Charlas de Quincho
Infructuosa. Así podría calificarse la gestión que hicieron quienes acompañaron a la Presidente en su gira internacional para saber sus intenciones sobre candidaturas y cambios en el gabinete. Se dedicó más a tratar de mediar en conflictos de países limítrofes y a compartir tiempo con artistas (uno de los cuales, el colmo del confianzudo, la tuteó y la llamó por su nombre de pila). También hubo resabios del congreso del PJ, en el que un intendente bonaerense debió explicar por qué se postulaba, en lo que se denomina «ley de Mércuri». En un restorán de Córdoba, en tanto, los radicales exhibían a su más flamante adquisición y especulaban sobre los motivos «ocultos» de quien no quiso aliarse a ellos. Y hablando de radicales, un expresidente pasó por una cumbre de colegas, sin que el Gobierno le diera instrucciones. Veamos.
«Impenetrable, impenetrable». Eso es lo único que le pudo sacar el puñado de punteros del peronismo bonaerense a José María Díaz Bancalari sobre su convivencia de tres días con Cristina de Kirchner en México. El grupo había invadido el despacho de Hugo Curto en la intendencia de Tres de Febrero el sábado para un desayuno de organización del congreso relámpago del PJ bonaerense que cumplió con los rituales de pedir reelecciones y afinar algunos detalles legales en los que nadie reparó mucho.
El lote lo integraban, además de Curto, Hugo Moyano, Omar Plaini, Jorge Landau, el jefe de Gabinete sciolista Alberto Pérez (que se ha ganado ya el apelativo de «El Alberto», desplazando de esa denominación a Rodríguez Saá, y, por cierto, a Alberto Fernández), «Cacho» Álvarez y un puñado de intendentes (Osvaldo Amieiro, Fernando Espinoza, etc.), que confiaban en que el esfuerzo del «Mono» de sufrir las alturas de México para lograr alguna señal sobre candidaturas, rechazos y preferencias.
Bancalari los defraudó porque en ese viaje ni compartieron avión -Cristina sólo subió a la pequeña nave a Julio De Vido en el trayecto México-Roma; el resto, se movió en aviones de línea, por lo cual tampoco pudieron gozar de cercanía con la Presidente, a la que vieron en un par de comidas y en alguna otra circunstancia en pasillo y lobbies de hoteles. ¿A qué tanta ansiedad? A que el armado de candidaturas en Buenos Aires encierra el secreto de toda la estrategia presidencial, a la que sólo acceden algunos pocos que no abren el pico -entre ellos, el trío que se reúne a solas en Casa de Gobierno todas las semana sin que nadie se entere y que integran Carlos Zannini, Daniel Scioli y el siempre silente Alberto (Pérez).
De ese viaje terminaron sacando estos punteros un gesto simbólico; Cristina invitó a tres diputados que este año deben renovar banca: Bancalari, Gloria Bidegain y Adriana Puigross. ¿Señal de que estarán en las listas para reelegir? Uno de los presentes, Jorge Landau, también termina la banca, pero se mueve -en su rol de apoderado que es de todos los PJ- como si ya le hubieran dicho que no se preocupe. Todos están entregados a un verticalismo zen: estaremos en donde la Presidente diga, repiten haciendo estilismo de obediencia al sistema criollo -de todos los partidos- de que las candidaturas se deciden de arriba hacia abajo y no de abajo hacia arriba, como dicen los papeles y soñaron los ingenieros del sistema republicano que rige en el país.
Pero en ese debate no se juegan sólo personalismos o vanidades, porque de quién sea el cabeza de la lista de diputados de Buenos Aires depende quién será el presidente de la Cámara. Hoy ocupa ese cargo Eduardo Fellner, premiado en esa dignidad que siempre ocupó la provincia de Buenos Aires por la cantidad de bancas que aporta por Néstor Kirchner cuando resignó la reelección como gobernador de Jujuy. Se lo pidió el fallecido presidente para ponerle contexto a la orden de entonces de bajar a quienes querían un tercer mandato después de la derrota de Carlos Rovira en Misiones, pero que tenía otro destinatario, el bonaerense Felipe Solá. Ahora Fellner ya dijo que se presentará como gobernador de su provincia y el cargo vuelve a Buenos Aires. ¿Una oportunidad para Aníbal Fernández? El grupo presume que el jefe de Gabinete puede ser quien cumpla su misión si Cristina reelige.
En ese desayuno, que interrumpió la llegada del helicóptero de Scioli, se enteraron todos por boca de Landau de que Mario Ishii, alcalde de José C. Paz, había pedido en el PJ reserva de número y color para participar de la primaria a gobernador contra Scioli. A nadie lo inquietó porque ya a esa hora se había bajado Sergio Massa de esa pelea decorativa y las razones de Ishii eran evidentes: le prometió a varios lugartenientes de su distrito que les dejaba el cargo y se iba a algo más grande. Debe cumplir con esa promesa, por lo menos anotándose en la primaria para después decir que lo intentó. Cumple así lo que en el peronismo de Buenos Aires se llama la «ley de Mércuri» (por Osvaldo, exdiputado): pido lo que no me van a dar para que me den lo que ya tengo. Igual lo chiflaron cuando habló en el Congreso, pese a que explicaba en los pasillos que hace lo que hace para retener en el PJ a grupos marginales, identificados con piqueteros y organizaciones que han crecido a la sombra de Alicia Kirchner a los que si él no les abre una ventanilla, pueden terminar en listas de Eduardo Duhalde o Francisco de Narváez. «Mejor que vaya Ishii a la primaria, en una de esas Daniel saca 200 mil votos más de los que sacaría sin competencia. De última -decía uno de los desayunantes de la mañana del sábado- la interna hay que hacerla igual, hay que poner fiscales y llevar gente para demostrar que sacamos en la primaria más que De Narváez. Lo de Mario anima esa jornada».
En una semana llena de viajeros y con dirigentes dispersos, hay que seguirlos por el planeta tierra. Cristina de Kirchner, más allá de lo que se contó de su viaje a Italia, que coronó en una fiesta en Venecia con artistas que invitó el Gobierno restañando diferencias inevitables en la relación arte-política, protagonizó reuniones que merecen mención por los efectos que pueden tener en los próximos días. Primero, quebró la impenetrabilidad del viaje llevando a la delegación el jueves a la noche a una cena de convivencia en la que se sentó con Julio De Vido y Héctor Timerman y charló más de dos horas en las que no dijo una sola palabra de lo que todos querían escuchar (campañas, candidaturas, listas, alianzas, fechas, etc.) Venía de ponerle una mordaza a Carlos Kunkel, que se había animado a presumir que conocía los tiempos del lanzamiento de la candidatura presidencial; por eso nadie se animó a repreguntar nada. Los encantó con la elección del lugar para esa cena, el último piso del Hotel Edén, uno de los más exquisitos de Roma, desde cuyos ventanales se ven las herméticas cúpulas del Vaticano.
Comentó del viaje, pero no dio detalle alguno de una de las reuniones clave, la que tuvo con el presidente de Chile, Sebastián Piñera, que venía de una gira de placer con su mujer por Italia y se sumó a los festejos por el sesquicentenario de la unificación de ese país. Piñera buscó a la Presidente para indagar sobre la posición de la Argentina en uno de los entuertos más serios que tiene Chile en sus relaciones con Bolivia, desde que Evo Morales amenazó con denunciar el tratado firmado entre los dos países hace más de cien años, después de una guerra, y que dejó a Bolivia sin acceso al mar. Evo, acosado por el ala izquierda de su Gobierno, al que los críticos califican de la «aristocracia trotskista» que representa su vicepresidente Álvaro García Linera, cortó un proceso de conversaciones pacíficas con Chile y lleva la denuncia del tratado a la cumbre de la OEA que comienza hoy en El Salvador, y después a tribunales internacionales. Piñera le explicó a Cristina que ese tratado, como fue consecuencia de una guerra, no tiene cláusula de denuncia como otros tratados internacionales. Se lo puede modificar pacíficamente, o por la fuerza, como querría ahora Evo. Cristina escuchó, comprensiva, pero sin comprometer posiciones, ya que la gravitación de la Argentina sobre Bolivia -de hecho, casi ejerce una especie de protectorado frente al resto del mundo- podría desequilibrar las cosas. Ése fue el mandato que recibió Timerman, que en la madrugada del domingo inició un tortuoso viaje hacia El Salvador que incluyó Venecia, Fráncfort, Houston y finalmente el país caribeño. Ni tiempo para twittear le dejan estos afanes.
El resto de la charla fueron minucias, como la confirmación de Piñera de que irá a San Juan, cuando jueguen por la Copa América el seleccionado de su país y el de la Argentina. No se sabe si en serio o en broma, cada vez que Piñera habla de ese compromiso dice: voy, pero que me garanticen el resultado. Es un presidente, después de todo. De este lado, con lo trajinado que viene el fútbol, lo toman como una broma, pero nunca se sabe. Piñera tiene un karma con el fútbol, desde que su pelea con Marcelo Bielsa le costó una caída de 17 puntos en popularidad que no ha cesado porque se le sumaron la crisis del gas en el sur, la polémica sobre la construcción de una represa hidroeléctrica que le critican los ambientalistas y este conflicto de ahora con Bolivia.
Que no termina ahí: en otro entuerto del cual también es víctima la Argentina, Chile inició un refuerzo de la frontera con aquel país desde que se detectó la actividad de bandoleros bolivianos -a los que se acusa de pertenecer al Ejército de ese país- asaltando camiones que salen con mercadería desde el puerto libre de Iquique -uno de los más grandes del mundo- rumbo a países del Mercosur. Algunos de esos asaltos han ocurrido en territorio de la Argentina. Chile, que tiene fierros para hacerlo, artilló la frontera con Bolivia con misiles, tanques, helicópteros y aviones de detección que en cualquier momento van a producir noticias.
El Gobierno argentino está al tanto de eso y hace de nuevo equilibrio en sus relaciones con Bolivia, afeadas la semana que pasó por el conflicto por la aparición del ministro de Defensa de Irán en ese país, señalado como instigador del atentado a la AMIA. El asunto desveló a Cristina hasta altas horas en el hotel Edén el miércoles, hasta que se enteró de que Evo había mandado a expulsarlo (cuando pudo en realidad detenerlo). Le hicieron llegar a la Presidente datos inquietantes: 1) el canciller de Bolivia no estaba ni enterado de la presencia en su país del iraní, 2) la ministra de Defensa de Bolivia no habla castellano, sólo quechua y así tramita todo, lo que complicó más esta trama.
El paso por Venecia de la Presidente fue un alivio para estas cuitas regionales que la siguieron como perros fieles. Hasta le causó gracia que el artista rosarino Adrián Villar Rojas, elegido por la Cancillería argentina para representar a nuestro país, la tuteara, la tratara simplemente de vos, sin hacer ningún caso al protocolo. A Cristina el gesto le resultó simpático, y lo disculpó ante los funcionarios que la acompañaban, al decir: «Podría ser mi hijo». Con esta familiaridad recién ganada, Villar Rojas le explicó el sentido de su obra que, si bien a primera vista puede resultar enigmática (ya que se trata de unas imponentes formas casi abstractas), el artista pensó estos monumentos como si fueran los últimos vestigios de una especie que se extingue. «¿Cómo serían las últimas obras de arte de la humanidad?», se preguntó Villar Rojas y para construir estas ruinas contrató a los ingenieros y ayudantes que esa tarde pidió presentarle a la Presidente. Fue entonces cuando Villar Rojas le dijo que él pensaba que a los artistas «hay que cuidarlos». La frase, que en otro contexto podría resultar pura retórica y hasta oportunista, resultó emotiva en esta ocasión.
Donde sí pareció sorprenderse fue ante el imponente cuadro de Antonio Berni rodeado por pinturas y esculturas en el fascinante Palazzo Ca' Giustinian, a pocos pasos de la Piazza San Marco, sobre el Gran Canal. Allí llegó por mar, directo a la sala donde se exhibía la muestra de arte argentino. Observó obras una a una, sobre todo, una humilde camita modelada por el escultor Juan Carlos Distéfano que despertó su ambición, al punto que dijo, «me la robaría, maestro», mientras el artista la miraba embobado. Kirchner miró la nostálgica figura femenina pintada por Marcia Schvartz, elogió la performance donde Marta Minujín le paga a Andy Warhol, con una montaña de choclos, la deuda externa argentina, y luego saludó a Nicolás García Uriburu, quien escoltaba la foto de la primera vez que coloreó de verde ese mismo Gran Canal de Venecia, en la agitada Bienal de 1968. «Fue cuando usted aún no había nacido», le dijo galante el gentil Uriburu, con su saco blanco y una camisa verde restallante. «Por favor, qué orgullo; qué orgullo», exclamó.
La Presidente se detuvo finalmente frente a un vidrio cosido a balazos por Oscar Bony, e ingresó al salón donde la esperaba el presidente de la Bienal, Paolo Baratta, dispuesto a ceder a nuestro país, en calidad de comodato, el importante enclave que posee la Argentina desde ahora en los Arsenales, para sus envíos a las bienales de arte y también las de arquitectura. A la hora de los discursos, Cristina señaló que luego de estar con las autoridades de Italia y de haber explicado los términos del pago de la deuda externa, cuestiones que, debido a problemas económicos, son explicables, había sentido vergüenza cuando se habló de los crímenes de lesa humanidad, porque son injustificables. El discurso culminó con el rescate de la democracia y la libertad, condiciones imprescindibles para la creación.
Esta vez, además del envío de Villar Rojas y de la muestra paralela, una comitiva de artistas consolidó la presencia argentina. Estaban Luis Felipe Noé, Juan Carlos Distéfano, Alejandro Puente, Eduardo Stupía, Miguel Harte, Pablo Siquier, Sebastián Gordín, Margarita Paksa, Nicolás García Uriburu, Marta Minujín, Renata Schussheim, Daniel Santoro, Alejandro Puente y Pablo Siquier, el diplomático Sergio Baur, Orly Benzacar, Adolfo Nigro, Marcia Schvartz, Mora Bacal, Teresa Bulgheroni, Adriana Rosenberg, Victoria Noorthoorn, Alberto Sendrós, Norberto Frigerio, Esteban Tedesco, Marion Helft, María Marta Pichel, Canela y Andrés von Buch, Patricia y Juan Vergez y la coleccionista Magdalena Cordero (repuesta ya del golpe casi mortal que le dio el colectivo 67 que le pasó por encima).
Las comidas y festejos abundaban, pero ninguno tan rumboso como el que ofreció Paolo Baratta en la terraza del Ca' Giustinian con una vista del sol poniente que parecía pintada por Canaletto. En este espacio secular, de una Bienal sin demasiados atractivos, pasaba como una sombra la curadora general, sin que nadie le consultara nada. Por su parte, los artistas disfrutaron de numerosos festines de spaghetti con scampi a la orilla del mar, y a tal punto llegó esa alegría, que Harte, Gordín, Siquier y el diplomático Lucas Gioja terminaron nadando a la luz de la luna. Acaso para desprenderse de las tensiones que siempre impone el poder y la gloria, y que abundaron en estos días.
Pero la política se hace no sólo bajo estos dorados techos; transcurre bajo quinchos más modestos y criollos, como el del restorán «El Gato» de la ciudad de Córdoba adonde Ricardo Alfonsín arrastró a toda la cúpula de su partido que lo había acompañado en un día de gira proselitista. Después de encuentros y desencuentros les impuso esa noche el menú al que se sujeta para no fumar: puro bife con papas fritas. «No como otra cosa», rió ante el grupo que formaban en torno a su mesa Ernesto Sanz, Mario Negri, Ricardo Gil Lavedra, Gerardo Morales, Oscar Aguad, Ramoncito Mestre, Ángel Rozas y por supuesto Javier González Fraga, quien repitió allí lo mismo que en el acto de unos minutos antes: «Yo no sé por qué me eligieron a mí para esta candidatura, pero sí sé por qué acepté: porque hay que estar con el radicalismo de estos tiempos», sentenció hasta con lujos de la prosa radical que podría suscribir cualquier correligionario.
Ricardo lamentó que no se hubiera quedado para esa cena Julio Cobos, quien había estado en los actos de Carlos Paz y Córdoba pero que consideró que sentarse allí era demasiado. Se perdió el mendocino la explicación que dio el candidato de la elección de González Fraga: no fue ni Sourrouille ni Brodersohn quienes me lo trajeron. Fue idea de él, se la adelantó en la mañana del jueves a la mesa chica del partido y lo hizo público por la noche de ese día, cuando recibió la aceptación. ¿Las razones? No busco votos, que los ponemos nosotros, sino imagen porque, reconozcámoslo, lo que nos critican es siempre la economía. Es un hombre que polemizó con Cavallo, aquí mismo en Córdoba, y que tiene una idea de desarrollismo que nos va a hacer ganar en confianza. Uno de la mesa agregó: además como productor nos viene bien con la cuenca lechera, que es donde está fuerte De la Sota. Fraga aclaró que ya no hace dulce de leche, pero que sigue con la producción de leche, algo que a los radicales parece interesarles mucho.
Más que esto, captaron la atención de esa mesa las explicaciones crudas que dio Ricardo de su divorcio con el socialismo de Hermes Binner. El santafesino, les explicó el candidato, cree que Cristina de Kirchner va a ser reelecta y que cualquier esfuerzo que hiciera una alianza de la UCR con el socialismo estaba condenada al fracaso. «Con ese ánimo, ¿qué alianza íbamos a hacer?». «El socialismo -agregó Negri- es un partido provincial con sucursales», para dar a entender que una alianza nacional con ese ánimo de Binner no tenía destino porque lo que el gobernador privilegiará es mantener el poder para su partido en el distrito. ¿Servirá para eso una candidatura presidencial de Binner con los radicales? Los de la mesa de «El Gato» desplegaron la hipótesis de que una candidatura separada de Binner es funcional al proyecto de Cristina y no descartaron que hubiera algún entendimiento por debajo entre el kirchnerismo y Binner para un eventual gobierno socialista en el futuro con asistencia mutua. Esa puede ser la razón, cavilaban, para que buscase apartarse del radicalismo. En la sobremesa de la charla entre radicales surgieron algunas perplejidades sobre nuevos amigos, como Francisco de Narváez. ¿Le presta el avión el empresario a Ricardo, algo que se considera en política una prueba de amor? En ese viaje a Córdoba Alfonsín usó un avión de línea, pero admitió que durante la semana, en otra visita a esa provincia, había ido en un avión privado. No dijo de quién era.
Con el avance del consumo de caldos bien elegidos hubo tiempo para confidencias en la sobremesa. González Fraga se vio en el deber de explicar sus relaciones con Eduardo Duhalde, y dijo que había estado en reuniones del Movimiento Productivo pero que no había estado en ninguno de sus actos de lanzamiento y especialmente en el último, adonde apareció el bonaerense junto a Martín Redrado. «Yo con Redrado no la voy», dijo secamente. También celebró el coro de elogios en economistas que recibió por la candidatura, especialmente de Alfonso Prat Gay, gesto que la mesa vio como un síntoma de distancia de este diputado y su jefa, Elisa Carrió, que fue una de las primeras en criticarlo como compañero de fórmula de Alfonsín. Éste, ante algunas inquietudes, les regaló a los comensales, antes de irse a dormir -siempre sin fumar- una revelación: está cerrado ya el acuerdo para que Graciela Ocaña sea la candidata a diputada nacional por la UCR en la Capital Federal.
Lejos de estas conspiraciones de sus aliados en el Gobierno provincial, tan cargadas de política, Hermes Binner sacó la política de la celebración de ayer en Rosario de su 68 cumpleaños. Limitó el festejo a un almuerzo familiar «y prudente» durante cerca de dos horas en Posta 36, salón de fiestas de Pablo Aliendro, sobre Costanera, con la mejor vista al puente Rosario-Victoria. Según algunos allí se come uno de los mejores asados de la ciudad de Rosario. Estaban sus cinco hijos y sus seis nietos, además de su esposa Silvana Codina. El gobernador invitó a muy pocos, no fuera que le preguntasen si será o no candidato a presidente y si es cierto eso del entendimiento con el kirchnerismo. Uno de los privilegiados fue el senador provincial Juan Carlos Zabalza (tuvo a su cargo las negociaciones con el radicalismo), el presidente del bloque de diputados socialistas Raúl Lamberto, y «por supuesto» su candidato a gobernador, el actual ministro de Gobierno, Antonio Bonfatti. En cambio, la candidata socialista a la intendencia de Rosario, Mónica Fein, y el actual intendente, Miguel Lifschitz, estaban invitados pero no fueron por encontrarse de campaña en Córdoba a favor de Luis Juez. Tampoco asistió, también invitada, la diputada nacional Alicia Ciciliani, ausente por el cumpleaños de una de sus hijas. Binner no hizo mención al tema político y especificó que quería tomarse el cumpleaños como un respiro «en medio de este gran momento para el socialismo».
La visita de Bill Clinton ofreció un maratón de photo-opportunities en su vareo con empresarios y políticos durante las 36 horas que pasó por el país. Se vio con Scioli y un grupo chico de políticos del PRO el mediodía del jueves y saludó a un surtido más amplio en el Hilton por la noche. Pero las primicias de su pensamiento sobre el país las tuvieron, curiosamente, argentinos que no estuvieron con él esta vez. El primero fue Fernando de la Rúa, con quien Clinton se vio el fin de semana pasado en Quebec, Canadá, en una cumbre de 20 expresidentes que se han organizado en el sello INterAction Council, al que pertenecen, además, Vicente Fox, Ernesto Zedillo, Helmuth Schmidt y Jean Chretien, para mencionar a los más conocidos exjefes de Estado. Ese sello busca aportar su experiencia y está a punto de incardinarse en la ONU.
Esta vez el motivo de la reunión fue la crisis en la provisión del agua, tema al que aportó De la Rúa en el documento final con una declaración que denunció la contaminación en el Riachuelo. De la Rúa compartió silla junto a Clinton en el acto inaugural en el imponente palacio del Parlamento de Quebec, oportunidad que aprovechó el expresidente para agradecerle haber dicho tiempo atrás que si él hubiera sido presidente de los EE.UU., y no George W. Bush, habría asistido a la Argentina en la crisis de 2001 y su Gobierno no habría caído. De la Rúa le comentó que Néstor Kirchner, en tres oportunidades en discursos había dicho que si la actitud de Washington en aquel momento hubiera sido otra la Argentina habría evitado esos problemas. Hablaron de la Argentina y Clinton lo invitó a que lo visite en sus oficinas de Harlem en un viaje próximo a Nueva York. ¿Comenzó De la Rúa la segunda biografía de todos los expresidentes? En esa cumbre habló de energía nuclear, agua, medio ambiente, de política internacional y de otros asuntos. La embajada argentina en Canadá informó a Buenos Aires de ese viaje pero el exmandatario no recibió instrucción alguna, como suelen recibir ciudadanos que participan de este tipo de reuniones. No participó De la Rúa, por esa razón, del debate sobre si está bien o mal que Barack Obama reconozca el estado palestino con las fronteras de 1967 y los acuerdos posteriores (la misma posición que había adoptado la Argentina antes que Washington). Sí asistió a los efectos del entuerto que armó Clinton en esos días cuando dijo que «Si defaulteamos la deuda por unos pocos días, no sería algo tan calamitoso, pero si la gente entendiese literalmente que no vamos a pagar más las deudas, dejarían de comprar nuestra deuda». Se deshizo en disculpas por el enredo en que metió a su país y a su mujer, que es la canciller de Obama.
Con ese ánimo ligero que luce siempre Clinton desembarcó, antes de llegar a Buenos Aires, en San Pablo para participar de una reunión de alcaldes de 40 ciudades del mundo. Lo sentaron de nuevo en un almuerzo el miércoles junto a Mauricio Macri, a quien le explicó que había llegado tarde porque el avión tuvo que dar vueltas durante una hora antes de descender por problemas climáticos. Cuando se saludaron, Clinton le dijo: «Yo a usted lo conozco, Macri, Macri». Le contó que tiene un amigo argentino cuya madre siempre lo vota a él. Ese amigo es un personaje habitual de estos quinchos en cada viaje, se trata del empresario Rolando González Bunster, un tycoon del negocio de la energía eólica y del bioetanol, que fue compañero de cuarto de Clinton cuando estudiaban en Georgetown University.
«Roulando», como lo llama Clinton, estaba también en ese almuerzo en San Pablo y lo siguió a su amigo a Buenos Aires, en donde compartió desayunos, almuerzos, cenas y golf en Nordelta el viernes, antes de partir juntos en el avión de «Roulando» hacia Panamá. González Bunster vive en los Estados Unidos, tiene negocios en Centroamérica -República Dominicana particularmente- y es hijo del empresario Luis González Torrado, amigo de Juan Perón desde 1946. Fue asesor de sus gobiernos y lo siguió con su familia al exilio de Panamá y Dominicana, desde donde este hijo fue a estudiar a los Estados Unidos.
Más de 900 personas el jueves por la noche en La Rural por otro clásico del calendario de las cenas benéficas, que es la de Ronald McDonald. El evento competía con la comida con Bill Clinton en el Hilton pero aún así, se marcó un récord de recaudación -como si fuera la AFIP- para donaciones. Mauricio Macri encabezaba una de las 90 mesas en las que había altos ejecutivos de entidades financieras como JP Morgan, Merrill Lynch, DLJ, Itaú entre otros. Por eso las conversaciones giraban en torno al difícil momento que se vive en Wall Street, algo que se acentuó al día siguiente con la caída del 0,8% del Dow Jones. «Qué complicado este año es hacer dinero en el mercado» era el lamento común. A ello se le suma que los papeles argentinos, otrora estrellas, ahora, como los que están emitidos en pesos, apuntan a estrellarse. Curiosamente, no se hablaba tanto de las próximas elecciones sino de lo que podría acontecer con el tipo de cambio.
Pero no todo era financiero en el evento conducido por Julián Weich y Mariana Arias, acosadores seriales para lograr fondos de los concurrentes. Asistieron la representante del FMI en la Argentina, María González Miranda; el embajador de Colombia, Alvaro García Jiménez; Ezequiel Barrenechea (director general de Negocios Internacionales de Corporación América); Woods Staton y el anfitrión, Juan Pablo Maglier por La Rural. Lo singular de la noche pasó por métodos de recaudación. Más allá de la compra de mesas, cada empresa donaba productos.
Se les vendía a los asistentes tickets para competir por esos preciados objetos en pruebas diversas que iban desde metegol, carreras en Scalextric, partido de pool, golfito, y un clásico setentista como el juego Simon de memoria. Así es cómo se vio a mujeres como las de algún periodista televisivo a los codazos para competir al metegol y alzarse con algún perfume de marca tras pagar 50 pesos por un ticket. Hasta la 1.30 hubo alta concurrencia para luego cerrar con los tradicionales sorteos de ocasión. Con tanto allegado al predio, se comentó que en dos meses renueva autoridades el Jockey Club, lid en la que se anotaron Bruno Quintana para la reelección y un hombre de los 90, Enrique Crotto, ex-Rural. Están encendidos los socios, que advierten luces y sombras de cada uno de los aspirantes a esa silla que no tiene sueldo, lo que hace necesario que la ocupe un hombre de fortuna. Quintana ya sumó una cucarda, cuando entregó el premio Carlos Pellegrini de turf y recibió un elogio inesperado del intendente de San Isidro, Gustavo Posse. A Quintana le sirvió, pero nadie confirmó en las mesas de La Rural si Posse es socio o no del Jockey.
Vamos a terminar con un chiste de cosmético. Un hombre va a la peluquería, se sienta y le dice a su peluquero de siempre:
- ¿Sabés, Juan, que me voy a Roma la semana que viene?
- ¿Ah, sí? ¿Y por qué aerolínea volás?
- Por Aires del Mundo
- Uy, yo que vos no viajaba... Tienen aviones viejos, nunca salen a horario, el servicio es pésimo y las azafatas son todas unas viejas amargadas. ¿Y en qué hotel vas a parar?
- En el Hotel Vía Véneto, un cinco estrellas...
- ¡Es una piojera! Te lo venden como cinco estrellas pero es un cinco cucarachas... ¿Y qué vas a hacer a Roma?
- Y, más que nada a ver al Papa...
- Sí, vos y cien mil personas más. Desde ahí abajo, en la Plaza, va a parecerte una mosca en el balcón...
El cliente paga y se va en silencio. Al mes regresa a la peluquería, y el peluquero le pregunta cómo le fue.
- ¡Espectacular! El avión de Aires del Mundo era flamante; como el vuelo estaba sobrevendido me pusieron en primera; la azafata era un bombón de 25 años que me dio el teléfono; al hotel acaban de remodelarlo y es el mejor de Italia, y encima me dieron una suite porque no tenían más cuartos comunes.
Demudado, el peluquero atina a acotar:
- Sí, pero al Papa lo viste de muy lejos...
- ¡No! Tomé un tour por el Vaticano, y cuando lo estaba recorriendo un guardia suizo me dijo que al Papa le gustaba conocer en persona a algunos visitantes, y un minuto después ¡estaba cara a cara charlando con el Santo Padre!
- ¿Y qué te dijo?
- ¿Quién te hizo esa mierda de corte de pelo?
Fernando de la Rúa volvió a las cumbres internacionales. En Canadá discutió sobre el futuro del agua en el planeta con Jean Chretien y hasta se encontró con Bill Clinton antes de su viaje a Bs As.Baño de arte para Cristina de Kirchner en la Bienal de Venecia. Se hizo acompañar allí por Luis Felipe «Yuyo» Noé, Miguel Harte, Renata Schussheim, Marta Minujín, Nicolás Gracía Uriburu, Juan Carlos Distefano, Marcos López, Margarita Pksa, Daniel Santoro, Alejandro Puente, Pablo Siquier y Marcia Schvart