró
hasta ayer a la tarde. Pero como estaba tan borracho, recién ahora me puedo mover.
-Epa, ¿y se puede saber qué pasó?
-Sí, claro: invitamos a unas quince parejas del barrio y por el vino, la cerveza, el whisky, el vodka, la cosa se puso medio pesada... Llegó un punto que alguien propuso jugar al «¿Quién soy?» y todos nos prendimos...
El cartero se rasca la cabeza, piensa y pregunta:
-No, ese juego no lo conozco. ¿Cómo es el «¿Quién soy?»
El dueño de la casa responde:
-Fácil: todos los varones nos metemos en un cuarto, y salimos de a uno, cubiertos totalmente con una sábana salvo «las partes», y las chicas tienen que decir quién es...
El cartero se ríe, y dice:
-¡Jajaja! ¡Qué lástima que me lo perdí!
-No te creas... Tu nombre surgió siete veces...
Cristina Álvarez Rodríguez, ministra provincial y candidata a diputada, junto al dirigente de floristas, Daniel Scioli y el apoderado del PJ, Jorge Landau, en la inauguración de la Fiesta de la Flor en Escobar.