Casi un cuarto de siglo con los catamarqueños
Profesiones como la de educador de enseñanza secundaria suelen generar en quienes las profesan la ilusión de una edad que no crece, sino que por el contrario, se aproxima a la de los adolescentes y se mantiene a esa altura todo el tiempo, hasta el último día del ejercicio docente.
Tal espejismo tiene una innecesaria explicación: los estudiantes siempre parecen ser los mismos porque el recambio hace que aunque muden los nombres y los apellidos, la frescura juvenil, la picardía y las otras características de ese grupo de edad permanezcan inalterables, lo que llevaría a creer que la escuela es, también, una inagotable fuente de juvencia.
A los diarios -a quienes los dan a luz en cada jornada- puede sucederles el mismo encantamiento. Por lo general atentos al presente y al futuro, están expuestos a creerse sin pasado como si nacieran todos los días, como si en lo ya vivido no hubiese advertencias que debieran oírse, como si madurar no fuese plenificarse y, por tanto, un objetivo natural que no debiera perderse de vista.
Y así como sería bueno que aquellos educadores no cayesen en la inevitable depresión que sobrevendría con la jubilación, -la verdadera edad, entonces, caería sobre ellos con la fuerza de una revelación inclemente-, saludable sería también que en los ámbitos de los medios de comunicación se percibiera el pasado, esta vez no el del mundo, sino el propio, en cuyos alambique se han procesado destinos colectivos y personales no registrados por ningún inventario.
Los aniversarios son inmejorable oportunidad para el recuento, para la constatación de las rupturas y las incorporaciones, de los caminos que se han dejado de lado quizá imprudentemente, de los regresos y los avances que no habría que seguir retrasando, del grado de diafanidad de las lentes con que se está mirando la realidad, de los niveles de agudeza en la contemplación de lo que acontece, de la verdadera objetividad y sana intención en los juicios que se emiten.
En este caso, EL ANCASTI cumple hoy 23 años de vida ajetreada -tanto como la del país, la provincia y el mundo de este último casi cuarto de siglo-, y satisface confirmar que la adhesión de los catamarqueños sigue intacta, lo que prueba, sin duda, una fidelidad periodística no desmentida en relación con las necesidades de todo género de los comprovincianos. Una adhesión que no sólo produce agrado, sino que, además, fortifica la conciencia de la responsabilidad frente a la sociedad que tantas veces declara haber sido olvidada por los poderes del Estado y que argumenta que no tiene más refugio, ni más abogado, ni más voz confiable que esta imperfecta alternativa que se le ofrece cuando ya ha recorrido la última vía de las notas y las entrevistas, nunca suficiente y por lo general difíciles de lograr.
De los cumpleaños nadie debería salir ni desalentado, ni resignado a seguir viviendo de la misma manera. Ni las personas ni los diarios. La doble energía -la de la biografía enriquecida y la de la voluntad de progreso sentida ahora como irresistible- debería no generar una vida nueva, sino la de siempre, pero más perfecta y, en consecuencia, infinitamente más dichosa. El Ancasti está seguro de ello.
En su vigésimo tercer cumpleaños, El Ancasti invita a sus lectores a continuar una relación que ya suma casi un cuarto de siglo.