Carta abierta a la presidente
*Por Demetrio Iramain. A mi leal saber y entender, su figura sintetiza de modo elocuente y eficaz, como ninguna otra, el dinámico entramado político y social que sostiene desde la base el proyecto en marcha. Nadie hay que lo represente cabalmente tanto como usted.
Hubo uno que dijo, más de medio siglo atrás, cuando otro le preguntó si eran parientes porque compartían apellido: "Si somos capaces de temblar de indignación por cualquier injusticia que se cometa en el mundo, entonces somos compañeros, que es lo importante." Su discurso ante la Asamblea Legislativa, señora presidenta, reafirmó una certidumbre: usted y millones de compatriotas, que me incluyen, somos compañeros, en tanto sentimos similar indignación ante injusticias endémicas que padece nuestro país. Y actuamos para revertirlas. Eso es lo importante.
A propósito, algunos presagiaban que el acto de inauguración de las sesiones parlamentarias ordinarias iba a convertirse en su lanzamiento de campaña. Nada más lejos. Con temple de estadista, usted honró su investidura con una intervención sobria, puntillosa, y no exenta de definiciones ideológicas, propias de un modo estratégico de entender el Estado, que sabe bajo su comando, y muy por encima de la inmediatez que proponen, aunque sin éxito en la consideración pública, la oposición y sus sostenedores mediáticos.
El Estado, usted lo sabe bien, es territorio de disputa entre las corporaciones que nombró en su discurso, y el pueblo de a pie. Lucha de clases, que se dice. De allí que, sabiamente, en su alocución no les haya regalado el ámbito institucional a quienes quieren forzarlo, convirtiendo al Parlamento (también a la justicia, como antes el Banco Central) en una mediocre galería de exhibiciones mediáticas, con perentorios fines electorales. Usted está en otra cosa.
Tanto fue así, que hasta quienes apoyamos decididamente sus políticas nos hemos quedado un tanto sorprendidos. Entusiastas, creíamos que en su discurso iba usted a dar alguna señal sobre su decisión de competir por un nuevo mandato presidencial. Pero no.
De ahí, precisamente, el motivo de esta carta abierta, enviada en sobre sin cerrar, por este medio: pedirle humildemente que sí acepte presentar su candidatura, contingencia que –descuentan– así será, según lo han expresado calificados dirigentes cercanos a usted. A mi leal saber y entender, su figura sintetiza de modo elocuente y eficaz, como ninguna otra, el dinámico entramado político y social que sostiene desde la base el proyecto en marcha. Nadie hay que lo represente cabalmente tanto como usted. Todo ello, claro, sin dejar de lado que no alcanza sólo con su presencia para hacer aun más fructífero el proyecto nacional y popular. Usted misma lo dijo hace muy pocos días, en Catamarca: "Sola no puedo". Naturalmente, cada actor colectivo de la sociedad civil deberá hacer lo suyo para seguir reconstruyendo nuestro querido país, roto por la dictadura y descocido por la "democracia" tutelada por el sempiterno poder económico, que el gobierno surgido en 2003 heredó.
Sólo bajo el mínimo común múltiplo de su liderazgo, presidenta, y sin hacer ningún juicio de valor, pueden reunirse identidades y prácticas tan disímiles como Viviani y los delegados del subte, Scioli y Sabbatella, los jóvenes de La Cámpora y los menos jóvenes del pejota. Y sin embargo, todas son necesarias. Al menos por ahora. Será la Historia la que resuelva dialécticamente sus incompatibilidades, si las hubiera.
Y no hablamos aquí de "eternidad", ni de las estrambóticas figuras legales a las que apela conjeturalmente la máquina de conspirar, y que excitan la perpetuidad de su responsabilidad al frente del Estado. Obviando cualquier connotación filosófica o metafísica y sólo comprendiendo la dimensión ‘eternidad’ como una categoría meramente temporal, convengamos que los únicos que pueden ser eternos, además de la Historia social, son los pueblos, que nos comprenden y perduran. Ni siquiera los medios de comunicación hegemónicos lo son, amén que sus dueños se crean con patria potestad ad infinitum sobre la opinión y el derecho a la información de los argentinos.
Le estoy hablando de otra cosa, presidenta. Vengo a pedirle que continúe usted al mando del proyecto, en tanto surja durante la próxima etapa una nueva figura o líder que pueda suplantarla algún día, que sepa representar fecundamente las múltiples expresiones y variadas identidades que lo componen. Un proyecto colectivo, emancipatorio y realmente democratizante, no puede depender de una sola persona. Nunca. Sólo se trata de inventar una solución creativa para que esta instancia liberadora que transita nuestro pueblo pueda asegurar de modo efectivo, concreto y real su prolongación. La respuesta, presidenta, es usted.
Sé que en todo hecho político hay un irreductible componente humano, porque la política es, precisamente, la mejor creación de las sociedades humanas. No paso por alto que usted, además de ser presidenta, y militante, y que millones de compatriotas la sienten compañera, también es mujer, madre de sus hijos, y ser individual que acaba de perder a su ser amado, quien la acompañó en los años más intensos de su vida. El dolor por la pérdida tiene una dimensión unívoca, intransferible, que nada que no sea hallado en la propia subjetividad de quien lo padece podrá aliviar. Sólo quiero resaltar ante su consideración que nuestro pueblo no vivía una situación tan traumática desde hacía décadas, y no obstante su angustia, ha sacado lo mejor de sí para darse a las tareas necesarias que demande la prosecución de este proceso político. ¡Su propias fuerza y entereza, presidenta, son las que lo han conmovido!
No estoy seguro de que el dolor compartido duela menos, pero sí que desata fuerzas que hasta ese momento permanecían contenidas. Ejemplo: las Madres de Plaza de Mayo.
¡Ay! cuando la angustia de una formación social como la que compone nuestro pueblo en este tiempo se pone a doler. Eso es lo que hemos vivido a partir del triste 27 de octubre pasado.
Le ofrecemos, sinceramente, ponernos a su disposición, para lo que mande.
Sin condicionamientos. Y confiados. ¿Escuchó esa cancioncita que se entona en los actos, y que dice "Cristina corazón / acá tenés los pibes para la liberación"? Es así de cierto, presidenta. Conmovedora y bellamente cierto. La Historia nos ha enseñado una lección: si queremos para todos todo, no debemos poner por delante del conjunto ningún anhelo propio, por colectivo que parezca. El país lo hacemos entre todos, enfrentando de un modo común a los egoístas de siempre, que desde sus posiciones dominantes en la estructura social lo quieren para ellos solos. Ya lo sabemos: se lucha como se vive. Los argentinos, dictadura y posmodernidad mediante, estamos reaprendiendo a ser sujeto colectivo, de cambios y transformaciones.
Van nuestra propia vida, y la posibilidad cierta de un futuro mucho mejor, esa felicidad relativa a la que puede aspirar la clase trabajadora bajo las condiciones socio-históricas que impone el capitalismo, en este clamor: acepte la candidatura. Y si ya la hubiera decidido, como todo lo indica, tome esta carta como mi humilde adhesión a esta esperanza compartida.