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CELAC: el parto de otro sello latinoamericano

En Caracas nace este fin de semana un nuevo nucleamiento de países americanos que excluye a los EE.UU. Puede desplazar a la OEA o, simplemente, reproducir sus fallas.

Hugo Chávez acierta cuando califica en Caracas de "vieja y desgastada" a la Organización de Estados Americanos. Aún con su ruidosa retórica antiimperialista hacia la tribuna, el bolivariano muestra el hecho cierto de la descomposición que sufre el sistema interamericano .

Ese vacío, Chávez y sus socios más entusiastas lo intentan cubrir con el nacimiento, este fin de semana, de una Comunidad de Países Latinoamericanos y Caribeños que, entre sus 33 miembros, no incluye ni a EE.UU. ni a Canadá, lo que oficiaría de antivirus para garantizar el eventual y exitoso relevo de la OEA.

Es, por ahora, una exageración. El destino de la CELAC es un enigma, y, como la misma marca que intenta reemplazar, puede quizá no pasar de ser un sello en una región en la que ni sus comunidades comerciales más antiguas y exitosas como el Mercosur lograron entre sus apenas cuatro socios unificar burocracias y superar meras barreras sanitarias . Pero su aparición, con la presencia fuerte entre sus integrantes de potencias regionales pragmáticas como Brasil o México, puede revelar un significado que va más allá de aquella retórica.

La importancia, por ejemplo, que ganan estas estructuras de coordinación en momentos en que la crisis económica global amenaza el crecimiento que ha mostrado gran parte de la región en esta década.

La actual gira de la titular del FMI, Chirstine Lagarde, a aquellos dos países y a Perú, es un gesto que se vincula con las urgencias de una época en la que el norte mundial demanda al sur un auxilio con formas de transferencia de esas flamantes riquezas acumuladas.
La gran pregunta es si la región podrá coordinarse .

El sistema interamericano tuvo, con o sin la participación de la OEA, éxitos destacados desde el grupo Contadora en 1983, el de Apoyo a Contadora en 1985 y el de Río un año después. Pero se fue deshilachando como una de las consecuencias del modelo que redujo el peso de los Estados y garantizó una alta concentración del ingreso. Hay un sólo mojón en ese largo derrotero. Cuando un golpe militar derrocó a Chávez en 2002, México y Argentina encabezaron la ofensiva hemisférica que aisló el alzamiento que ya tenía apoyo de Washington, Madrid y el FMI.

La insurrección duró horas.
Lo que vino después caminó lejos de esos antecedentes. Las relaciones interamericanas estuvieron en general contaminadas por otro efecto no menos pernicioso que el de los ‘90.
Si bien se restauró el Estado, en muchos países se redujo la institucionalidad y se limitaron los poderes republicanos de la democracia. El mayor de los fracasos fue la imposibilidad, tanto desde la OEA como de los otros organismos regionales, de revertir el golpe contra el presidente hondureño Manuel Zelaya en junio de 2009 . Este estanciero de derecha se había travestido como socialista para aliarse con el bloque bolivariano e intentar forzar su reelección prohibida por la Constitución de ese país. Era también, a su modo, otra forma de golpe. Los militares se le adelantaron.
Pero, en cualquier caso quedó el gravísimo antecedente de que es posible romper el orden legal.
Menos de un año antes de ese episodio, el sistema había fracasado también en lograr una acción rápida y contundente de la región para condenar el inaceptable bombardeo de Colombia a territorio ecuatoriano con la excusa de liquidar a un dirigente de la guerrilla de las FARC refugiado en un campamento clandestino en ese país.
La percepción de un todo vale, con esos extremos de pesadilla como permitirse la libertad de cruzar militarmente una frontera o derrocar a un presidente elegido, también se advierte en el maltrato a las instituciones.
El gobierno de Nicaragua pasó por encima de su Constitución que fue modificada en un oscuro proceso para permitir la re-reelección de su presidente Daniel Ortega. Aliado con un sector ultramontano de la Iglesia católica y con la derecha política que amparó a la dictadura de Somoza, este ex guerrillero posa como socialista y anti-imperialista para barnizar de progresista esas deformaciones. En las recientes elecciones que le dieron el tercer mandato consecutivo, el sistema interamericano tampoco pudo determinar la transparencia de esos comicios.

Esos países prefieren enarbolar éxitos diplomáticos que forman parte de un mito endeble, entre ellos el freno del ALCA, el desigual sistema de libre comercio que intentó imponer EE.UU. en todo el hemisferio, y que lo desarmó no la furia de las masas y estos líderes rebeles, sino el establishment brasileño que copresidía esa sigla y que se opuso a la espectacular toma de mercados que implicaba la iniciativa de Washington. El clima de guerra entre Venezuela y Colombia que se desató por el citado ataque a Ecuador, no se solucionó por una mediación del UNASUR, entonces liderado por Néstor Kirchner, sino por la presión del empresariado colombiano que impulsó al actual presidente Juan Manuel Santos a reanudar los vínculos para recuperar los U$S 8.000 millones de intercambio anual con Caracas que esfumó la ruptura de las relaciones binacionales.

Parte de las grandes fallas del sistema interamericano que ahora se intenta rearmar, son efecto de no haberse construido aún en la anarquía regional un sentido común que le diera valor a los límites, que impidiera las grandes violaciones así como que parezca natural que Chávez, como intenta imitarlo Ortega, prometa gobernar hasta el año 2030.

O que se inhabilite a la oposición con denuncias o descalificaciones perversas como sucede también, en Ecuador o Bolivia. La feroz ofensiva en la región contra la prensa insumisa junto con la presión para uniformar el relato según la óptica oficialista, es otra carga que pone en cuestión de qué valores se trata aquellos que debería defender una organización como esta que se sueña en Caracas.