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Caso Maldonado: "El cuerpo de Santiago es un trofeo de guerra", declaran los mapuches

Un puñado de comunidades mapuches viven en el predio sobre el río Chubut tomado a la estancia de Benetton.

(Extraído de Clarín)

Solo sus ojos están descubiertos. El resto de su cara está tapada con un pañuelo, un gorro y una capucha, mientras habla frente a la hilera de sauces que surcan el río Chubut en la Pu Lof de las comunidades mapuches en Resistencia de Cushamen. Las copas de los árboles rompen la monotonía de la estepa y escoltan el espejo de agua más frío de la provincia, donde -aseguran- fue visto por última vez Santiago Maldonado hace ya 55 días.

Por precaución, el peni (como habrá que llamarlo, y significa hermano en mapudungún) no revela su identidad, pero relata cómo es la sensación de zambullirse en el agua helada -a 5 grados- y nadar los 20 metros que separan una orilla de la otra cuando un gendarme le pisa los talones. "Duele, pero por el cagazo no sentís frío. Del otro lado tenés que sacarte la ropa y seguir corriendo", asegura. Como si fuera una ironía, viste una campera camuflada militar.

El 1 de agosto no le tocó correr ni nadar. Se encontraba en el pequeño puesto de vigilancia y centro comunitario que domina la entrada al campo, en el kilómetro 1.840 de la ruta 40, junto a Matías Santana, que denunció ante el juez federal Guido Otranto que vio con binoculares cómo Gendarmería reducía y se llevaba a Maldonado. A los dos los redujeron y les colocaron precintos de plástico como esposas, con las manos detrás de la espalda. Así permanecieron durante casi 12 horas. "Un miliquito piola nos convidó agua, pero nada más", recuerda.

En una de las paredes, cerca de los precintos cortados, sobresalen unos binoculares como los que dice haber usado Santana. También sirven para delimitar el único lugar de las cerca de mil hectáreas "recuperadas" donde hay señal de celular. El puesto de vigilancia es una casilla de madera de sauce y barro de alrededor de 5 metros por tres. Solo tiene paredes laterales y una trasera, que mira hacia la ruta, a poco más de 100 metros. Del lado que da al río no hay puertas que protejan de la intemperie. Una abertura -sin puerta- da paso a un dormitorio, delimitado por una pared de pino. En el cuarto hay una cucheta y otros tres colchones, donde los comuneros se turnan para dormir durante las guardias que realizan todos los días desde hace más de dos años, cuando el lonko Facundo Jones Huala -hoy detenido- decidió "recuperar" una fracción de la estancia Leleque, que pertenece al Grupo Benetton, dueño de más 300 mil hectáreas en Chubut y de otras 600 mil en el resto de La Patagonia. A 20 kilómetros de aquí se encuentra el puesto de vigilancia más cercano de la textil.

De la pared interior de la casilla cuelgan cueros, botas, abrigos y hay dos afiches con la cara de Maldonado. El piso es de tierra y una rama de 20 centímetros de diámetro, justo en el medio del puesto, hace las veces de columna. Al pie, sobre el fuego encendido, una pava con agua se calienta y cocinan tortas fritas. Allí está sentada, a cara descubierta, Elisabeth Lonkopan, una de las lamien (hermana) y vocera autorizada de la comunidad en Resistencia. Vive con su familia en una casa similar pero más amplia y larga, de este lado del río, donde están la mayoría de las viviendas.

Lleva el rostro descubierto. "Si hubieran venido hace dos semanas, me habrían encontrado con pasamontañas", afirma. Fue la única detenida durante el allanamiento a cargo de 365 efectivos federales, porque se negó a identificarse.

Ronda los 30. Lleva pantalones negros y borcegos. "No usamos polleras para que no puedan reconocer cuántos hombres y mujeres hay", dice. Las únicas prendas de tradición mapuche que viste son un pañuelo (munulongko) y unas trenzas de lana.

En este mismo puesto estuvo, según los testigos, Santiago Maldonado entre el 31 de julio y la madrugada del 1 de agosto. El desaparecido artesano no tenía permitido ir más allá de las viejas vías del tren en desuso. Los mapuches intentan así mantener a resguardo su territorio y cosmovisión. "El compañero Santiago era un anarquista de toda la vida y muy solidario que había viajado y tenía una conciencia social muy amplia", afirma Elisabeth. Cree que Maldonado sabía a qué se exponía. "El tenía esa claridad. En la noche del 31 estuvimos dialogando sobre cómo continuaríamos con la Gendarmería ahí arriba", relata.

Lonkopan, que todavía no declaró en la causa, fue la última en reunirse con sus compañeros cuando los efectivos ingresaron a la Pu Lof tras desalojar el corte de ruta. Maldonado nunca apareció.

La mujer tiene más instrucción que los penis que hoy la acompañan. Antes de vivir entre la estepa y los picos nevados, creció y se formó en la ciudad, aunque no dirá en cuál. "Somos parte de la primera generación que nace y se cría en las ciudades. Padecimos la violencia del Estado, pero ahora tenemos un objetivo", sentencia. Su meta es vivir como mapuches sin tener que "camuflarse como argentinos".

Vivir como mapuches -entre otras cosas, cuenta Elisabeth- implica despertarse antes del amanecer, realizar ofrendas de tabaco o yerba y "respetar las fuerzas de la naturaleza". Nunca bajan al río después de que anochezca ni trabajan al mediodía. Plantan lo que pueden y crían animales.

La amenaza permanente del desalojo rige su vida. "Recuperamos este territorio. No le preguntamos al Estado si le parece bien", afirma. Los argentinos, según su opinión, pueden hacer lo que quieran mientras no cuestionen los derechos mapuches sobre estas tierras. No imagina una vida bucólica. "Si quisiéramos una vida tranquila, intentaríamos ser parte de la sociedad huinca (blanca)", advierte justo cuando una hilera de autos de la Policía Federal pasa por la ruta.

La RAM (Rersistencia Ancestral Mapuche) es una de las comunidades que habita la Pu Lof, pero nadie se jacta de pertenecer a una organización que se adjudicó atentados.

Elisabeth no precisa cuánta gente vive en la comunidad. "Somos un montón", dice para despistar. No disimula su sorpresa mezclada con orgulllo cuando ve las fotos del allanamiento que tomó el fotógrafo de Clarín. "Mirá todos los que mandaron por nosotros", ríe el peni.

Cuando la pregunta es la misma que se replica en las redes y en la calle desde hace casi dos meses, Lonkopan no duda. "Venían por un mapuche y se llevaron al compañero. El cuerpo de Santiago es un trofeo de guerra, como los de nuestros ancestros", concluye. A la salida, del alambrado cuelga una bandera con la cara de Maldonado y una leyenda: "Prohibido olvidar".